Evangelio para obispos y presbíteros casados (1)

Contradicción entre la Palabra de Dios y la Ley de la Iglesia
El libro de Judit nos cuenta una historia de salvación basada en la confianza en el amor de Dios. Los dirigentes judíos, presididos por Ozías, ponen plazo a la intervención de Dios: en cinco días, si Dios no interviene, se rinden al enemigo. A Dios no se le pueden poner condiciones para que actúe según nuestra voluntad, les dirá la protagonista, Judit (“la Judía”):
- “Escuchadme, jefes de los habitantes de Betulia, porque no son rectas las palabras que dirigisteis ante el pueblo en este día, cuando fijasteis entre Dios y vosotros este juramento que pronunciasteis y hablasteis de entregar la ciudad a nuestros enemigos si no os vuelve a ayudar Dios en estos mismos días. Porque, ¿quién sois vosotros para tentar a Dios en el día de hoy y colocaros en lugar de Dios entre los hombres?
- No hipotequéis los planes del Señor, nuestro Dios, porque no hay que amenazar ni juzgar a Dios como a un hombre. Por eso, en espera de su salvación invoquémosle en nuestro favor y oirá nuestra voz si le place
” (Judit 8, 12. 16-17).


El Papa Francisco comentó esta historia hace unos días
- “`Dios se ha vendido´, clamaba el pueblo tras la invasión del rey Nabucodonosor. La capacidad de fiarse de Dios se había perdido. Cuántas veces estamos en situaciones límite, donde no nos fiamos del Señor. La tentación es grande, y lleva a dejarse en manos de quienes crees que pueden salvarte.
Frente a ello, el pueblo tiene una esperanza débil, y concede a Dios cinco días para intervenir, para que les salve... En realidad, no se fiaban, ninguno era capaz de esperar a Dios. Entonces aparece Judit, mujer de gran belleza y sabiduría, que habla al pueblo con el lenguaje de la fe, con valentía.
- `No provoquéis la ira del Señor nuestro Dios. Él tiene pleno poder de manifestarse el día que quiera´, afirma Judit. Con ella, atendamos la salvación que viene de Él. Supliquémosle que venga en nuestra ayuda, y Él lo hará. Este es el lenguaje de la esperanza. Llamamos a la puerta del corazón de Dios. El es nuestro padre. El Señor es Dios de salvación, y ella cree, porque es una mujer de fe...
- Hay que aprender a no poner condiciones a Dios. La esperanza vencerá nuestros temores. Fiarse de Dios quiere decir entrar en su diseño, sin pretensiones, aceptando que su salvación y su ayuda nos llegan de formas diferentes a nuestras expectativas. Podemos pedirle todo lo que necesitemos, pero siempre con la humildad necesaria para reconocer su voluntad y entrar en sus designios, aunque a veces no coincidan con los nuestros, pues él es el único que con su amor puede sacar vida incluso de la muerte, conceder paz en la enfermedad, serenidad en la soledad y el consuelo en el llanto.
- No queramos enseñar a Dios qué es lo que tiene que hacer. Él está en medio de nosotros, debemos fiarnos de él, porque sus pensamientos son diferentes a los nuestros.
- El camino que Judit indica es el de la confianza, el de la paz, de la oración, de la obediencia. Es el camino de la esperanza. Haciendo todo lo que esté en nuestras manos, pero siempre confiando en la voluntad del Señor. El Señor se acerca siempre, pero desde la fe, aceptando su mano, seguros de su bondad.
- Hay que fiarse del Señor con las palabras de Jesús: `Padre, si tú quieres, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya´. Esta es la oración de la fe, de la confianza y de la esperanza" (Audiencia del 25 de enero de 2017)


La Iglesia católica “pone condiciones a Dios..., le enseña qué es lo que tiene que hacer”

1.- La Iglesia católica occidental impone un don de Dios como obligatorio a los ministros capaces de ser ordenados para el ministerio episcopal y presbiteral. Si Dios no concede dicho don -celibato por el reino- las comunidades se quedan sin sacerdotes, sin eucaristía. “Haced esto en memoria de mí” (Lc22, 20), sólo vale si Dios concede el celibato de por vida a quien presida la comunidad. Ya le han enseñado a Dios lo que tiene que hacer: dar los dones de la soltería por el reino y del amor pastoral, a la misma persona:
“Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres” (Can. 277, par. 1 Código de Derecho Canónico 1983).


2.- La Iglesia católica oriental suaviza las exigencias
Can. 180: “Para que alguien sea considerado idóneo para el episcopado ha de ser no ligado por el vínculo matrimonial”.
Can. 373: “El celibato de los clérigos, elegido por el reino de los cielos y tan coherente con el sacerdocio, ha de ser tenido en gran estima, como atestigua la tradición de toda la Iglesia; asimismo ha de ser apreciado el estado de los clérigos unidos en matrimonio, atestiguado por la práctica de la Iglesia primitiva y de las Iglesias orientales a través de los siglos.” (Código de los Cánones de las Iglesias orientales 1990).


La ley humana sigue siendo en la Iglesia más importante que la divina
No importa que no pueda celebrarse la eucaristía, ni que la comunidad tenga pastores. Lo decisivo es que se cumpla la ley eclesial. No hay respeto a la conciencia personal que va evolucionando y tiene derecho a cambiar ante exigencias humanas perentorias (físicas o psíquicas). La brutalidad de la ley arrolla todo lo humano y divino: exilios forzosos, esposas invisibles, hijos clandestinos, doble vida, escándalos, derecho de la comunidad a tener pastores y a celebrar la eucaristía, etc.

¿Haría Jesús lo que hace la Iglesia con los presbíteros y obispos que no pueden seguir guardando el celibato de por vida?
El sincero Pablo VI reconocía lo que hizo Jesús:
“no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (1Tim 3, 2-5;Tit 1, 5-6)” (Pablo VI: Sacerd. Caelib. 5).


Sin embargo los Papas, el mismo Pablo VI, no se atreven a hacer lo que hizo Jesús: “invalidando la palabra de Dios con esta tradición” (Mc 7,13). El Espíritu de libertad y amor que llenaba a Jesús le llevó a respetar la opción celibataria. No impuso el celibato. Lo insinuó como una opción libre para cualquier discípulo, si le era entendido como un don divino y quería “hacerse soltero a sí mismo por causa del reino de los cielos” (Mt 19, 11-12). No lo vinculó a ningún ministerio o servicio concreto por el reino de los cielos. Esa vinculación legal con el ministerio ordenado es espuria al proceder de Jesús. Hoy, sin duda, Jesús ayudaría a los pastores de las comunidades a que fueran buenos maridos o esposas y padres, y pastores de la comunidad cristiana. Lo que han hecho tantas iglesias cristianas, que nos "llevan la delantera" en libertad evangélica: la Iglesia oriental en parte, los Ortodoxos, Anglicanos, Reformados...

Rufo González
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