DOMINGO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO-C
“¡Ay de mí si no evangelizo!”
Introducción:el Espíritu se manifiesta para el bien común (1Cor 12,4-11)
Los tres domingos próximos leemos los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta a los Corintios. El capítulo 12 en los domingos segundo y tercero; el 13 se lee íntegro en el cuarto. Estos capítulos, junto con el 14, forman una unidad literaria dedicada a los dones del Espíritu. Semejan un “sándwich literario”: lo más sustancioso -el don del amor cristiano, en el 13- está apresado por los cap. 12 y 14 sobre la multiplicidad, finalidad y uso de los dones en la comunidad y en sus asambleas.
Para comprender el capítulo 12, conviene leer los tres primeros versículos, omitidos en la lectura litúrgica. “Sobre los [dones, impulsos...] espirituales, hermanos, no quiero, que estéis en la ignorancia (12,1). Sabéis que, cuando erais paganos, erais conducidos hacia los ídolos mudos (Hab 2,18-19: esculturas de madera, piedra, oro o plata) siguiendo el ímpetu que os venía” (12,2). Y añade un principio claro para distinguir cuándo una actuación procede del Espíritu de Dios: “por eso os hago saber que nadie, hablando con Espíritu de Dios, dice: `anatema Jesús´, y nadie puede decir `Señor Jesús´ a no ser en Espíritu Santo” (12,3). “Renegar de Jesús” supone no guiarse por el Espíritu de Dios, y “reconocerle Señor” es dejarse llevar del Espíritu divino.
La conexión entre Jesús y el Espíritu de Dios es un dato evangélico incuestionable. Para rebatir a los dirigentes judíos, que le acusan de estar movido por el espíritu del mal, del demonio, Jesús apela a sus obras buenas y generosas, expresivas del amor de Dios. No verlo es negar la evidencia, llamar “mal” al “bien”, “blasfemar contra el Espíritu Santo” (Mt 12, 22-32; Mc 3, 20-30; Lc 11, 14-23; 12,10). No es sólo cuestión de “palabra”, sino de vida conducida por el Espíritu de Dios.
Los vv. 4-6, reconocen la “diversidad de carismas, servicios (“diaconías”) y actividades y la unidad de origen en un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios que lo activa todo en todos” (v. 4-6). Los carismas, servicios y actividades comunitarios... para ser auténticos tienen que ser buenos (realizar al ser humano y liberarlo del mal) y estar activados por el amor del Dios “que hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos”.
Los vv. 7-11, primero aclaran que todo carisma es “manifestación del Espíritu para el provecho nuestro” (synforon, de synfero: llevar conjuntamente; algo que se lleva compartido). Después enumeran diversos carismas: “palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, carismas de curaciones, operaciones de portentos, profecía, discernimiento de espíritus, diversidad e interpretación de lenguas”. El versículo 11 recuerda de nuevo que “el único y el mismo Espíritu activa todos (los carismas) distribuyéndolos a cada uno en particular como quiere”.
Oración:el Espíritu se manifiesta para el bien común (1Cor 12,4-11)
Jesús lleno de carismas, servicios y actividades para nuestro bien.
Contemplamos hoy a las primeras comunidades agraciadas con tus mismos dones:
“palabras de sabiduría y ciencia”: llenas de la buena noticia del Reino,
y sabedoras de que el Reino de Dios es nuestra realización y dicha;
“fe”: confianza en el amor del Padre, que está y “trabaja” siempre a favor nuestro;
“carismas de curaciones”: actitudes sanas y sanadoras de toda dolencia;
“operaciones de portentos”: audaces para cambiar y emprender obras de amor;
“profecía”: hablan de parte de Dios, son portavoz de su voluntad;
“discernimiento de espíritus”: destapan los engaños del egoísmo interesado;
“diversidad de lenguas y su interpretación”: lenguajes que edifican la comunidad.
Es el Espíritu que te llenaba a ti, Jesús, y que entregas a tus fieles,
para vivir de tu amor y poder hacer obras como las tuyas y aún mayores.
Con el concilio Vaticano II, cuyo cincuenta aniversario celebramos, reconocemos que:
“tu Espíritu habita en la Iglesia y en nuestro corazón como en un templo;
en nosotros ora y da testimonio de la adopción de hijos;
induce la Iglesia hacia toda verdad, la unifica en comunión y servicio,
la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos,
y la adorna con sus frutos;
la hace rejuvenecer con la fuerza del Evangelio,
la renueva continuamente,
la conduce a la unión consumada con su Esposo...”.
El mismo concilio nos ofrece la misma palabra de Pablo hoy:
el Espíritu “repartiendo sus dones a cada uno según quiere,
distribuye, entre los creyentes de todo orden, gracias también especiales;
con estas gracias nos vuelve aptos y listos para acoger varias obras y deberes,
provechosos para la renovación y más amplia edificación de la Iglesia:
a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el provecho común.
Estos carismas, tanto los más brillantes como los más simples y más extendidos,
al ser muy acomodados y útiles a las necesidades de la Iglesia,
han de ser recibidos con acción de gracias y consuelo.
Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente,
ni esperar presuntuosamente de ellos los frutos de las obras apostólicas;
el juicio sobre su autenticidad y ejercicio está en quienes presiden la Iglesia;
a ellos especialmente compete, no extinguir el Espíritu,
pero sí probar todo, y sostener lo que es bueno” (Lumen Gentium n. 4 y 12).
Jesús lleno de carismas, servicios y actividades para nuestro bien:
necesitamos escuchar “palabras de sabiduría y ciencia”,
que nos expliquen con sencillez que el Reino de Dios, su voluntad,
coincide con nuestra realización y felicidad verdaderas;
auméntanos la “fe” en el amor del Padre, que ama y “trabaja” a favor nuestro;
agradecemos los “carismas de curaciones” que hay en tantos hermanos,
que cultivan actitudes sanas y sanadoras a favor de todos;
queremos ayudar a los agraciados por tu valentía, que “operan portentos”:
exigen cambios audaces y emprenden obras acordes con tu amor;
envíanos “profetas”, portavoces del amor del Padre-Madre Dios,
que imitan tu conducta de libertad y proclaman tu evangelio;
aviva nuestro “discernimiento de espíritus”, para no ser contradictorios,
para recuperar tu libertad y tu amor frente a nuestro egoísmo,
para que “todo el Pueblo de Dios, sobre todo sus pastores y teólogos,
escuche, discierna, interprete y juzgue, con la ayuda del Espíritu Santo,
los diversos lenguajes de nuestro tiempo,
a fin de que la Verdad revelada sea percibida más profundamente,
entendida mejor y propuesta en forma más adecuada” (Gaudium et Spes 44).
Rufo González
Introducción:el Espíritu se manifiesta para el bien común (1Cor 12,4-11)
Los tres domingos próximos leemos los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta a los Corintios. El capítulo 12 en los domingos segundo y tercero; el 13 se lee íntegro en el cuarto. Estos capítulos, junto con el 14, forman una unidad literaria dedicada a los dones del Espíritu. Semejan un “sándwich literario”: lo más sustancioso -el don del amor cristiano, en el 13- está apresado por los cap. 12 y 14 sobre la multiplicidad, finalidad y uso de los dones en la comunidad y en sus asambleas.
Para comprender el capítulo 12, conviene leer los tres primeros versículos, omitidos en la lectura litúrgica. “Sobre los [dones, impulsos...] espirituales, hermanos, no quiero, que estéis en la ignorancia (12,1). Sabéis que, cuando erais paganos, erais conducidos hacia los ídolos mudos (Hab 2,18-19: esculturas de madera, piedra, oro o plata) siguiendo el ímpetu que os venía” (12,2). Y añade un principio claro para distinguir cuándo una actuación procede del Espíritu de Dios: “por eso os hago saber que nadie, hablando con Espíritu de Dios, dice: `anatema Jesús´, y nadie puede decir `Señor Jesús´ a no ser en Espíritu Santo” (12,3). “Renegar de Jesús” supone no guiarse por el Espíritu de Dios, y “reconocerle Señor” es dejarse llevar del Espíritu divino.
La conexión entre Jesús y el Espíritu de Dios es un dato evangélico incuestionable. Para rebatir a los dirigentes judíos, que le acusan de estar movido por el espíritu del mal, del demonio, Jesús apela a sus obras buenas y generosas, expresivas del amor de Dios. No verlo es negar la evidencia, llamar “mal” al “bien”, “blasfemar contra el Espíritu Santo” (Mt 12, 22-32; Mc 3, 20-30; Lc 11, 14-23; 12,10). No es sólo cuestión de “palabra”, sino de vida conducida por el Espíritu de Dios.
Los vv. 4-6, reconocen la “diversidad de carismas, servicios (“diaconías”) y actividades y la unidad de origen en un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios que lo activa todo en todos” (v. 4-6). Los carismas, servicios y actividades comunitarios... para ser auténticos tienen que ser buenos (realizar al ser humano y liberarlo del mal) y estar activados por el amor del Dios “que hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos”.
Los vv. 7-11, primero aclaran que todo carisma es “manifestación del Espíritu para el provecho nuestro” (synforon, de synfero: llevar conjuntamente; algo que se lleva compartido). Después enumeran diversos carismas: “palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, carismas de curaciones, operaciones de portentos, profecía, discernimiento de espíritus, diversidad e interpretación de lenguas”. El versículo 11 recuerda de nuevo que “el único y el mismo Espíritu activa todos (los carismas) distribuyéndolos a cada uno en particular como quiere”.
Oración:el Espíritu se manifiesta para el bien común (1Cor 12,4-11)
Jesús lleno de carismas, servicios y actividades para nuestro bien.
Contemplamos hoy a las primeras comunidades agraciadas con tus mismos dones:
“palabras de sabiduría y ciencia”: llenas de la buena noticia del Reino,
y sabedoras de que el Reino de Dios es nuestra realización y dicha;
“fe”: confianza en el amor del Padre, que está y “trabaja” siempre a favor nuestro;
“carismas de curaciones”: actitudes sanas y sanadoras de toda dolencia;
“operaciones de portentos”: audaces para cambiar y emprender obras de amor;
“profecía”: hablan de parte de Dios, son portavoz de su voluntad;
“discernimiento de espíritus”: destapan los engaños del egoísmo interesado;
“diversidad de lenguas y su interpretación”: lenguajes que edifican la comunidad.
Es el Espíritu que te llenaba a ti, Jesús, y que entregas a tus fieles,
para vivir de tu amor y poder hacer obras como las tuyas y aún mayores.
Con el concilio Vaticano II, cuyo cincuenta aniversario celebramos, reconocemos que:
“tu Espíritu habita en la Iglesia y en nuestro corazón como en un templo;
en nosotros ora y da testimonio de la adopción de hijos;
induce la Iglesia hacia toda verdad, la unifica en comunión y servicio,
la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos,
y la adorna con sus frutos;
la hace rejuvenecer con la fuerza del Evangelio,
la renueva continuamente,
la conduce a la unión consumada con su Esposo...”.
El mismo concilio nos ofrece la misma palabra de Pablo hoy:
el Espíritu “repartiendo sus dones a cada uno según quiere,
distribuye, entre los creyentes de todo orden, gracias también especiales;
con estas gracias nos vuelve aptos y listos para acoger varias obras y deberes,
provechosos para la renovación y más amplia edificación de la Iglesia:
a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el provecho común.
Estos carismas, tanto los más brillantes como los más simples y más extendidos,
al ser muy acomodados y útiles a las necesidades de la Iglesia,
han de ser recibidos con acción de gracias y consuelo.
Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente,
ni esperar presuntuosamente de ellos los frutos de las obras apostólicas;
el juicio sobre su autenticidad y ejercicio está en quienes presiden la Iglesia;
a ellos especialmente compete, no extinguir el Espíritu,
pero sí probar todo, y sostener lo que es bueno” (Lumen Gentium n. 4 y 12).
Jesús lleno de carismas, servicios y actividades para nuestro bien:
necesitamos escuchar “palabras de sabiduría y ciencia”,
que nos expliquen con sencillez que el Reino de Dios, su voluntad,
coincide con nuestra realización y felicidad verdaderas;
auméntanos la “fe” en el amor del Padre, que ama y “trabaja” a favor nuestro;
agradecemos los “carismas de curaciones” que hay en tantos hermanos,
que cultivan actitudes sanas y sanadoras a favor de todos;
queremos ayudar a los agraciados por tu valentía, que “operan portentos”:
exigen cambios audaces y emprenden obras acordes con tu amor;
envíanos “profetas”, portavoces del amor del Padre-Madre Dios,
que imitan tu conducta de libertad y proclaman tu evangelio;
aviva nuestro “discernimiento de espíritus”, para no ser contradictorios,
para recuperar tu libertad y tu amor frente a nuestro egoísmo,
para que “todo el Pueblo de Dios, sobre todo sus pastores y teólogos,
escuche, discierna, interprete y juzgue, con la ayuda del Espíritu Santo,
los diversos lenguajes de nuestro tiempo,
a fin de que la Verdad revelada sea percibida más profundamente,
entendida mejor y propuesta en forma más adecuada” (Gaudium et Spes 44).
Rufo González