Las nuebas relaciones XX Domingo del Tiempo Ordinario

Ni la carne no la sangre

XX Domingo del Tiempo Ordinario, “C”

 Evangelio

“He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12, 49-53).

Comentario

En una lectura rápida y un tanto literal, el mensaje del Evangelio de este domingo resulta violento, extraño, incómodo y contracultural. ¿Cómo se puede proclamar la división y la ruptura familiar desde el altar?

Sin embargo, si leemos el texto en relación con otros pasajes, nos abrimos a la revelación más nuclear del Evangelio. Las relaciones que se inauguran desde la Encarnación del Verbo de Dios no son las de la carne y de la sangre, ni las biológicas, sino las que se nos brindan desde la fe.

Naturalmente, se entiende que los hermanos de una misma familia deben llevarse bien, pero aquí se trata de una nueva familia, la de los hijos de Dios. Según el Cuarto Evangelio, estos no han nacido de la carne y de la sangre, sino que son ungidos por el Espíritu Santo.

El mismo Jesús, cuando le avisan que su propia madre está a la puerta, proclama una sentencia un tanto escandalosa, según los criterios humanos: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”.

El fuego que anuncia Jesús, y que desea que incendie el mundo, es el Espíritu Santo. Así aparecerá el día Pentecostés. Es don del Paráclito nuestra filiación divina, y nuestra fraternidad humana.

El texto del Evangelio profetiza algo que vivimos en el momento presente, cuando la fe ya no se vive como expresión social y familiar, sino que es una opción personal y a veces contracorriente.

Hoy no se conculca la familia, sino que se anuncia otra forma de relación familiar, que se funda en la adopción que recibimos por gracia y que nos permite llamar “Padre” a Dios.

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