Domingo 18º TO C (31.07.2016): “¿Cuándo lograrás poner ante tus ojos los sufrimientos de los pobres?

Introducción:“Guardaos de toda clase de codicia” (Lc 12,13-21)
Era costumbre acudir a los rabinos para que hicieran de mediadores en conflictos familiares. Jesús se niega a dirimir el reparto de una herencia. Cree que deben ser ellos los que lo solucionen. Él les da la clave para actuar: “guardaos de toda clase de codicia... la vida no depende de los bienes”. E inventa una parábola, exclusiva de Lucas, en la que el protagonista es el mismo Dios: la “del rico insensato”. La parábola explica gráficamente cómo la realización humana no está en “tener”, sino en ser persona, en “bien lograrse”. Responde a la cuestión hecha a los discípulos: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si acaba perdiéndose o malográndose él mismo?” (Lc 9, 25).

San Basilio (Padre griego del s. IV) comenta admirablemente esta parábola
“Los graneros reventaban y resultaban estrechos... Pero el corazón codicioso no se llenaba con nada... No podía desprenderse de lo antiguo por su avaricia, y no podía dar cabida a lo nuevo por la magnitud de sus ganancias... ¿Quién no compadecerá a un hombre así de obsesionado, a quien sus tierras, en lugar de frutos y provechos, le producen cavilaciones? ...
“¿Qué voy hacer?” Lógico sería responder: “Hartaré a las personas hambrientas, abriré mis graneros y convidaré a todos los necesitados”... Pero no eras tú de esa clase de hombres ... ¿Cuándo lograrás poner ante tus ojos los sufrimientos de los pobres? “Mira al pobre” buscando por todos los rincones de su casa. Ve que ni tiene dinero ni lo tendrá nunca. Entre todos sus enseres apenas valen unos pocos euros. ¿Qué hacer? Mira a sus hijos y no ve otra salida para evitar la muerte que llevarlos al mercado y venderlos. Mira esa lucha entre la tiranía del hambre y el amor del padre...


¿Qué decisiones va a tomar el que ya tiene un pie en la tumba?
“Derribaré mis graneros y edificaré otros”. Y yo le diría: “harás muy bien. Porque esos graneros de iniquidad son dignos de ser derribados. Echa por tierra con tus propias manos lo que tú mismo edificaste injustamente. Destruye esos trojes, ya que nunca sirvieron para remediar a nadie. Derriba esa casa cuna de la avaricia, desmantela los techos, derrumba las paredes, muestra al sol ese trigo carcomido, saca de la cárcel esa riqueza prisionera..”.
“Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes”. Pero si también llenas éstos, ¿qué harás entonces? ¿Los volverás a derribar y los volverás a reedificar? Y ¿qué cosa más ridícula que trabajar sin tregua para construir con afán y destruir con el mismo afán?
“Si quieres graneros, ahí tienes las casas de los pobres” ... Avaro es el que no se contenta con lo necesario, y ladrón el que quita lo suyo a otros.
“Y tú, ¿no eres avaro ni ladrón, si estás apropiándote de lo que se te dio sólo para que lo administrases?” Si llamamos ladrón a aquel que desnuda a un vestido, ¿vamos a llamar de otra manera al que no viste a un desnudo, pudiéndolo hacer? El pan que tú retienes es del hambriento. Los vestidos que guardas en tus arcas son del desnudo. El calzado que se pudre en tu casa es del que va descalzo. Y en resumen: “estás ofendiendo a todos cuantos puedes socorrer”.(San Basilio, Homilía sobre la parábola del rico insensato (Lc 12,13-21) (PG 31, 261 ss). Recogido de G. Faus: Vicarios de Cristo. Ed. Trotta. Madrid 1991, p. 17-19).


Oración:¿Cuándo lograrás poner ante tus ojos los sufrimientos de los pobres?

Jesús que “no tienes donde reclinar la cabeza”:
hoy el evangelio ofrece tu sabiduría de pobre;
es bueno desarrollar los talentos, prosperar;
es insensato vivir para acumular y tener más;
es bueno echar cálculos sobre la administración de los bienes;
es insensato dedicarse sólo a “tumbarse, comer, beber, darse buena vida”.

El reino que tú quieres nos urge al trabajo:
al esfuerzo por desarrollar nuestros talentos;
a hartar a los hambrientos, abrir graneros y convidar a los necesitados;
a disfrutar la vida en fraternidad, presidida por el amor del Padre;
a ser “ricos ante Dios”, es decir, a amar como él nos ama.

Esta parábola invita a mirar nuestra vida:
la vida de toda persona que quiere realizarse;
la vida de toda sociedad, que quiere prosperar en justicia;
la vida de la Iglesia que quiere ser “signo” de tu amor.

Que tu Espíritu despierte los deseos de tu Corazón en nuestra alma:
que veamos la realidad de la vida como tú la ves;
que nos duela la tiranía y la imposición de los más fuertes;
que no nos acostumbremos a la injusticia y la maldad;
que no toleremos la miseria y el hambre de nadie;
que no aceptemos con resignación y fatalismo la actual distribución de bienes...

Tu corazón, Jesús, miraba la miseria y el dolor:
el amor del Padre te llevaba a procurar vida a todos;
te hiciste pobre y viviste entre los pobres;
desde ese lugar y ambiente organizabas la vida;
quienes sólo quieren acumular están incapacitados para el reino.

Hoy meditamos la propuesta de san Basilio al rico insensato:
“¿Cuándo lograrás poner ante tus ojos los sufrimientos de los pobres?
Mira al pobre buscando por todos los rincones de su casa.
Ve que ni tiene dinero ni lo tendrá nunca.
Entre todos sus enseres apenas valen unos pocos euros.
¿Qué hacer? Mira a sus hijos y no ve otra salida para evitar la muerte
que llevarlos al mercado y venderlos.
Mira esa lucha entre la tiranía del hambre y el amor del padre...”.


Estas palabras de Basilio, cristiano del siglo cuarto, nos llaman hoy:
a abrir nuestro corazón encerrado en nuestros intereses;
a convertirnos a tu mesa del reino del desprendimiento;
a trabajar por el cambio de los sistemas productores de la miseria;
a estar cerca de los que más sufren.

Nuestras comunidades, Jesús del reino, deberían reflexionar:
tenemos “graneros de iniquidad, trojes que no sirven para remediar a nadie”;
son los llamados “tesoros” de iglesias y catedrales,
que, ya en el siglo IV, otro eminente cristiano denunciaba:
“la Iglesia posee oro no para tenerlo guardado,
sino para distribuirlo y socorrer a los necesitados.
Pues ¿qué necesidad hay de reservar lo que, si se guarda, no es útil para nada?...
¿No es mejor que, si no hay otros recursos,
los sacerdotes fundan el oro para sustento de los pobres...?

Acaso no nos dirá el Señor:
`¿Por qué habéis tolerado que tantos pobres murieran de hambre,
cuando poseíais oro con el que procurar su alimento?´.
Estos argumentos son irrefutables.
Pues ¿qué podrías objetarme? ;
¿Que temes que falte el adorno digno del templo de Dios?

El Señor te contestará:
`Los misterios de la fe no requieren oro,
y lo que no se puede comprar con oro tampoco se dignifica más con el oro”
(San Ambrosio de Milán: Sobre los deberes de los ministros de la Iglesia. PL 16, 148-149).


Jesús del amor sin medida, ¡danos un corazón como el tuyo!:
que no nos quedemos en palabras, en buenos deseos, en recomendaciones...;
que tu Espíritu nos arranque la avaricia de toda clase;
que nos mueva a compartir lo que somos y tenemos.

Rufo González
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