Evangelio para obispos y presbíteros casados (3)

La “conveniencia multimodal” del celibato con el sacerdocio
Ya no se usan los antiguos argumentos de la obscenidad matrimonial ni de la pureza ritual del Antiguo Testamento. Gran parte del clero, sobre todo la alta gerontocracia eclesial, no quiere cambiar la ley. El miedo a la libertad y al evangelio se lo impide. Por ello se buscan razones basadas en la “múltiple conveniencia (multimodam convenientiam) del celibato con el sacerdocio” (PO 16). “Conveniencia” que huele a excusas, a auténticos sofismas, a relativas ventajas gremiales, en suma a ideología clerical. Veamos las “conveniencias” del Decreto conciliar “sobre el ministerio y la vida de los presbíteros” (PO 16). Razones que repetirán los voceros del inmovilismo, pero sin contrastar con quienes no las comparten. El ministerio del presbítero, dicen, concuerda con el celibato porque:
1. “Toda la misión del sacerdote está al servicio de la nueva humanidad... que no tiene su origen en la sangre, ni en la voluntad de la carne, ni en la voluntad del varón, sino de Dios (Jn 1,13)”.
2. “Los presbíteros se consagran a Cristo con nueva y eximia razón a través de la virginidad o celibato, guardado por el Reino de los cielos”.
3. “Se adhieren a Cristo más fácilmente con un corazón indiviso”.
4. “Se dedican en Cristo y por Cristo más libremente al servicio de Dios y de los hombres”.
5. “Sirven más expeditamente a su Reino y obra de regeneración sobrenatural”.
6. “Se hacen más aptos para recibir más ampliamente la paternidad en Cristo”.
7. “Ante los hombres manifiestan que quieren dedicarse sin división al oficio encomendado: a desposar a los fieles con un solo varón, a presentarles como virgen casta a Cristo”.
8. “Evocan el misterioso matrimonio fundado por Dios y que se manifestará plenamente en el futuro, por el que la Iglesia tiene a Cristo como único esposo”.
9. “Se hacen signo vivo del aquel mundo futuro, presente ya por la fe y el amor, en el que los hijos de la resurrección no se casarán (Lc 20,35-36)”.


ANÁLISIS DE LAS “MÚLTIPLES CONVENIENCIAS”
1.- La “nueva humanidad” concuerda con todos, casados y solteros
“Toda la misión del sacerdote está al servicio de la nueva humanidad... que no tiene su origen en la sangre, ni en la voluntad de la carne, ni en la voluntad del varón, sino de Dios (Jn 1,13)” (PO 16).


Lo primero que salta a la vista es que la “nueva humanidad” no se define por celibato o matrimonio, sino por vida en el Espíritu. Vida nueva que recibimos al creer en Jesús y recibir su bautismo de Espíritu Santo. Célibes y casados, hombres y mujeres..., pueden ser “nueva humanidad”. “Toda la misión del sacerdote está al servicio de la nueva humanidad”, dice el texto conciliar. Verdad parcial: “toda la misión” de cualquier servidor de la Iglesia “está al servicio de la nueva humanidad”. La “nueva humanidad” es la comunidad que vive en el Amor de Dios, manifestado en Jesús. En esta comunidad todos somos hermanos. Todos, al creer en Jesús, se han dejado seducir por el Espíritu de Jesús: “no tienen su origen en la sangre, ni en la voluntad de la carne, ni en la voluntad del varón, sino de Dios (Jn 1, 13)”. Deducir de aquí que un sector de servidores de la comunidad que “no tiene su origen en la sangre, ni en la voluntad de la carne, ni en la voluntad del varón, sino de Dios (Jn 1,13)”, es conveniente -más bien: obligatorio- que vivan en “continencia perfecta y perpetua”, me parece gratuito. Todos debían ser célibes para servir a la Iglesia. Apóstoles, profetas, maestros, gobierno de las comunidades cristianas, catequistas, presidentes de los sacramentos, cuidadores de celebración, de enfermos... todos célibes para poder tratar bien a la “nueva humanidad”.

Este argumento de “conveniencia” -convertida en ley- hereda el desprecio a la sexualidad de la vieja concepción de la obscenidad de la relación sexual. Los célibes sirven mejor a la comunidad “que no procede de la voluntad de la carne”. Los casados, como “están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rom 8, 8) y, por tanto, no pueden cuidar su comunidad (teoría del papa Siricio, s. IV). Por otra parte, se está tratando de justificar, con la ley del celibato, el tipo tradicional de presbítero, que se adueña de todos los servicios, anulando al resto de la comunidad. Cuidar de una comunidad que procede del amor divino puede hacerse perfectamente por cualquier persona empapada del Espíritu de Jesús. Para Dios la soltería y el casamiento son opciones abiertas a toda persona. Más aún, todos, varón y mujer, soltero y casado... “somos uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28). Todos estamos invitados a vivir en el amor divino. Unos y otros pueden servir a la “nueva humanidad” si tienen cualidades para el servicio pertinente y amor pastoral como el de Jesús.

2.- El ministerio no viene definido por el celibato en absoluto
“Los presbíteros se consagran a Cristo con nueva y eximia razón a través de la virginidad o celibato, guardado por el Reino de los cielos” (PO 16).


Lo que se dice de los presbíteros “por su virginidad o celibato” puede decirse de todo célibe. Y no, por ello, todo célibe resulta apto para el ministerio. El ministerio no viene definido por el celibato. Lo que importa es su capacidad de responsabilizarse que el Evangelio, los sacramentos y el Amor divino se vivan en la Iglesia, en sus comunidades. Como presidente de la comunidad no tiene en sí todos los carismas. Él es el responsable de procurar que la comunidad descubra los carismas de sus miembros, los respete, los anime, los desarrolle. Él no tiene la exclusiva en la administración de la economía y los bienes de la iglesia, ni en enseñar, ni en catequizar, ni en visitar enfermos, ni en ayudar a los necesitados, ni en organizar grupos juveniles, matrimonios, vida ascendente.. Todo esto puede hacerlo quien esté dotado de aptitudes apropiadas y actitud cristiana, sea soltero o casado.

Minusvaloración de la consagración fundamental
Resulta curioso que se exalte tanto la “nueva y eximia razón” de la consagración celibataria. Es la ideología clerical que minusvalora la consagración bautismal, la fundamental, y, por tanto, la más eximia. Así desvanecen la dignidad cristiana para no tener que contar con los cristianos de base, de los cuales son sus servidores. Ellos, los clérigos, se creen ornados de consagraciones más altas: la ministerial (llamada impropiamente “sacerdotal”) y la virginal. La consagración ministerial y célibe no son fundamentales. Son accesorias, circunstanciales, relativas a la fundamental. Ellas están para servir a los “consagrados” del bautismo, “sacerdotes cristianos” del Nuevo Testamento. La Iglesia, durante siglos, ha prestigiado en exceso el sacerdocio “ministerial” como si fuera el único. Ha sido un signo claro del egoísmo de los dirigentes eclesiales: se han reservado para ellos el título común de “sacerdotes”, “clero”, “otros Cristos”... Se han ornado de distinciones mundanas, pintorescas, rayanas en la blasfemia: “reverendos, monseñores, excelencia, eminencia, santidad, beatitud, el Católico...”. Los “servidores”, los criados de la comunidad, se han convertido en “señores”, en “clero” (curiosamente significa “heredad”) como si sólo ellos fueran la “heredad” del Señor. Contra la tradición evangélica y apostólica que nunca llama “sacerdotes” a sus dirigentes. Sin comunidad no hay ministerios. El ministerio nace de la comunidad, “nueva humanidad”, aunque, como todo lo de la nueva humanidad “procede de Dios, no de la carne y de la sangre...”. El Espíritu de Jesús suscita los servicios o ministerios comunitarios. Existen por voluntad de Jesús y su Espíritu.

Celibato y matrimonio matizan en positivo el ministerio eclesial
Coordinar la comunidad, cuidar el Evangelio, procurar el suministro de los signos sacramentales, trabajar por la fraternidad... está al alcance de cristianos solteros y casados, hombres y mujeres, que han sido agraciados por cualidades apropiadas y las ejercen en el Amor divino. La “consagración celibataria”, por sí misma, no añade nada al ministerio, si no se tienen las cualidades y el amor pastoral previamente. Esto supuesto, es claro que el celibato por el reino puede matizar en positivo el ministerio. Igualmente, desde otras razones, el matrimonio matiza en positivo el ministerio. En las cartas de san Pablo aparecen ambas matizaciones. En 1Cor 7, 25-40 (“el Señor no ha dispuesto nada -v. 25-... Quiero que estéis sin preocupaciones -v. 32-...”) se destaca la libertad del célibe para el ministerio. En 1Tim 3, 1-13 (que gobierne bien su propia familia -v. 4-, si uno no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo va a cuidar la Iglesia de Dios? -v.5-, que gobiernen bien a los hijos y sus familias -v. 12-...) destaca la ventaja del matrimonio para el buen gobierno eclesial (Cf. Tit 1, 6-9).

Rufo González
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