Ascensión del Señor B 2ª lect. (13.05.2018): “Los hechos nos tienen ciegos”

Comentario:Para que conozcáis cuál es la esperanza de su llamada” (Ef 1, 17-23)
1) Plegaria de petición (vv. 17-19)
La petición viene introducida por los versículos 15-16, donde el autor confiesa que, tras saber de la fe en Jesús de aquella comunidades y el amor a todos los “santos” (aspectos básicos de la identidad cristiana), no cesa de dar gracias a Dios por ellos en sus oraciones. Pide “al Dios de nuestro señor Jesucristo, el Padre de la gloria” estos dones o “gracias”:
a) “Espíritu de sabiduría que os revele un conocimiento profundo de él”. Quien acepta a Jesús se adhiere a su Dios, el Padre, y recibe su misma vida, es decir, su mismo Espíritu. Lógico será que desarrolle las virtualidades de ese Espíritu: su sabiduría, es decir, saber vivir como Jesús. Al dejarse llevar del mismo Espíritu de la verdad (Jn 16,13-14), se conoce al Padre y al Hijo.
b) “Iluminación de los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis:
- cuál es la esperanza de su llamada,
- cuál la riqueza de la gloria de su herencia otorgada a su pueblo (v. 18),
-cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, según la fuerza de su poderosa virtud
” (v. 19).
“Ojos del corazón” son las capacidades humanas superiores: conocer, sentir, querer, actuar. En la antropología semita, se conoce, se siente, se quiere, se actúa... con “el corazón”. El corazón viene a ser “el “yo oculto de la persona” (1Pe 3, 4), el interior del ser humano, la facultad complexiva del conocer, sentir, decidir... Se expresa mejor el modo de conocer la esperanza, la riqueza de gloria, la grandeza del poder... que actuó en Jesús. El versículo 19 contiene cuatro vocablos, que pueden considerase sinónimos (poder, energía, potencia, fuerza = dinamis, energueia, cratos, isjíos), para describir la poderosa intervención de Dios en Cristo.

2) La obra de Dios en Cristo y su repercusión en la Iglesia (vv. 20-23)
Esta enorme fuerza es “la que ejerció (“energuesen”) en Cristo resucitándolo de entre los muertos, sentándolo a su derecha en los cielos (v. 20), por encima de todo principado, potestad, autoridad, señorío y de todo lo que hay en este mundo y en el venidero (v. 21)”. Alusión clara al salmo 110, 1: “siéntate a mi derecha hasta que convierta a tus enemigos en escabel de tus pies”. Estas potencias, señoras del mundo, dieron muerte a Jesús, pero no pueden con la fuerza divina que ha actuado en Él: “todo lo sometió bajo sus pies (Sal 8, 7) y a él lo constituyó cabeza de la Iglesia por encima de todas las cosas” (v. 22); “la Iglesia es su cuerpo, la plenitud de todo lo que existe” (v. 23). Los versículos 20-22 describen las acciones divinas en Cristo: resurrección, entronización celestial, señorío sobre toda la creación, cabeza de la Iglesia. El versículo 23 reconoce a la Iglesia como “cuerpo de Cristo, la plenitud de todo lo que existe”. Literalmente, el apuesto al cuerpo de Cristo es “la plenitud del que llena todas las cosas en todos”. El “complemento” tiene sentido activo (“la Iglesia completa a Cristo”) y pasivo (“todo es completado por Cristo”), como cabeza y cuerpo que mutuamente se necesitan. Dios ha puesto a Cristo como “el que llena todo en todos”.

Oración:Para que conozcáis cuál es la esperanza de su llamada” (Ef 1, 17-23)

Celebramos hoy, Jesús resucitado, tu libertad más plena:
espacio y tiempo han sido superados por tu nueva vida;
los poderes de este mundo no pueden contigo;
eres nuestra cabeza:
- tu vida, tu Espíritu, nos sigue guiando;
- tu mente sigue iluminando la nuestra;
- tu voluntad sostiene en nosotros la realización plena.

El Padre, tu Padre y nuestro Padre, “el Padre de la gloria”:
nos trajo contigo la buena noticia de su Amor;
“buena” sobre todo para los pobres que necesitan más;
su Amor contigo curaba enfermos y liberaba de toda esclavitud;
contigo proclamaba y abría “el Año”, el tiempo, de gracia.

Celebramos hoy, Jesús hermano, tu plenitud gloriosa:
el “Espíritu de sabiduría te reveló un conocimiento profundo del Padre”;
él te llevó al desierto de nuestro mundo para sembrarlo de su Amor;
él te acercó a los más necesitados para curarles y restablecerles;
él endureció tu rostro para:
- denunciar poderes injustos y tiránicos;
- saltarte las leyes que impiden la vida digna humana;
- buscar alternativas de vida en libertad y amor mutuo;
él te sostuvo hasta la muerte en su Amor universal y gratuito:
- amor que no soportaban los dirigentes religiosos;
- amor transgresor de normas y tradiciones humanas;
- amor que aguanta, sin privilegios y honores, la muerte injusta;
- amor que vive y muere entregado al bien de sus hermanos.

Este amor, Jesús glorioso, te ha llevado a la plenitud:
Dios es Amor, y en él has sido entronizado, glorificado.
Hoy lo celebramos con mucha alegría.

Queremos pedir a tu Dios, el “Padre de la gloria”:
que abra nuestros ojos, “los ojos del corazón”:
para que conozcamos:
- cuál es la esperanza de su llamada,
- cuál la riqueza de la gloria de su herencia otorgada a su pueblo,
-cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes,
según la fuerza de su poderosa virtud,
la que ejerció en Cristo resucitándolo de entre los muertos,
sentándolo a su derecha en los cielos...


Como Teresa de Jesús, necesitamos la luz del Padre:
“¡Ay, Señor mío, y qué poco aprovecha mi dicho a los que sus hechos los tienen ciegos,
si vuestra Majestad no les da luz” (Libro de la Vida, 38, 3. Oc. BAC 7ª ed. Madrid 1982, p. 172). “Los hechos nos tienen ciegos” .
Basta conocer el “tinglado” eclesial: tesoro, títulos, leyes, inmovilidad...,
folklore sacramental, fanatismo fundamentalista o progresista, autoritarismo clerical...
y compararlo con el Evangelio y con tu vida, Jesús.
La ceguera es evidente.
Sólo los intereses creados pueden explicar la cerrazón, la ceguera,
y la falta de humildad para reconocerlo y cambiarlo.

Tú, Jesús resucitado, sigues viviendo el amor de Dios en acción:
tu vida es un regalo con el que nos obsequias;
invitas a sentirnos amados y aceptados como el Padre nos ama y acepta;
tu Espíritu nos asegura siempre tu consuelo y ayuda;
tu Espíritu nos alienta y sostiene la realización del reino del Amor;
tu Espíritu nutre la fe en nosotros mismos y en los demás,
en ti y en el “Padre de la gloria” que trabajáis con nosotros (Jn 5,17).

Esta confianza en el amor del Padre queremos que mueva nuestra vida:
queremos ser tu “cuerpo”, tu “plenitud”;
queremos que nuestras personas sean como tú, Jesús hermano;
queremos que tu amor llegue a la humanidad entera;
queremos respetar y desarrollar las capacidades de todos;
queremos elegir libremente en la iglesia y en la sociedad
- a quienes cuiden tu evangelio y tu amor,
- a quienes cuiden el bien común, el bien de todos,
- a quienes promuevan mejor la vida, la paz, la libertad...

Rufo González
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