Domingo 7º TO 2ª Lect. (24.02.2019): El Espíritu de Jesús nos guía a la plenitud
Comentario: “llevaremos también la imagen del celestial” (1Cor 15, 45-49)
En los dos domingos anteriores, hemos leído dos afirmaciones importantes de fe : Jesús ha resucitado (1Cor 15, 1-11), y nosotros resucitaremos también (1Cor 15,12.16-20). Hoy leemos un fragmento de la reflexión paulina en el que intenta imaginar y hacer comprensible cómo será dicha resurrección.
“Llevaremos también la imagen del celestial”
Tras el dato de fe (Jesús resucitó y nosotros resucitaremos), vienen las preguntas: ¿cómo será nuestra resurrección?, ¿con qué cuerpo resucitaremos?... Pablo nos ofrece dos líneas de reflexión:
a)de tipo analógico (vv. 35-44), buscando comparaciones e imágenes que pueden hacer coherente ese otro modo de vida que se inaugura tras la muerte física. Uno de ellos es la siembra: la semilla muere y fructifica en otra realidad nueva. El otro son diversos cuerpos (terrestres y celestes) y sus diversos resplandores. Tras la muerte, surgen otros cuerpos: incorruptibles, gloriosos, fuertes...
b)de tipo teológico (44b-50). Esta es la lectura de hoy. Compara al primer ser humano (Adán) con Jesús, hombre lleno del Espíritu (el hombre de la segunda creación). El primero “se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante”. Jesús, lleno del Espíritu Santo, es “hombre del cielo”, resucitado. Así nos pasará a nosotros: “lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial”.
El Espíritu de Jesús nos llena del todo en la vida definitiva, eterna, resucitada
San Ambrosio (s. IV), comentando la carta a los Gálatas, dice:
El ser humano, al recibir el Espíritu, se siente hijo de Dios, en solidaridad con el mismo Jesús. Por eso confía en que el Espíritu que resucitó a Jesús le resucitará. El Espíritu nos hace vivir en amor: “sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14). Este amor nos lleva a hacer cosas como las de Jesús y aún mayores (Jn 14, 12). Este amor hace posible el evangelio leído hoy: “amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo... Sed misericordiosos como vuestro Padre...” (Lc 6, 27-38). Es la ética cristiana, derivada del amor gratuito de Dios. Es la ética humana radical y gratuita, la más profundamente humana. Llena la aspiración a la concordia y a la felicidad. Evita de raíz: la violencia, la venganza, el descarte...
Oración: “llevaremos también la imagen del celestial” (1Cor 15, 45-49)
Jesús resucitado:
Hoy, la lectura de Pablo nos incita a vivir de tu Espíritu;
el Espíritu que te llenó, te acompañó y entregaste al morir;
el Espíritu que te convirtió “en espíritu vivificante”:
El Espíritu nos hace solidarios contigo en la vida en la muerte:
“Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros,
el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús
también dará vida a vuestros cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).
Tu Espíritu nos da la confianza radical en la vida y en la muerte:
“Él da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios;
y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo;
de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (Rm 8, 16-17).
Por el bautismo “poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior,
aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8, 23).
Dios “a los que había conocido de antemano los predestinó
a reproducir la imagen de su Hijo,
para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.
Y a los que predestinó, los llamó;
a los que llamó, los justificó;
a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 29.30).
“Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados,
ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad,
ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 38-39).
Este Espíritu nos está realizando como personas:
“mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos, que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo,
como él es puro” (1Jn 3, 1-3).
Este Espíritu nos suministra la medicina más valiosa de la vida:
“el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5, 5);
el amor de Dios hace estas propuestas:
“- amad a vuestros enemigos,
- haced el bien a los que os odian,
- bendecid a los que maldicen,
- orad por los que os calumnian...
- tratad a los demás como queréis que ellos os traten...
- haced el bien y prestad sin esperar nada
Así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo,
porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordiosos” (Lc 6,27. 36).
Danos, Señor, un amor como el tuyo:
amor que nos da vida sin cobrar y sin exigir nada;
amor que nos quiere siempre, incluso cuando le rechazamos;
amor que nos espera siempre, aunque estemos fuera del camino;
amor que nos llama siempre a vivir y a disfrutar de la vida.
Rufo González
Leganés, febrero 2019
En los dos domingos anteriores, hemos leído dos afirmaciones importantes de fe : Jesús ha resucitado (1Cor 15, 1-11), y nosotros resucitaremos también (1Cor 15,12.16-20). Hoy leemos un fragmento de la reflexión paulina en el que intenta imaginar y hacer comprensible cómo será dicha resurrección.
“Llevaremos también la imagen del celestial”
Tras el dato de fe (Jesús resucitó y nosotros resucitaremos), vienen las preguntas: ¿cómo será nuestra resurrección?, ¿con qué cuerpo resucitaremos?... Pablo nos ofrece dos líneas de reflexión:
a)de tipo analógico (vv. 35-44), buscando comparaciones e imágenes que pueden hacer coherente ese otro modo de vida que se inaugura tras la muerte física. Uno de ellos es la siembra: la semilla muere y fructifica en otra realidad nueva. El otro son diversos cuerpos (terrestres y celestes) y sus diversos resplandores. Tras la muerte, surgen otros cuerpos: incorruptibles, gloriosos, fuertes...
b)de tipo teológico (44b-50). Esta es la lectura de hoy. Compara al primer ser humano (Adán) con Jesús, hombre lleno del Espíritu (el hombre de la segunda creación). El primero “se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante”. Jesús, lleno del Espíritu Santo, es “hombre del cielo”, resucitado. Así nos pasará a nosotros: “lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial”.
El Espíritu de Jesús nos llena del todo en la vida definitiva, eterna, resucitada
San Ambrosio (s. IV), comentando la carta a los Gálatas, dice:
“el llegar a ser definitivamente hijos de Dios, lleva consigo la redención de todo el cuerpo, cuando cada uno, como hijo de Dios que es por adopción, vea cara a cara el bien divino y eterno. Es verdad que también en la Iglesia del Señor se llega a ser hijo de Dios, cuando grita el Espíritu: `Abba, Padre´, como se lee en la carta a los Gálatas; pero sólo se llega a ser hijo de Dios en todo el sentido de la palabra, al resucitar en incorrupción, honor y gloria todo el que ha merecido ver el rostro de Dios. Sólo entonces logrará la condición humana la verdadera y completa redención” (Ep. 35,4-6.13: PL -edic. 1845-, 1078-1079, 1081. Cf. Oficio lecturas. 2ªlectura, miércoles V semana TO).
El ser humano, al recibir el Espíritu, se siente hijo de Dios, en solidaridad con el mismo Jesús. Por eso confía en que el Espíritu que resucitó a Jesús le resucitará. El Espíritu nos hace vivir en amor: “sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14). Este amor nos lleva a hacer cosas como las de Jesús y aún mayores (Jn 14, 12). Este amor hace posible el evangelio leído hoy: “amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo... Sed misericordiosos como vuestro Padre...” (Lc 6, 27-38). Es la ética cristiana, derivada del amor gratuito de Dios. Es la ética humana radical y gratuita, la más profundamente humana. Llena la aspiración a la concordia y a la felicidad. Evita de raíz: la violencia, la venganza, el descarte...
Oración: “llevaremos también la imagen del celestial” (1Cor 15, 45-49)
Jesús resucitado:
Hoy, la lectura de Pablo nos incita a vivir de tu Espíritu;
el Espíritu que te llenó, te acompañó y entregaste al morir;
el Espíritu que te convirtió “en espíritu vivificante”:
“Espíritu de vida o fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7,38s);
por quien el Padre vivifica a las personas, muertas por el pecado,
hasta resucitar en Cristo sus cuerpos mortales (cf. Rm 8,10-11);
el Espíritu que habita en la Iglesia
y en corazón de los fieles como en un templo (1Cor 3,16; 6,19)
y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (cf. Gál4, 6; Rm 8, 15-16 y 26)”
(Concilio Vaticano II, LG 4)
El Espíritu nos hace solidarios contigo en la vida en la muerte:
“Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros,
el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús
también dará vida a vuestros cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).
Tu Espíritu nos da la confianza radical en la vida y en la muerte:
“Él da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios;
y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo;
de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (Rm 8, 16-17).
Por el bautismo “poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior,
aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8, 23).
Dios “a los que había conocido de antemano los predestinó
a reproducir la imagen de su Hijo,
para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.
Y a los que predestinó, los llamó;
a los que llamó, los justificó;
a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 29.30).
“Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados,
ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad,
ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 38-39).
Este Espíritu nos está realizando como personas:
“mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos, que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo,
como él es puro” (1Jn 3, 1-3).
Este Espíritu nos suministra la medicina más valiosa de la vida:
“el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5, 5);
el amor de Dios hace estas propuestas:
“- amad a vuestros enemigos,
- haced el bien a los que os odian,
- bendecid a los que maldicen,
- orad por los que os calumnian...
- tratad a los demás como queréis que ellos os traten...
- haced el bien y prestad sin esperar nada
Así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo,
porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordiosos” (Lc 6,27. 36).
Danos, Señor, un amor como el tuyo:
amor que nos da vida sin cobrar y sin exigir nada;
amor que nos quiere siempre, incluso cuando le rechazamos;
amor que nos espera siempre, aunque estemos fuera del camino;
amor que nos llama siempre a vivir y a disfrutar de la vida.
Rufo González
Leganés, febrero 2019