Domingo 27º TO C (02.10.2016): La fe cristiana impide el dominio y la sumisión (26.09.2016)

Introducción:¡Si tuvierais fe...!” (Lc 17, 5-10)
Los cuatro primeros versículos del capítulo 17 iluminan el fragmento que leemos (vv. 5-10). Tras denunciar la incongruencia de los fariseos, Jesús se dirige a sus discípulos, instándoles a la conducta contraria (17, 1-4). Había advertido: “cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lc 12, 1b). Ahora les advierte -“¡tened cuidado!” (17, 3 a)- para no escandalizar a “los pequeños”, para la corrección mutua adecuada, para el perdón sincero y constante.

Los Apóstoles, (los Doce -Lc 6,13-) piden al Señor que “les aumente la fe
Jesús les recrimina su connivencia con el judaísmo. Si la fe es auténtica, crecerá como la levadura o el grano de mostaza. Tiene vitalidad interior, no se añade desde fuera. Si creen en el amor del Padre, vivido y expresado en Jesús, la fe crecerá y les llevará a romper con la institución judía amasada en “la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. “La morera”, como la higuera (13,6-9), es sígno de dicha institución. Su levadura es incompatible con la del Reino de Dios. Si tuvieran una fe como la de Jesús, la “habrían tirado ya al mar”. Y vivirían la libertad de Jesús. Esta levadura infectada de fariseísmo es lo que hace que su fe apenas tenga vigor. La debilidad de fe, incluso su falta, aparece en el afán de dominar, de subir y rodearse de pompa y prestigio. En este afán vivían los discípulos según nos cuentan los evangelios (Mt 18,1-5; 20,20-28; Mc 9,34; 10,35-45; Lc 9,46-48; 22,24-27). Este es el clima que se respira en muchos ambientes eclesiales. Y son los que manejan el cotarro.

Los Doce siguen esclavizados por la mentalidad de fariseos y letrados
Por ello, Jesús les muestra en qué queda su relación con Dios: hacen lo que dice la ley. Retratados en la parábola del señor y el criado. A eso están condenados por no tener el espíritu, la fe, del Hijo de Dios. Como el “hijo mayor” de la parábola del pródigo (Lc 15,25ss), que no entiende la alegría ni el respeto y consideración en la casa del Padre. Entre ellos no rige amor, sino sumisión al señor: “somos unos pobres siervos”. Esa es la mentalidad eclesial predominante. El cristiano no es siervo. El cristiano es hijo: “¡tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!”. Es libre por el amor. No prepara la cena y sirve primero a su señor. Es que no hay señor, que domine y mande, sino mesa común y servicio mutuo. Jesús, al describir la actuación del siervo, está denunciando la mentalidad esclava de los Doce. La fraternidad cristiana excluye la relación amo-siervo. El Espíritu iguala a los hermanos: amaos y servíos unos a otros, mutuamente. No hay dominio: “el mayor entre vosotros sea como el menor, y el que manda como el que sirve.... Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve... Vosotros sois los que habéis permanecido en mis pruebas conmigo; y os concedo el título de rey, como mi Padre a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lc 22,25ss). La fe que propone Jesús es un nacimiento nuevo, una visión nueva de las cosas. Es aceptar el Espíritu de hijos de Dios y desde ese amor fontal organizar libremente la vida. “Lo que vale es una fe que se traduce en amor” (Gál 5,6b).

Oración:¡Si tuvierais fe...!” (Lc 17,5-10)

Jesús de la libertad y el amor:
Queremos hoy “fijar los ojos en ti, pionero y consumador de la fe” (Hebr 12,2).

Tu fe, Señor, aparece ya en la infancia:
¿no sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?”.
Por estas “cosas” dejaste la familia y te complicaste la vida hasta el final:
el Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista...
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor
” (Lc 4, 18s).

Las “cosas” son el Reino de Dios:
también a otros pueblos tengo que anunciarles el Evangelio del reino de Dios,
para eso fui enviado
”. (Lc 4,43).
El reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17,21);
es la oferta que hace el Padre a vivir la fraternidad universal;
lo sentimos por dentro, pero “a todos nos cuesta conquistarlo” (Mt 7, 13-14).
En el bautismo sentiste la fuerza de Dios acariciando a toda tu persona:
tú eres mi Hijo, el amado, a quien miro con cariño” (Mt 3, 17).

Era el Espíritu divino que te llenó y movió toda tu existencia:
- te dio la confianza, la fe, en el amor incondicional del Padre;
- te llevó a aceptar la igual condición humana, sin privilegios;
- te desprendió de la acumulación de bienes en provecho propio;
- te enseñó a amar gratuitamente como ama el Padre;
- te hizo dichoso mientras curabas a los enfermos y abrazabas a los excluidos;
- te encorajinó para enfrentarte a quienes acumulan riqueza, poder y honores,
rompiendo la fraternidad y humillando a los hijos de Dios;
- te constituyó “templo”, encuentro, transparencia del amor del Padre.

La madurez de tu vida estuvo dedicada a explicar y realizar este reino:
pensad que vuestro Padre sabe lo que necesitáis;
por lo tanto trabajad por su Reino y él os dará todo por añadidura;
no temas, pequeño rebaño, porque al Padre le agradó darte el Reino

(Lc 2,49; 4, 18 s; 4,43; 17,21; 16,16; 12, 30-32).

Con palabras y obras nos expresaste la fe que movía tu vida:
el Padre mismo os quiere.
Padre santo, guárdalos unidos a tu persona... para que sean uno como nosotros.
Para que el mundo conozca que les has demostrado a ellos tu amor,
como me lo has demostrado a mí.
Ya les he dado a conocer tu persona, pero aún se la daré a conocer,
para que ese amor con el que Tú me has amado esté en ellos
y así esté yo identificado con ellos
(Jn 16,27; 17,11.23.26).
Contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan... (Mt 11,4-5).
Vosotros rezad así: Padre nuestro...” (Mt 6, 9-15; Lc 11, 2-4).

¡Qué bien lo entendieron las primeras comunidades!
Esto define a ese amor: no el haber nosotros amado antes a Dios,
sino el habernos él demostrado su amor enviando a su Hijo
para que expiase nuestros pecados
” (1 Jn 4,10).
Ni muerte ni vida... ni ninguna otra criatura podrá privarnos de ese amor de Dios,
presente en el Mesías Jesús, señor nuestro
” (Rm 8, 38-39).

Al final encargaste a tus discípulos continuar tu obra:
para ello les prometes el mismo Espíritu que animó tu vida;
les insistes en que vayan a todos los pueblos,
hagan discípulos “consagrándoles” al Padre y al Hijo y al Espíritu,
y enseñándoles tu modo de vida (Mt 28, 19-20).

Nosotros, Jesús hermano, somos los continuadores de tu Reino:
nos sentimos hijos del mismo Padre, y hermanos tuyos y de todos;
desde esta fe queremos construir tu Reino:
- de igualdad fraternal: nada de relaciones amo-siervo;
- de desprendimiento de riquezas para poder compartir;
- de perdón constante, tan gratuito como tu amor.

Rufo González
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