Domingo 22º TO A 2ª Lect. (03.09.2017): La existencia de Jesús es “culto razonable”

Introducción:Os exhorto por la misericordia de Dios” (Rm 12,1-2)
Comienza la sección exhortativa de la carta a los Romanos (12,1-15,13). Pablo, como un “paráclito” activo (eso significa “paracaleo”: “llamar junto a”; advocatus -abogado-), asiste y anima “por las misericordias de Dios” (lit. en plural). La “misericordia divina” (miseri-cor-dare: dar el corazón al miserable) se convierte así en principio y fundamento de la ética cristiana. El Amor, manifestado en la vida de Jesús, -benevolencia desinteresada, universal en personas, lugar y tiempo- es fundamento del comportamiento cristiano. En él deberá inspirarse la conciencia personal y común para elaborar y seguir pautas de conducta. Las exigencias concretas del Amor dependerán de las circunstancias.

La primera respuesta al Amor de Dios
Como la vida es su primer don, “presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios es vuestro culto razonable” (v. 1). “Presentar” equivale a dar, ofrecer, dedicar, vivir... “Vuestros cuerpos” es un modo de referirse a las personas concretas en su capacidad de acción. Podría traducirse como “existencia” histórica, activa, vital. Ofrecerla como “hostia” supone tener la mentalidad de Cristo: su mismo Espíritu. El Espíritu, unido a nuestro espíritu, nos capacita para “ofrecer a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de labios que bendicen su nombre. Y no os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien; tales sacrificios son los que agradan a Dios” (Hebr 13,15-16). “Éste es vuestro culto razonable” (latreia loguiké: adoración lógica). No se opone a “corporal”, sino que lo incluye. Culto “lógico” quiere decir consecuente, verdadero, conveniente, comprometido con mente y corazón. El vocabulario relativo al culto del templo (ofrecer, víctima santa y agradable, culto) se aplica aquí a la vida diaria como ámbito del “lógico” culto al Dios vivo y verdadero, respuesta lógica a su Amor sincero y salvador. Sustitución del culto ritual del templo por la vida “en espíritu y verdad” (Jn 4, 21-24).

El segundo versículo da otra regla de vida cristiana
No os ajustéis a este mundo, transformaos por la renovación de la mente para saber discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (v. 2).
- Bien sabemos los valores de este mundo: acaparar, dominar, deslumbrar..., con sus secuelas de empobrecidos, esclavos, humillados... Dejar la injusticia del mundo es exigencia del Amor de Dios.
- Transformar la mente con los valores del Espíritu Santo: compartir, servicio mutuo, fraternidad... con sus secuelas de alimento para todos, igualdad de derechos fundamentales, amor de hermanos...
- La conversión al Amor es condición indispensable para discernir “lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. Hay quien ve aquí las tres maneras de humildad (llamadas también “maneras y grados de amor de Dios”) de Ignacio de Loyola (EE 165-167. O. C. de San Ignacio de Loyola. BAC 4ª ed. Madrid 1982. Pág. 243-244; nota 104). “Lo bueno” sería lo imprescindible para no romper la relación vital con el Bien (no pecar mortalmente). “Lo agradable” sería la actitud de indiferencia ante pobreza y riqueza, honor y deshonor, vida larga o corta... “Lo perfecto” es identificación con Cristo pobre, lleno de oprobios, vano y loco (en vez de sabio y prudente en este mundo) por amor.

Oración:Os exhorto por la misericordia de Dios” (Rm 12,1-2)

Jesús pobre, no violento y humilde de corazón:
Escuchamos hoy al misionero Pablo de Tarso:
- “os exhorto por la misericordia de Dios”.
Es en el fondo tu misma buena noticia:
- “el reino de Dios está cerca...”;
el amor, la misericordia divina, está con vosotros;
- “tened fe en esta buena noticia” (Mc 1, 15).

Es, Jesús de todos, exhortación:
a vivir como tú, llevados por tu Espíritu de bien;
a curar enfermos, marginados, pobres...,
- vinculados con el Dios que invocabas como Padre;
a escuchar tus palabras y parábolas que explican el amor del “Dios”:
- que nos está regalando la vida;
- que nos ama siempre y en toda situación;
- que nos espera incondicionalmente en la casa de su Amor;
- que nos quiere reconciliados y cuidándonos mutuamente...

Tu existencia, Jesús, espabila nuestra inteligencia y libertad:
te “encaras” críticamente con los dirigentes religiosos de tu tiempo (Mc 9, 51);
les hacer ver su falsa religiosidad: “dicen, pero no hacen”;
ridiculizas sus atuendos, primeros puestos, reverencias, títulos...;
“aparentan ser hombres justos, pero están llenos de hipocresía e iniquidad”;
dan de lado lo decisivo: la justicia, el buen corazón, la honradez... (Mt 23, 1-28).

Tú, Jesús, eres un Mesías inesperado para los dirigentes religiosos:
“Mesías” (“Cristo”, en griego) es el “ungido” como el sumo sacerdote y el rey;
ellos estaban “ungidos” por Dios en poder, grandeza, honor, dignidad...;
tras confesar Pedro que “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16),
empiezas a explicarles tu mesianismo singular y lo que tenía que pasar:
- “tenías que padecer mucho por parte de los senadores, sumos sacerdote y letrados,
- y ser ejecutado y resucitar al tercer día
”.
Pedro, riñéndote, te dice: - “eso no puede pasarte”..
Tu reacción, Jesús-Mesías, fue durísima:
- “quítate de mi vista, Satanás...;
- tú piensas como los hombres, no como Dios
”.

¿Querría Dios tu sufrimiento y ejecución en cruz?
Así lo sugiere Pablo: “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado;
para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en él
” (2Cor 5,21; Rm 3, 24-26).
Así lo ha interpretado también la Iglesia durante siglos:
- “nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz,
- y satisfizo por nosotros a Dios Padre” (Trento, sesión VI, Cap. 7. Dz 1528).
Es una interpretación peligrosa de la historia religiosa;
nos puede llevar a creer en un “Dios cruel y sádico”, increíble,
que necesita la muerte del Hijo para perdonar a la humanidad.

Pero los evangelios narran la realidad histórica:
los fariseos y herodianos deciden pronto acabar con Jesús (Mc 3, 6);
su Consejo Supremo, el Sanedrín, confirma la sentencia de muerte (Jn 11, 47-53).
Tu muerte fue un asesinato decidido por el poder religioso;
los dirigentes judíos creyeron incompatible tu vida y palabra con su religión;
tu vida estaba descentrada del templo, los sacerdotes, los ritos y las prácticas religiosas;
desplazaste la religión -el amor del Padre-Madre- a la vida en amor a los hermanos;
curar a los enfermos, alimentar a todos, crear fraternidad... eran el centro de tu vida;
la necesidad humana estaba por encima de toda obligación religiosa.

Tu existencia fue el “culto razonable” que Dios Padre quiere:
“`sacrificios y ofrendas, holocaustos y víctimas expiatorias ni los quiere ni le agradan´;
“aquí estoy yo para hacer tu voluntad”;

por esa voluntad hemos quedado consagrados... (Hebr 10, 8-10).
Ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza,
es decir, el tributo de labios que bendicen su nombre.
No olvidéis la solidaridad y el hacer el bien,
que tales sacrificios son los que agradan a Dios
” (Hebr 13, 15-16).

A tu vida entregada nos llama el Espíritu que nos habita:
el mismo Espíritu que animó tu vida;
el que ofrecía “oraciones de súplica, a gritos y con lágrimas,
al que podía salvarte de la muerte;
y Dios te escuchó
” (Hebr 5,7), como hace siempre con toda persona;
respetando el dinamismo de la libertad y la historia nuestras;
incorporándote a su vida definitiva tras morir para este mundo.

Con tu mismo Espíritu, Pablo nos anima:
a “no ajustarnos a este mundo” acaparador, dominante, alucinado...,
- lleno de empobrecidos, esclavizados, humillados...;
a “transformarnos por la renovación de la mente”:
- imbuida del espíritu de mesa común, servicio, fraternidad, igualdad...;
a “saber discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto”:
- lo imprescindible para vivir dignamente: alimento, cobijo, salud, trabajo, libertad....;
- equidad y justicia, progreso técnico y cultural, ocio y solidaridad...;
- identidad con Jesús pobre, vituperado, soñador y entregado al bien de todos.

Jesús, misionero del Amor del Padre, ayúdanos a seguir tu vida:
tu vida que revela el misterio de Dios y el sentido de nuestra vida;
tu vida que nos hace “paráclitos”, “llamados a estar cerca”, sobre todo de los más débiles;
tu vida que nos muestra el Amor que el Padre nos tiene “en la vida y en la muerte” (Rm 14,8).

Rufo González
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