Domingo 7º TO A 2ª Lect. (19.02.2017): el Amor nos da la verdadera libertad

Introducción:Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios (1Cor 3, 16-23)
Con la metáfora antigua del templo, Pablo recuerda hoy que los cristianos son “templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ellos”. Desde el respeto que la antigüedad sentía por la santidad de los templos y castigaba su profanación, se entiende la dignidad que Pablo reconoce al cristiano al considerarle “templo de Dios, de su Espíritu”. A vivir esta dignidad está llamada toda persona:
“El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo..., en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El hombre cristiano... recibe las primicias del Espíritu (Rm 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu..., se restaura internamente todo el hombre...” (GS 22).


La “sabiduría de este mundo” y la “sabiduría divina”
El vivir mundano está basado en el egoísmo, en la ley del más fuerte, en el dominio de unos sobre otros, en el vivir sólo “para sí”. La sabiduría de Dios, que vivió Jesús, es el Amor divino, que ama en toda circunstancia, hasta la cruz. Esta sabiduría lleva a desplegar talentos y capacidades, valores humanos, al servicio de la humanidad. “Todo lo verdadero, respetable, justo, limpio, estimable, de buena fama, cualquier virtud o mérito, eso tenedlo por vuestro” (Flp 4,8). El necio de este mundo egoísta, lleno de vanidad y orgullo, es sabio del Dios del Reino que quiere la dicha de toda persona.

Todo es vuestro
Es un modo de expresar la libertad cristiana. Especialmente en la relación de la comunidad con sus servidores (llamados “ministros”). Estos no son “la iglesia” ni sus dueños. Ejercen un servicio que cada comunidad debe valorar en el Espíritu de Jesús. Todos somos de Cristo y Cristo de Dios. En el Espíritu de Jesús disponemos de quienes nos sirven, del mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro... Esto supone que lo central de la Iglesia es la comunidad. Cada comunidad se constituye y organiza con arreglo a sus posibilidades pero con características cristianas comunes (LG 9):
- comunidad igualitaria (no uniforme) en dignidad y libertad de hijos de Dios, fruto del bautismo aceptado libremente. Igualdad que no impide la diversidad de carismas y servicios.
- corresponsabilidad: la comunidad y su funcionamiento dependen de todos. Cada uno debe estar dispuesto a aportar lo que pueda y elija la comunidad, siempre desde la libertad y el amor de Jesús.
- comunidad de fe y vida: lo que une es la fe en Jesús de Nazaret, que ilumina la vida desde su Evangelio, la alimenta con su memoria y su presencia resucitada.
- comunidad para el Reino de Dios: vivir las bienaventuranzas, buscar un mundo mejor, trabajar para que haya pan, libertad, amor, paz... Es decir, dilatar el Reino de Dios.
- comunidad ubicada en un contorno: insertada en los problemas locales, unida a toda persona que trabaje por el bien de nuestros convecinos, comprometida, realista.
- en comunión con las comunidades cristianas: parroquiales, diocesanas, nacionales, universales.

"Comunidad-ministerios" supera la vieja concepción “clero-laicos”
El ministerio es servicio, no poder ni mando. Servicio múltiple y variado: en tiempos y temas, condicionado a las personas y a la comunidad. Son servicios evangélicos: coordinar, animar, anunciar y explicar la Palabra, presidir la eucaristía, administrar, formar, participar en las diversas celebraciones, atender a enfermos, cuidar los locales, etc., etc. Cada comunidad cuida y controla sus servicios con arreglo a sus posibilidades. La Iglesia católica puede aceptar desde el Evangelio a comunidades ya existentes, que viven en sus márgenes, sin comunión mutua. Comunión impedida por leyes que pueden cambiar. Leyes que han producido cismas, ahora reconocidas equivocaciones:
“aceptamos y propugnamos un tipo de cura no clerical: vocacional, carismático, servicial, profético, evangélico, que sea uno más sin dejar de ser él mismo, ofrezca lo que es y comparta lo que somos.
Un cura obrero, casado, un miembro más de la comunidad, obediente a lo que la comunidad necesite o pida de él, atento o al cuidado (“cura”) de la construcción de la comunidad desde el Evangelio y el seguimiento de Jesús, en comunión eclesial crítica y libre, amorosa y respetuosa. La experiencia nos demuestra que es posible, pero a la vez un reto “ser cura sin ser clero”: superar las taras que marca el clericalismo sin anular ni desdibujar el carisma del ministerio presbiteral. Para ellos es fundamental la opción personal pero acompañada de una opción comunitaria por un tipo de cura y sobre todo de comunidad” (“Curas en unas comunidades adultas”, pág. 155-163. Moceop. 2015. C/ García Lorca 47. 28905 Getafe).


Oración:Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios (1Cor 3, 16-23)

Jesús que con tu Espíritu nos has hecho tuyos:
no para servirte, sino para servirnos y darnos vida;
no para ser “señor y amo”, sino para darnos tu capacidad de amar;
no para pescarnos y dominarnos, sino para ser “amigos, hermanos...”;
no para ser esclavos, sino para disfrutar la filiación y fraternidad universales.

Todo es vuestro”:
“No se hizo el seglar para el cura sino el cura para el seglar.
No se hizo el católico para la misa sino la misa para el católico.
No se hizo el cristiano para Cristo sino Cristo para el cristiano.
No se hizo la criatura para Dios sino Dios para la criatura.
En resumidas cuentas: se hizo el hermano para el hermano
y se hizo el hombre para el hombre”
(Luis Felipe Vivanco: Antología poética, Madrid 1976, 118).


Gracias, Cristo Jesús, por vivir para nosotros:
tu Espíritu nos hace “templos” de tu presencia resucitada;
nos restaura interiormente dándonos a conocer tu persona;
aclarando los rasgos tuyos, Hijo de Dios y hermano mayor de todos;
inspirándonos las mejores plegarias, “como Dios quiere”;
convenciéndonos de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni soberanías,
ni lo presente ni lo futuro, ni poderes ni alturas, ni abismos,
ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor que Dios nos tiene,
en Ti, Cristo Jesús, Señor nuestro
” (Rom 8, 26-30. 38-39).

Reconocemos en Ti, en tu amor, la sabiduría divina:
amad como Dios ama;
amaos unos a otros como yo os amo;
en el amor que os tenéis, conocerán que sois mis discípulos
” (Jn 13, 34-35).

Somos conscientes, como Tú, de las dificultades de tu sabiduría:
si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 20);
la cruz es consecuencia inevitable de la práctica del amor;
persecución interior de nuestro egoísmo, pereza, miedo, ignorancia...;
persecución exterior del mundo injusto, malpensante, controlador, envidioso...

Como Pablo, nos “hacemos necios de este mundo” egoísta:
¡nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo! (1 Cor 2,16);
este ha sido y está siendo el gran regalo de la Iglesia:
- darnos tu palabra, que muchas veces contradice su propia vida;
- acercarnos tus signos de vida, a veces inadecuadamente;
- fomentar tu amor, a pesar de sus contradicciones sin cuento;
- las funciones eclesiales son “oficio de amor” (san Agustín: In Jo. Evang. 122,5; ML 35,1967);
- “la Iglesia de Roma preside en la caridad” (agapé), decía san Ignacio de Antioquía (s. II; Ep. ad Rom., Inscr.: PG 5, 801).

Queremos sentir tu libertad:
a ella hemos sido llamados” por el amor del Padre;
libertad que “no dé pie a los bajos instintos,
sino que el amor nos tenga al servicio de los demás...
proceded guiados por el Espíritu y nunca cederéis a deseos rastreros
” (Gál 5, 13.16).

Esta libertad amorosa es fruto del Espíritu Santo:
todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro.
Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios
”.

Somos tuyos al dejarnos empapar de tu Espíritu:
el amor del Padre nos ha consagrados, nos hace santos;
llevados por ese amor participamos de tu sentir y obrar;
nos liberamos de quienes intentan someternos a su servicio;
utilizamos el mundo y sus cosas para dar vida, sobre todo a los más débiles;
tu amor nos hace superar el miedo a la enfermedad y la muerte;
estamos convencidos de que tu Espíritu está siempre con nosotros.

Gracias, Jesús, Cristo de Dios, lleno del Espíritu divino:
por tu amor tan íntimo,
por tu libertad tan sorprendente,
por el Espíritu que has derramado en nuestro corazón.

Deseamos que la Iglesia se abra más a tu Espíritu:
- que nos devuelva a las bienaventuranzas evangélicas, a tu corazón, a tu Amor;
- “que vaya abriendo en su seno eclesial espacios inéditos, pero viables,
de libertad, de reconocimiento de la dignidad de los diferentes,
de opinión pública, de derechos humanos, etc.
- que vuelva al modelo comunitario de corresponsabilidad,
de “nuevos ministerios abiertos a hombres casados y mujeres” (1).

- que haga posible la unión de todos los cristianos:
* para que “todas las Iglesias nos reconozcamos las unas a las otras,
con todas sus particularidades, como verdaderas Iglesias de Jesús;
* para que nos reconozcamos en profunda comunión espiritual y evangélica,
aunque nuestras doctrinas e instituciones sean diversas;
* para que, desde el mutuo reconocimiento fraterno y sororal,
las Iglesias inventen otras estructuras de “comunión”,
de representación y coordinación que les parezcan más convenientes” (2).


(1) “El hombre es el camino de la Iglesia” (F. J. Vitoria en “Presencia pública de la Iglesia ¿Fermento de fraternidad o camisa de fuerza?”. Cristianisme i Justicia. Barcelona 2009, p. 55-62).
(2) (J. Arregui en RD: “Sueño con que el papa se levante y diga” 28.11.16 | 10:19..

Rufo González
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