Paradoja de la justicia injusta
Todo gobierno tiene que gobernar mirando el bien común y no sólo el interés de un ideario o de un programa político. Si un partido político no suscribe a este principio, se hace indigno de asumir el gobierno de la nación. Dentro del gobierno y de cara a todos y a cada uno de los ciudadanos, el ministro de la justicia del momento ha de ser el hombre justo por antonomasia.
Que la justicia sea justa es una tautología y un pleonasmo. Que la justicia sea injusta es una paradoja. La paradoja es una “Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción”. (DRAE)
Que el ministro de la justicia sea injusto con alguien significa que incurre en contradicción con su propio mandato ministerial, lo cual es una señal inequívoca de que el valor fundamental de la democracia, la igualdad de todos ante el bien común, ha dejado de existir, al haber perdido a su primer servidor.
Al afirmar que «La Iglesia apadrinó la Guerra Civil como una cruzada», el ministro de la justicia ha sido injusto con la Iglesia católica como institución y con los creyentes católicos como ciudadanos, incurriendo gravemente en contradicción con su propio mandato ministerial.
Precisamente porque en ningún momento he practicado ni el oportunismo político ni el clericalismo, viviendo al margen de toda intriga partidista en mi retiro universitario belga, donde practico el pacifismo militante desde hace cuarenta y cuatro años, apoyo con todas mis fuerzas la enérgica protesta de Antonio Burgos, al denunciar el acoso a la Iglesia de quienes se dicen socialistas y lo son tan mezquinamente. A mi entender no es socialista quien destruye sino quien construye una sociedad más justa con todos y para todos.
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Tarancón de nuevo al paredón
Por Antonio BURGOS,
ABC, 13.07.05.
LÓPEZ Aguilar, ese ministro de Justicia que se está dejando el maxilar como otros se dejan la barba, le ha echado mojo picón canario al habitual ataque a la mayoría sociológica católica: «La Iglesia apadrinó la Guerra Civil como una cruzada». Supongo que del mismo modo que TVE se ha hartado de poner la foto de las Azores tras la matanza terrorista de Londres, ahora nos espera una buena cacimbocada de filmoteca con cuatro obispos brazo en alto. En la estética LOGSE y Memoria Histórica que se lleva, como nadie sabe nada y los que saben no se atreven a hablar, nadie rebatirá o matizará la frase, para que no lo llamen carca y asesino de García Lorca.
La Iglesia, cierto, tomó partido en la Guerra Civil. ¡Como para no tomarlo! Le quemaron iglesias y conventos desde los mismos albores republicanos de 1931; le asesinaron decenas de sacerdotes y obispos en lo que para media España fue una Revolución de Octubre en julio. Aquí que tanto se alardea de abuelos fusilados, diré que al de Isabel mi mujer lo asesinaron por el gravísimo delito de ir a la iglesia con su libro de misa. Quien lea el estudio del obispo Montero sobre las víctimas religiosas de la Guerra Civil podrá poner en cuarentena las palabras de López Aguilar. El tópico que uniforma a la Iglesia con la camisa azul y la guerrera caqui y se olvida intencionadamente del cardenal Vidal y Barraquer o de los curas vascos, leales al Gobierno de Madrid. (O del cardenal Segura recordando a Franco que usurpaba el Trono de Alfonso XIII).
La manipulación llega más cerca en el tiempo. Hasta sus beneficiarios silencian el papel de la Iglesia a favor de las libertades en los últimos lustros de la dictadura. Nos hemos olvidado del grito de los fachas: «Tarancón al paredón». Si la Iglesia apadrinó la Guerra Civil, ¿cómo entonces querían mandar a Tarancón al paredón? Muy sencillo: porque Tarancón representaba a la Iglesia que defendía la democracia frente a la dictadura. Todo lo cual ahora perversamente se borra de la socorrida Memoria Histórica. Desde el pontificado de Juan XXIII y siguiendo sus enseñanzas, la Iglesia apoyó abiertamente la democracia en España. Buena parte de la actual clase política salió de los movimientos sociales de la Iglesia. Felipe González es el paradigma. González es un alumno claretiano que en la HOAC descubre el humanismo cristiano que le lleva al socialismo. Nada digo de las Hermandades del Trabajo como germen de Comisiones Obreras. Ni de Montserrat o de los Capuchinos de Sarriá como santuarios de la lucha por las libertades autonómicas en Cataluña. O del Cura Javierre jugándosela por la libertad de expresión en el arzobispal «Correo de Andalucía». «Cuadernos para el diálogo» no estaba patrocinado por la Yemaá Islámica que yo sepa. El Papa Montini bien que levantaba su voz contra los fusilamientos de Franco. Las iglesias acogían reuniones de los sindicatos clandestinos, de los perseguidos partidos. Si mal no recuerdo, a los dirigentes sindicales del histórico Proceso 1001 los detuvieron precisamente acogidos a fuero de sagrado.
Evoco ahora el estado de excepción de 1969. La Brigada Social está deteniendo a media Sevilla: estudiantes, PCE, Comisiones, PTE. Están dando mucha leña. A cuatro gatos liberales fichados como rojos peligrosísimos se nos ocurre visitar al cardenal Bueno Monreal para pedirle que medie con el ministro de Gobernación. Encabeza el grupo el profesor don Ramón Carande. El cardenal nos promete gestiones. Las hace. Empiezan a poner comunistas en la calle y dejan de dar leña en los interrogatorios. Pregunto: ¿dónde estaban en 1969, cuando la Iglesia daba la cara por la libertad, todos estos que ahora sacan el fantasma de los obispos brazo en alto y de hecho mandan nuevamente a Tarancón al paredón?