Domingo 17º TO C (24.06.2016): el “Padre nuestro”, oración de la vida

Introducción:¿Cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? (Lc 11,1-13)
Jesús está orando. Al terminar, un discípulo le pide que les enseñe a orar como el Bautista a los suyos. Jesús les enseña una plegaria distintiva y unas recomendaciones para orar adecuadamente. El “Padre nuestro” es el modelo de plegaria cristiana. Nos ha llegado en dos versiones: la de Mateo (6,9-13), utilizada en nuestra liturgia, y la de Lucas, más breve y primitiva. Lo esencial no varía. Parecen dos creaciones litúrgicas de las comunidades primitivas. No son fórmulas mágicas. Ambas recuerdan creativamente lo esencial de la oración cristiana. “Resumen del evangelio” (Tertuliano s. II-III).

Padre
Entonces resultaba inusual referirse a Dios como Padre y menos con la connotación de intimidad con que lo hace Jesús. “Abba”: querido padre, “papaíto” como dirían algunos niños. El hombre, en última instancia, se reconoce originado por el amor entrañable de Dios. Su contingencia esencial, el hecho de que puede o no existir, queda fundamentada en el amor creador que desde siempre “nos eligió para ser hijos suyos por medio de Jesús” (Ef 1, 4-5).

Santificado sea tu nombre
Algunos lo traducen: “proclámese ese nombre tuyo”. Lo que quiere decir que, al sentir a Dios como “padre”, sentirán necesidad de reconocerlo y proclamarlo. Recuerda, por tanto, el deseo de los buenos creyentes, como los profetas, de que Dios nos libere claramente del mal, y nosotros reconozcamos que su proyecto de vida es justo, da sentido y hace dichosos.

Venga tu reino
Petición comprometida para que el reino de Dios, que es vida integral para el hombre, se manifieste y se haga realidad cuanto antes. Esta fue la causa de Jesús: causa de Dios y causa del hombre: futuro de justicia, igualdad, bienestar y plenitud. Esta es “la voluntad divina”.

Danos cada día nuestro pan del mañana
Recuerda el proverbio que pide a Dios: “No me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues, si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: `¿Quién es Yahvé?´, y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios.” (Prov. 30,8-9). El pan alude a lo indispensable para el bienestar humano. Es querido por el Creador que nos hizo necesitados de alimento y vestido, de cobijo y salud. Supone colaboración del hombre. Podemos acumular en detrimento de los débiles.

Perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo
Nuestra debilidad está necesitada siempre de comprensión y rehabilitación. Es dato de experiencia la falta de confianza o fe, las agresiones a los demás y a la naturaleza, nuestros desequilibrios en la dirección de nuestros instintos y la realización personal... Nuestra actitud al perdonar manifiesta la sinceridad y la comprensión que esperamos para nosotros de los demás y de Dios. Jesús declara que este humanismo es voluntad divina.

Y no nos dejes caer en la tentación
La inclinación al mal, revestida de mil formas, nos acompaña durante toda la vida. Se pide a Dios que seamos capaces de soportar la tentación, sin desfallecer, sin “caer” en el mal.

Algunas cualidades de la oración
- Incansable: como el amigo que llama a la puerta hasta ser atendido.
- Confiada en el amor del Padre. Por eso es siempre eficaz, aunque no mágica: el Padre, como todo buen padre, nos dará lo que realmente necesitamos, al menos su Espíritu, que capacita para afrontar siempre la situación. Mateo (7,11) habla de que el Padre dará cosas buenas a sus hijos. Lucas, para precaver la posible concepción mágica, habla del Espíritu Santo, el don que aporta la mentalidad del Padre e impulsa a hacer su voluntad, el Reino.

Oración:¿Cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? (Lc 11,1-13)

Hoy, Señor Jesús, recibimos tu oración:
la que Tú rezabas al Padre;
la que aprendimos de niños;
la que reza toda la Iglesia desde que existe;
la que nos da el verdadero espíritu cristiano, tu Espíritu.

“Bien sabía lo que hacia mi Hijo Jesús:
cuando puso entre los hombres y yo esas tres o cuatro palabras del padrenuestro,
como una barrera que mi cólera y mi justicia no franquearán jamás.
Pero ¿cómo querrán que les juzgue yo ahora después de eso?
- Padre nuestro que estás en los cielos.
¡Bien sabía mi Hijo Jesús lo que había que hacer para atar los brazos de mi justicia
y desatar los de mi misericordia!
Así que ya no tengo más remedio que juzgar a los hombres
como juzga un padre a sus hijos.
Y ¡ya se sabe cómo juzgan los padres!”
(Sabroso comentario de Charles Peguy en boca del Padre. Citado por J. L. Martín Descalzo: Vida y misterio de Jesús de Nazaret. Ed. Sígueme. Salamanca. 5ª ed. 1987. Pág. 313).


La rezamos mucho y no siempre con tu espíritu:
en bautizos, bodas, eucaristías, funerales...;
como una fórmula recibida, usada, desgastada;
pocas veces asumida y ejercida como fuente de vida real;
tantas veces con indiferencia, sin corazón...;
incluso hecha superstición: “rece tres padrenuestros...”.

Rezarla de corazón es signo de una presencia singular:
es la presencia del Espíritu Santo que
nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!;
asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios;
si somos hijos, también herederos:
herederos de Dios, coherederos con el Mesías
” (Rm 8, 15-17).

Ayúdanos, Cristo Jesús, a personalizarla:
a decirla en silencio, despacio;
concentrados en su verdadero significado;
contemplando nuestra realidad;
reconociendo la intemperie esencial de nuestra existencia;
rompiendo las defensas inútiles de nuestro egoísmo;
renunciando a nuestros afanes de poder y superioridad;
abriéndonos al amor del Padre, manifestado en ti, Jesús hermano.

Que al decirla sintamos que el Espíritu:
“nos restaura interiormente”, con su perdón gratuito;
“nos hace nueva creatura”, nacidos del Espíritu (Jn 3,8);
“nos vivifica” con la luz y la alegría;
“habita en nuestros corazones como su templo”;
“en nuestros corazones ora y da testimonio de la adopción de hijos”
(LG 4, GS 22; 45; 37; Gál 4, 6; Rm 8,15-16.26).


Que esta oración nos comprometa siempre:
- a no separar nunca al “Padre” del “nuestro”;
- a vivir la fraternidad respetuosa y santificadora del “Padre”;
- a trabajar por el reino de la justicia y la paz, el amor y la vida...;
- a buscar la voluntad divina, que es nuestra felicidad;
- a hacer que “nuestro pan” sea “pan de todos”;
- a comprender y perdonar como el Padre nos comprende y perdona;
- a no desalentarnos de nuestra voluntad de amor a todos.

Rufo González
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