Domingo 8º TO 2ª Lect. (03.03.2019): vivir en amor produce esperanza
Comentario: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor” (1Cor 15,54-58)
Concluimos la catequesis sobre la resurrección con la lectura de los cinco últimos versículos del capítulo quince:
La resurrección es victoria sobre la muerte
Cuando nos “revistamos de inmortalidad”, la muerte habrá sucumbido en la victoria de Jesús. Habrá sucedido en nosotros lo que ya ha sucedido en la vida de Jesús. Esta es la revelación de Jesús sobre el desenlace de vida humana. Ni el pecado ni la ley nos separan del amor de Dios. Pablo lo afirma con rotundidad: “ni muerte ni vida... ni criatura alguna, podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rm 8, 38-39). La vida de Jesús nos ha mostrado -revelado- el amor incondicional del Padre. Amor que espera siempre la plenitud, y esa espera termina cuando llega la muerte. Sólo cabe dar “gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
“Mantenerse firmes e inconmovibles”
Teniendo la seguridad que da la fe en Jesús, nos mantenemos fieles en su camino de amor. Para quien cree en Jesús este camino es “inconmovible”. Es la verdad más absoluta para vivir humanamente. El Espíritu de Jesús, que derrama este amor, nos guía y sostiene. La ley no da fuerza para cumplirlo. Y su motivación -la de la ley: cumplir porque está mandado- es insuficiente y conduce al fracaso, como se comprueba históricamente. Véase en el precepto dominical, en el celibato, en el ayuno y abstinencia, en el sacramento de la penitencia... La fe en Cristo transforma al creyente porque le hace vivir de su Espíritu, que es quien le lleva a vivir el proyecto divino, el proyecto del amor. De aquí lo que aconseja el Apóstol: “Manteneos firmes e inconmovibles”.
Conclusión práctica: hacer “la obra del Señor”
“Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor”. “La obra del Señor” es el reino de Dios: curar toda dolencia, compartir “el pan nuestro de cada día”, sembrar relaciones de vida fraterna. Esta es la voluntad del Padre: “el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras... El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn 14, 10-12). Siempre “la obra del Señor” en buena para sus hermanos. Y, al revés, si una obra es perjudicial para el ser humano, no es “obra del Señor”. “Cada árbol se conoce por su fruto”, reconoce hoy el evangelio (Lc 6, 44). Si estamos en el árbol de Jesús, sólo damos frutos buenos. Con contundencia lo decía san Juan Crisóstomo:
Oración: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor” (1Cor 15,54-58)
Jesús resucitado, presente aquí y ahora:
hoy Pablo nos recuerda nuestra esperanza;
esperanza que es seguir tu camino hasta la vida eterna;
nuestra muerte, como la tuya, nos “revestirá de inmortalidad”;
sucederá en nosotros lo que ya ha sucedido en tu vida;
ni el pecado ni la ley nos separan del Amor de Dios;
“ni muerte ni vida... ni criatura alguna,
puede separarnos del amor de Dios manifestado en ti” (Rm 8, 38-39);
“si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos, morimos para el Señor;
así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rm 14, 8).
Tu vida nos ha mostrado el amor incondicional del Padre:
Amor que busca siempre la plenitud humana;
Amor que hace la vida reino de Dios;
Amor que cura toda dolencia;
Amor que comparte “el pan nuestro de cada día”;
Amor que siembra relaciones de vida fraterna;
Amor que no termina cuando llega la muerte (1Cor 13, 8);
Por eso damos “gracias a Dios que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
“Tu obra”, Jesús, es hacer la voluntad del Padre:
“el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras...
El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago,
y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn 14, 10-12).
“La obra del Señor” es el bien para nuestros semejantes;
y, al revés, si una obra es perjudicial para el ser humano,
no es “obra del Señor”.
“Cada árbol se conoce por su fruto”, reconoce hoy el evangelio (Lc 6, 44).
Si estamos en el árbol de Jesús, sólo damos frutos buenos.
Tu Evangelio, Señor, es siempre agua fecunda:
transmite amor, alegría, vida, verdad, esfuerzo...;
nos perdona y nos impulsa a amar siempre;
nos indica el camino y nos sostiene en la esperanza;
nos soporta, nos admira, nos felicita...
San Juan Crisóstomo lo afirma con contundencia:
¡Qué humano es tu Evangelio, tu Amor, Señor!
Ayúdanos, Cristo nuestro, a sembrarlo en lo más profundo.
Rufo González
Leganés, marzo 2019
Concluimos la catequesis sobre la resurrección con la lectura de los cinco últimos versículos del capítulo quince:
“Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: `la muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?´. El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley.
¡Gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e inconmovibles. Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor” (1Cor 15, 54-58).
La resurrección es victoria sobre la muerte
Cuando nos “revistamos de inmortalidad”, la muerte habrá sucumbido en la victoria de Jesús. Habrá sucedido en nosotros lo que ya ha sucedido en la vida de Jesús. Esta es la revelación de Jesús sobre el desenlace de vida humana. Ni el pecado ni la ley nos separan del amor de Dios. Pablo lo afirma con rotundidad: “ni muerte ni vida... ni criatura alguna, podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rm 8, 38-39). La vida de Jesús nos ha mostrado -revelado- el amor incondicional del Padre. Amor que espera siempre la plenitud, y esa espera termina cuando llega la muerte. Sólo cabe dar “gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
“Mantenerse firmes e inconmovibles”
Teniendo la seguridad que da la fe en Jesús, nos mantenemos fieles en su camino de amor. Para quien cree en Jesús este camino es “inconmovible”. Es la verdad más absoluta para vivir humanamente. El Espíritu de Jesús, que derrama este amor, nos guía y sostiene. La ley no da fuerza para cumplirlo. Y su motivación -la de la ley: cumplir porque está mandado- es insuficiente y conduce al fracaso, como se comprueba históricamente. Véase en el precepto dominical, en el celibato, en el ayuno y abstinencia, en el sacramento de la penitencia... La fe en Cristo transforma al creyente porque le hace vivir de su Espíritu, que es quien le lleva a vivir el proyecto divino, el proyecto del amor. De aquí lo que aconseja el Apóstol: “Manteneos firmes e inconmovibles”.
Conclusión práctica: hacer “la obra del Señor”
“Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor”. “La obra del Señor” es el reino de Dios: curar toda dolencia, compartir “el pan nuestro de cada día”, sembrar relaciones de vida fraterna. Esta es la voluntad del Padre: “el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras... El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn 14, 10-12). Siempre “la obra del Señor” en buena para sus hermanos. Y, al revés, si una obra es perjudicial para el ser humano, no es “obra del Señor”. “Cada árbol se conoce por su fruto”, reconoce hoy el evangelio (Lc 6, 44). Si estamos en el árbol de Jesús, sólo damos frutos buenos. Con contundencia lo decía san Juan Crisóstomo:
“No me digáis que es imposible cuidar de los otros. Si sois cristianos, lo imposible es que no cuidéis. Pasa aquí lo mismo que en otros campos de la naturaleza, donde hay cosas que no pueden ser contradichas. Pues igual aquí: el compartir radica en la naturaleza misma del cristiano. No insultes a Dios: si dijeras que el sol no puede alumbrar, lo insultarías. Y si dices que el cristiano no puede ser de provecho a los otros, insultas a Dios y lo dejas por embustero. Más fácil es que el sol no caliente ni brille, que no que el cristiano deje de dar luz ... Si ordenamos debidamente nuestras cosas, la ayuda al prójimo se dará absolutamente, se seguirá como una necesidad física” (Homilías sobre los Hechos. PG 60, 162).
Oración: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor” (1Cor 15,54-58)
Jesús resucitado, presente aquí y ahora:
hoy Pablo nos recuerda nuestra esperanza;
esperanza que es seguir tu camino hasta la vida eterna;
nuestra muerte, como la tuya, nos “revestirá de inmortalidad”;
sucederá en nosotros lo que ya ha sucedido en tu vida;
ni el pecado ni la ley nos separan del Amor de Dios;
“ni muerte ni vida... ni criatura alguna,
puede separarnos del amor de Dios manifestado en ti” (Rm 8, 38-39);
“si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos, morimos para el Señor;
así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rm 14, 8).
Tu vida nos ha mostrado el amor incondicional del Padre:
Amor que busca siempre la plenitud humana;
Amor que hace la vida reino de Dios;
Amor que cura toda dolencia;
Amor que comparte “el pan nuestro de cada día”;
Amor que siembra relaciones de vida fraterna;
Amor que no termina cuando llega la muerte (1Cor 13, 8);
Por eso damos “gracias a Dios que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
“Tu obra”, Jesús, es hacer la voluntad del Padre:
“el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras...
El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago,
y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn 14, 10-12).
“La obra del Señor” es el bien para nuestros semejantes;
y, al revés, si una obra es perjudicial para el ser humano,
no es “obra del Señor”.
“Cada árbol se conoce por su fruto”, reconoce hoy el evangelio (Lc 6, 44).
Si estamos en el árbol de Jesús, sólo damos frutos buenos.
Tu Evangelio, Señor, es siempre agua fecunda:
transmite amor, alegría, vida, verdad, esfuerzo...;
nos perdona y nos impulsa a amar siempre;
nos indica el camino y nos sostiene en la esperanza;
nos soporta, nos admira, nos felicita...
San Juan Crisóstomo lo afirma con contundencia:
“No me digáis que es imposible cuidar de los otros.
Si sois cristianos, lo imposible es que no cuidéis.
Pasa aquí lo mismo que en otros campos de la naturaleza,
donde hay cosas que no pueden ser contradichas.
Pues igual aquí:
el compartir radica en la naturaleza misma del cristiano.
No insultes a Dios:
si dijeras que el sol no puede alumbrar, lo insultarías.
Y si dices que el cristiano no puede ser de provecho a los otros,
insultas a Dios y lo dejas por embustero.
Más fácil es que el sol no caliente ni brille,
que no que el cristiano deje de dar luz ...
Si ordenamos debidamente nuestras cosas,
la ayuda al prójimo se dará absolutamente,
se seguirá como una necesidad física”
(Homilías sobre los Hechos. PG 60, 162).
¡Qué humano es tu Evangelio, tu Amor, Señor!
Ayúdanos, Cristo nuestro, a sembrarlo en lo más profundo.
Rufo González
Leganés, marzo 2019