Domingo 21º TO C (21.08.2016): La “puerta estrecha” es amar a todos

Introducción:Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,22-30)
En el camino misionero hacia Jerusalén, leemos una catequesis sobre el peligro de “no salvarse”. Es el riesgo de la libertad. Toda comunidad, todo pueblo, toda persona..., puede no realizarse, llegar a frustrarse. El texto se refiere a la salvación personal. La catequesis surge al preguntar a Jesús un desconocido: “¿serán pocos los que se salven?”. Alude a “las ovejas de Israel”. “Muchos, les dice, intentarán entrar y no podrán”. Jesús se cree enviado a la casa de Israel (Mt 15,24). El final del privilegio será su muerte: “cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta”, no contará ser miembro de su pueblo ni haber tenido relación con el mismo Jesús, ni haberle escuchado.

Alejaos de mí todos los obradores de injusticia
Quien no acepte personal y libremente el Reino, recibirá esta respuesta de Jesús: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados (literalmente: alejaos de mí todos los obradores de injusticia)”. Por la respuesta de Jesús, mejor expresada en el texto literal griego, vemos que “salvarse” es “entrar en el Reino de Dios”, reino de la justicia, del bien, de la verdad, de la vida, de la paz... Quien no ha entrado en ese modo de vida “justa”, no puede compartir la mesa del reino de Dios, no se salva, no se realiza. “Alejaos de mí todos los obradores de injusticia” es cita de salmo (6,9). Es la oración de un enfermo, que se cree escuchado y curado por Dios, y no tiene sentido que quienes obran mal estén cerca de él; ya no pueden venir a castigarle, porque Dios ha escuchado su llanto, le ha salvado de la enfermedad, está salvado. Quienes obran injustamente no salvan ni se salvan, sólo castigan.

Salvar en negativo y en positivo
Salvar, en negativo, es librar de cualquier mal, y, en positivo, realizar las potencialidades de vida buena que tenemos. Salvar la vida, por tanto, es liberar de males, y aportar potenciales de bien. Jesús salva dando su Espíritu de amor y vida. Espíritu que perdona y reconcilia (salva del odio, de la mala conciencia, de la frustración...), cuida la vida con sus limitaciones naturales y realiza todas las potencialidades. El Espíritu de Jesús dinamiza al hombre íntegramente: le fortalece para liberarse y liberar, lleva a cuidar las vidas más precarias, da esperanza en el amor del Padre, que nunca abandona y “salta hasta la vida eterna”. La salvación, que Dios quiere y ofrece a todos, debe ser aceptada con conocimiento y libertad. Jesús no contesta a la pregunta de si serán pocos o muchos los que se salven. Él invita a entrar por “la puerta estrecha”, la puerta de la libertad guiada por el amor. La persona es libre, creadora de su propia historia, realizadora de su propio ser. Sin libertad y amor no hay respeto ni realización humana. Jesús ofrece libremente su vida y entrega su Espíritu. Si le aceptamos, nos sentiremos hijos de Dios, hermanos, dadores de vida.

Oración:Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13, 22-30)

Jesús de Nazaret, salvador toda vida humana:
te contemplamos hoy iluminando nuestra realización;
invitando a “esforzarnos en entrar por la puerta estrecha”;
tú vienes a salvar, es decir, a liberar del mal y a dar vida;
no quieres separar y dividir, premiar y castigar, bendecir y excomulgar...;
no pretendes separar ahora la cizaña del trigo, que crecen juntos;
buena y mala semilla están en personas, seres históricos y responsables;
el amor y el egoísmo viven enredados en el interior de cada uno;
tú aceptas a todos y a todos ofreces salvación hasta el final;
con paciencia infinita esperas y alegras todo avance, toda superación;
compadeces y sufres cualquier retroceso o estancamiento.

Para ti, Jesús, salvarse es “sentarse a la mesa del Reino de Dios”:
contemplar tu amor, “tu gloria, gloria del Hijo único del Padre”;
elegir y trabajar un corazón desprendido y generoso, como el tuyo;
aspirar a tener por norma el amor gratuito del Padre-Madre;
esforzarse por ser sinceros y limpios de corazón;
trabajar en el desarrollo de nuestros talentos;
entregar nuestro corazón a todos, incluso a quien no se lo merece...

Tú, Jesús, iluminas y deslumbras con tu vida entregada:
- con tu libertad, que ama sin medida e invita a reconocernos hijos de Dios;
- con tu amor, que se encara con la injusticia y la marginación;
que tiene predilección con los enfermos y disminuidos;
que come y acoge a los pecadores y excomulgados...;
que hermana en igualdad y esfuerzo por dar vida a todos;
- con tu fe en la voluntad salvadora universal del Padre Dios que te lleva
a recorrer caminos, aldeas y ciudades, “enseñando”;
a sentarte a la mesa de todos incitando a vivir en amor;
a encarnarte entre los más pobres y caminar con ellos;
a solidarizarte y trabajar para que “los cojos anden, los ciegos vean...,
y los pobres sean evangelizados, es decir, tengan esperanza de vida
” (Lc 7,22).

Tu espiritualidad salvadora no es la de los sacerdotes del templo:
- que ofrecen dones y holocaustos para aplacar la ira divina;
- que rezan desagravios por tantos increyentes que no adoran a Dios;
- que organizan procesiones y peregrinaciones a santuarios privilegiados;
- que piden que no haya terremotos, ni sequías, volcanes o tornados...,
sino lluvias oportunas, grandes cosechas y triunfos de nuestros ejércitos...

No sé quiénes sois. Alejaos de mí todos los obradores de injusticia”:
el amor, como el tuyo, es la señal elemental de tu espiritualidad;
todo el que ama... conoce a Dios;
quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor
” (1Jn 4, 7-8).

Únicamente desde el amor “conocemos” a Dios Padre-Madre:
que nos compromete a actuar a favor del reino;
que nos invita a mirar la vida como Tú, Jesús del amor hasta la cruz;
que nos intima a respetar los derechos humanos;
que nos hace cercanos y solidarios con todos los que sufren;
que nos lleva a “atacar como una osa cuando le arrebatan sus cachorros” (Os 13,8).
(Hermosa metáfora que el profeta Oseas aplica a Dios comprometido con el bien del pueblo; no se contenta con la compasión; pasa a atacar el mal y a restaurar los potenciales de vida).

Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”, nos dices hoy:
es la puerta humana de la libertad y del amor;
es la solidaridad imprescindible para vivir en fraternidad;
es el compromiso humano para ser persona de verdad;
es ponernos en las manos del Padre-Madre que viene siempre,
nos entrega su amor y nos salva.
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