“Ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Dónde vas?", sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 5-7).
Si al comienzo del Cuarto Evangelio los discípulos del Bautista preguntaron al Maestro “¿Dónde vives?” y en la mañana de Pascua, María Magdalena pregunta a quien creía que era jardinero “Dime, ¿dónde lo has puesto?”, en el texto que hoy se proclama, Jesús se extraña de que los discípulos no pregunten a dónde va cuando les comunica que va a emprender un viaje importante. La explicación puede ser que los Apóstoles no deseen siquiera que Jesús pronuncie su destino, como defensa en la tristeza que les embarga.
La tristeza suele ser una reacción humana ante un acontecimiento doloroso, como es la pérdida de un ser querido, o el alejamiento de las personas a las que se quiere. Los discípulos de Emaús caminaban tristes. Ya había respondido Jesús en otra ocasión: «¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? (Mt 9, 15) Y en la mañana de Pascua, María Magdalena, ante la visión del Resucitado “fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos”. En este caso, la tristeza se convirtió en alegría y las lágrimas, en cantares.
¿Cómo estás de ánimo? ¿Estás triste o consolado?