Domingo 5º TO A 2ª Lect. (05.02.2017): Iglesia, “manifestación y fuerza del Espíritu”

Introducción:entre vosotros me precié de saber a Jesucristo, y éste crucificado” (1Cor 2, 1-5)
Pablo está convencido de que lo que ha hecho surgir la comunidad cristiana ha sido el Espíritu del Resucitado. El hecho de reunirse a la mesa del Señor, sin que cuenten las diferencias, varones y mujeres, sin clericalismo de ninguna clase, todos hijos y hermanos, cada uno participando según el don recibido, acogiendo hasta los no creyentes (1Cor 14,23ss)... es tan extraordinario que sólo puede venir del Amor del Padre.

Pablo ha proclamado el evangelio
El evangelio de Jesús es el Amor del Misterio divino. Este Amor ha resucitado a Jesús, que sigue vivo y actúa mediante su Espíritu. A través del apóstol es Jesús vivo quien anuncia el evangelio del Amor del Padre. Este Amor, proclamado y vivido por Jesús, reúne a los hermanos, les manifiesta la justicia de Dios, la filiación divina, la fraternidad básica, la libertad guiada por el amor. Al anunciar este Amor, quien cree en este amor, lo recibe: “por medio de Jesús hemos obtenido -gracias a la fe en él- el acceso a esta gracia en que nos mantenemos y podemos poner el orgullo en la esperanza del esplendor de Dios” (Rm 5, 2). “Esta gracia” es el Amor del Misterio divino, manifestado en la vida de Jesús, y vivo en nosotros: “el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones gracias al Espíritu Santo que se nos dio” (Rm 5, 5).

Les dio a conocer a Jesucristo, “y este crucificado
Recuerda Pablo que, cuando les anunció el evangelio, no recurrió “a excelencia de la palabra” (la retórica o elocuencia) ni a la “sabiduría” (la filosofía o conocimiento razonado). Más bien “estuve entre vosotros lleno de debilidad, de miedo y de temblor...; mi lenguaje y predicación no fueron persuasivas declaraciones de sabiduría humana”. Pablo “sabía a Jesucristo, y este crucificado”. En Gál 6, 14, Pablo reconoce estar orgulloso de la cruz de Jesús “por la que el mundo está crucificado para él y él para el mundo” (“mundo crucificado” = vivido desde el Amor). En Jesús, sobre todo en su pasión, se ha dado “la manifestación y el poder del Espíritu”. Al prender en ellos el Amor de Jesús crucificado (le creen vivo entre ellos, se reúnen a la mesa con su corazón fraterno, participan todos según el don recibido, aman como él ama, etc.), encuentran sentido, vida, realización. Jesús les ha manifestado la verdad del hombre y la verdad de Dios. Ha aparecido la gracia, el don de Dios: su Espíritu viene en auxilio nuestro, conduce a realizar “obras como las suyas y aún mayores” (Jn 14,12). Es así como la Iglesia contagia el Evangelio: “si ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae” (EG 100).

¿Son las comunidades cristianas hoy “manifestación y fuerza de tu Espíritu”?
En algunos aspectos, sí. La Iglesia en conjunto no brilla por el amor que ama como Dios ama. Se ve en muchos aspectos: trato a la mujer, a los obispos y presbítero casados, a las comunidades de base, a los divorciados, a los teólogos disidentes... La vida sencilla y fraterna de Jesús no se ve en las celebraciones eclesiales. La aureola del poder, honor, dinero... impide el diálogo, la participación de muchos, la libertad guiada por el amor... Muchas parroquias consumen su fuerza en religiosidad: jubileos, rezos, sacramentos, peregrinaciones, adoración perpetua de la eucaristía... Transformar la realidad: denunciar las contradicciones eclesiales y de la sociedad, unir “Padre nuestro” con “pan nuestro”, crecer en igual dignidad, en derechos humanos, en libertad, en justicia, en cuidar a los más necesitados, exigir cambios evangélicos en la Iglesia... parecen realidades no religiosas. Jesús brilló más por éstas últimas. Jesús vivió al margen del templo: rezaba solo y en compañía amical, invertía más tiempo en enseñar el Reino, en cuidar a los enfermos, en encontrarse con la gente... Su religión no estaban en los actos de culto, sino en la vida humana digna, feliz, libre, fraterna... Ahí era “sal y luz del mundo”.

Oración:entre vosotros me precié de saber a Jesucristo, y éste crucificado” (1Cor 2, 1-5)

Jesús resucitado, que pasaste amando hasta la cruz y la muerte:
el único Jesús real, histórico, el de Nazaret.

Pablo nos anuncia el “misterio de Dios”, manifestado en tu vida:
una vida humana, mayoritariamente anónima, escondida;
una vida que parece despertar a los treinta años:
- al convivir con un profeta marginal, el Bautista;
- al tomar conciencia de la injusticia social y política;
- al margen de la institución religiosa oficial:
* que vive para sí misma, volcada en el culto del templo;
* que no se duele de la miseria de los sencillos;
* que impone leyes opresivas, sin corazón;
* cuyos dirigentes buscan poder, vanagloria, dinero...

Tu vida está centrada en el amor que Dios tiene a todos:
amor que te lleva a dedicar todo tu esfuerzo:
- en curar a los enfermos;
- en acoger a los marginados;
- en formar un grupo donde se viva el amor del Padre;
- en denunciar valientemente la hipocresía de los guías religiosos.

Tu vida fue rota por la violencia de los poderosos:
más vale que muera uno por el pueblo” (Jn 11, 50),
este ha dicho que iba a destruir el templo” (Mt 26, 61),
si sueltas a ese, no eres amigo del César” (Jn 19, 12).

Tu vida fue rehecha por Dios resucitándola de entre los muertos:
el Dios de nuestros padres resucitó a Jesús
al que vosotros asesinasteis clavándolo en un madero
” (He 5, 30);
es a este Jesús a quien resucitó Dios,
y todos nosotros somos testigos de ello.
Exaltado así por Dios y recibiendo del Padre el Espíritu Santo prometido,
lo ha derramado: esto es lo que vosotros estáis viendo y oyendo
” (He 2, 32-33).

El Apóstol nos invita a entrar en el misterio del Amor:
a través de la vida de las comunidades cristianas;
es en ellas donde percibe la “manifestación y fuerza del Espíritu”;
no en él, que no era un orador brillante ni un pensador convincente;
estuvo lleno de debilidad, de miedo y de temblor...”;
él sólo te daba “a conocer a Ti, y a Ti crucificado”.

Pablo te llevaba en su corazón y en sus labios:
creía profundamente que Tú, Jesús resucitado, vives para siempre;
veía en sus comunidades la memoria de tu vida entregada;
te intuía a Ti al frente de la mesa, abrazando a los hermanos;
era tu Espíritu de amor universal quien abría su corazón al mundo;
cada uno, según el don recibido, participa en la marcha comunitaria;
eran como tu cuerpo resucitado con todos sus miembros en activo.

Tienen defectos y crisis, como todo lo humano:
divisiones, marginaciones, intento de superioridad y dominio, etc.;
pero saben mirar a Jesús crucificado y estar rehaciéndose constantemente.
“el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas,
es siempre una luz que atrae”, nos dice el Papa Francisco (EG 100).
¿Somos las comunidades cristianas hoy “manifestación y fuerza de tu Espíritu”?
¿brilla entre nosotros el rostro que ama como Dios ama?
¿se ve en nuestra vida la sencillez y humildad de tu vida?
¿hay confianza, diálogo, participación, libertad, respeto a la diversidad...?

Conviértenos, Jesús resucitado, con la fuerza de tu Espíritu:
al amor del Padre que quiere que todos nos realicemos;
a la cercanía de los que sufren, están caídos, sin pan, sin respeto...;
a la libertad guiada por “el amor que nos mantiene al servicio de los demás” (Gál 5,13).

Rufo González
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