orar con humildad XXX Domingo del Tiempo Ordinario "C"

El poder la la oración humilde

XXX Domingo del Tiempo Ordinario “C”

Evangelio

“Algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». (Lc 18, 9-14)

Comentario

En ocasiones, no acabamos de comprender lo que significa haber sido redimidos por Jesucristo. Sobre todo, cuando nos afanamos en conseguir nuestra propia perfección con nuestras solas fuerzas, y obtener así un grado superior de autoestima. El orgullo y la vanidad así nos lo dejan sentir, y cabe que hasta juzguemos a quienes creemos que no se esfuerzan como nosotros.

Sin despreciar lo que supone la ascesis, el ejercicio de la voluntad, la disciplina y la educación en valores en el proceso de maduración personal y espiritual, el creyente es quien se siente perdonado, amado y abrazado por la misericordia divina, habitado por su amor, y desborda en sobrecogimiento, en deseos de correspondencia agradecida, y nunca se debe sentir superior a nadie, pues debe ser consciente de que el salario lo lleva su Dios.

El papa Francisco ilumina con su enseñanza el riesgo de la autorreferencialidad, y acierta a señalar la nueva mundanidad. “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (EG 93).

La fuerza nos viene del Señor, y el deseo de una vida fiel nos lo dicta la experiencia de su misericordia. Si uno se siente perdonado es muy difícil que le invada el sentimiento vanidoso de superioridad. San Pablo afirma: “En efecto, no por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero del mundo” (Rom 4, 13).

Cuestión

¿Con quién te identificas, con quien te muestras vanidoso, o con quien te sientes humillado?

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