BAUTISMO DEL SEÑOR (13 enero 2013)

“¡Ay de mí si no evangelizo!”

Introducción:Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo (He 10,34-38)
Leemos la primera parte del discurso de Pedro en casa de Cornelio. Allí ha acudido Pedro llamado por el propio Cornelio para que lo reciba en la comunidad cristiana. No ha sido fácil para el primero de los Apóstoles acudir a casa de un pagano (un no judío), participar en su mesa y realizar el signo bautismal de plena integración en la Iglesia. Por eso comienza expresando su evolución en el conocimiento de la voluntad divina: “de verdad caigo en la cuenta” (“catalambano”: “lambano”: coger, tomar, y “katá”: a través de, por medio de...; en voz media: comprender a través de, darse cuenta, encontrar...; la versión litúrgica: “está claro”, no refleja el dinamismo del original).

Los hechos vividos con el Espíritu de Jesús le han hecho comprender “que Dios no hace distinciones (lit.: no es persona de favoritismos), acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea (lit.: “en toda nación el que lo respeta y practica la justicia le es aceptable”)”. Israel ha sido mediación –Jesús es israelita- para el Evangelio de Dios: “envió la palabra a los hijos de Israel anunciando la paz a través de Jesucristo, el Señor de todos”. Pablo se hará eco de esta perspectiva al entender la obra de Jesús como comunión amorosa, que hace la verdadera paz: Jesús “ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa”, y por ello es “nuestra paz” (Ef 2,14).

Pedro presenta a Jesús como un acontecimiento singular: “conocéis el hecho (`rema´: palabra, mensaje, suceso, evento...) ocurrido en toda Judea, procedente de Galilea tras el bautismo que predicó Juan, Jesús el de Nazaret (Jesús está en acusativo, apuesto al complemento directo de `conocéis´: conocéis `el hecho Jesús´) cómo Dios le ungió con Espíritu Santo y fuerza (alusión clara al bautismo de Jesús que celebramos hoy)”. Y como fruto de esa unción espiritual: “pasó haciendo el bien (euerguetón: haciendo bien; no sólo euanguelidson: anunciando el bien) y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque el Dios estaba con él”. Pedro, que debía afianzar a sus hermanos en el Espíritu de Jesús (Lc 22,32b), bautiza a un no judío, confirmando así la universalidad de la salvación cristiana. Ya venían haciéndolo los más intrépidos misioneros cristianos (el diácono Felipe: He 8,26-40) y así había sido anunciado a Pablo (He 9,15).

Oración:Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo (He 10,34-38)

Jesús, ungido con la fuerza del Espíritu divino.
Contemplamos hoy tu bautismo, tu investidura como misionero del Padre.
Es un hecho, central en tu vida, subrayado por los cuatro evangelios
(Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34).

Acudiendo al bautismo de Juan demuestras el compromiso de tu vida:
compartes la protesta de Juan contra la situación miserable del pueblo;
te unes a su invitación a trabajar por un mundo justo;
experimentas que “el cielo se rasga”, se comunica contigo, el Hombre;
sientes que el Espíritu divino habita en tu vida humana;
tomas conciencia de que eres el Hijo, el amado del Padre.

“Inmediatamente”, apunta Marcos, el Espíritu conduce tu existencia:
“te empuja al desierto” de la vida, donde te zarandean “fieras y ángeles”;

La muerte injusta de Juan es el signo del Espíritu que pone en marcha tu misión:
“se ha cumplido el tiempo: el Reino de Dios está cerca;
cambiad y creed en la Buena Noticia” del amor del Padre.

Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, nos acerca a los primeros misioneros:
llenos de tu mismo Espíritu, vinculados al amor del Padre común;
dicen tener un solo corazón y una sola alma;
no consienten que nadie pase hambre, como hacías tú,
compartiendo y multiplicando lo que tienen;
van rompiendo poco a poco el gueto de su religión nacionalista;
van comprendiendo que el Creador es Padre de todos;
repasan tu vida atenta a todos, sean de la religión que sean;
reconocen “cómo Dios te ungió con Espíritu Santo y fuerza”;
proclaman cómo “pasaste haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo,
porque el Dios estaba contigo”;
testifican que el Espíritu del Padre te ha resucitado y vives para siempre.

Ellos han tenido experiencia de tu vida resucitada:
han reconocido tu perdón a su cobarde comportamiento;
se han visto desbordados por tu amor incondicional;
sienten tu alegría de resucitado que devuelve sentido a la cruz;
están dispuestos a ser, como tú, testigos del mismo Amor de Dios;
invitan a creer en tu nombre, en tu presencia entre nosotros.

Quienes van creyendo, reciben tu mismo Espíritu;
lo celebran bañándose con agua, símbolo de muerte y de vida;
como tú, se creen ungidos con la fuerza del Espíritu Santo;
se consideran hijos de Dios, y le llaman ¡Padre-Madre!
se sienten enviados a tu misma misión: ser testigos del Amor;
se comprometen a vivir como Tú: “hacer bien y curar de todo mal”.

El texto leído hoy nos presenta a Pedro, el primer responsable de la misión,
“comprendiendo que Dios no hace distinciones” en su amor;
Dios “acepta al que lo respeta y practica la justicia, sea de la nación que sea”.

Como fruto de esta comprensión, Pedro acoge a personas religiosas y no religiosas:
a todas les entrega, si creen en tu Amor, tu mismo Espíritu;
el Espíritu que sólo hace bien y cura de cualquier mal;
el Espíritu de libertad que se deja guiar por el Amor;
el Espíritu que quiere vida digna para todos y trabaja por lograrla.

Jesús, bautizado con el Espíritu de Dios:
atiende nuestra oración fraternal, que hacemos con tu mismo Espíritu:
“danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana,
inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado,
ayúdanos a estar disponibles ante quien se siente explotado y deprimido...”
(Plegaria eucarística 5 b).

Rufo González
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