Miércoles de Ceniza (01.03.2017): Convertíos a la Verdad y al Amor

Introducción:"os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2Cor 5,20-6,2)
La comunidad no se lleva bien con el Apóstol
Por el contexto de la carta, se sabe que Pablo encontró una dura oposición en un sector importante de la comunidad de Corinto. Instigados por unos supuestos representantes de los Apóstoles de Jerusalén, parte de la comunidad no acepta la autoridad apostólica de Pablo. Uno incluso le ofende gravemente y los demás guardan silencio. Pablo, dolido por este distanciamiento real entre él y la comunidad, quiere reconciliarse con ellos. No hay comunidad cristiana si no hay “común sentir y pensar en Cristo”, si sus miembros, personal y colectivamente, no están unidos en el amor divino que les vincula. Pablo tiene conciencia de que él “no quiere dominar la comunidad de los creyentes (“fe”: sentido comunitario), sino colaborar con la alegría” (2Cor 1, 24). Cuando el clima eclesial nos es cordial, distendido, no hay “alegría intraeclesial”, fruto del amor. Muchas veces es debido a la ley, al ordenamiento jurídico, impuesto sin comunión. Caso claro, la ley del celibato. El clima de miedo, de terror, de portazos..., debido a leyes litúrgicas, a no transparencia, a denuncias anónimas.. no es fruto del Espíritu. Tenemos que evitar situaciones de sufrimiento. El Espíritu de amor “entra en la alegría de su Señor” (Mt 25, 21-23), abre puertas a la creatividad y a la libertad, quita leyes no compartidas, “no impone más de lo necesario” (He 15, 28).

Pablo quiere restaurar la comunión
Pablo, “remero de Cristo y suministrador de los misterios de Dios” (1Cor 4,1), “colaborador de Dios..., embajador de Cristo”..., pide a los corintios: “dejaos reconciliar con Dios”. Reconciliarse con Dios es aceptar su amor sin medida, manifestado en la persona y la vida de Jesús. Este amor es la base de la comunidad cristiana: personas que quieren vivir del amor divino. La conversión (objetivo de la cuaresma) es dejarse transformar por el amor de Dios. No es “preparación para la muerte”, sino “preparación para la vida”. El evangelio del amor de Dios es principio de vida gozosa y compartida con los hermanos, ensayo de la vida plena que nos espera en la gloria. Reconciliarse con Dios es experimentar su amor y empaparse de él, volver al “amor primero”, volver a la alegría, a la relación distendida, al respeto a la conciencia, a los derechos humanos...

Ahora es el tiempo de la gracia
Dios hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser justicia de Dios” (v. 21). Es una imagen difícil de entender hoy. Está inspirada en el culto judío. Se interpreta la vida y la muerte de Jesús como sacrificio agradable a Dios en favor de todos. Jesús, lleno del Amor, ha sido condenado a muerte por el egoísmo del mundo. Dios respetando la libertad humana, tolera la muerte injusta de Jesús. Pero resucitándolo, muestra la justicia divina, su amor en la vida y en la muerte (Rm 8, 38-39). De algún modo puede decirse que “Dios al que no tenía que ver con el pecado, por nosotros lo cargó con el pecado, para que nosotros, por su medio, obtuviéramos la rehabilitación de Dios” (v. 21). Muriendo injustamente, fruto del pecado, nos ha abierto la Vida nueva, la gracia, el amor divino. En la muerte-resurrección de Jesús, Dios nos revela el misterio del ser humano. Nos abre el Amor divino, que no muere nunca. Vivir el Amor no es “opio del pueblo”, sino resistencia amorosa a la injusticia y trabajo generoso para satisfacer las necesidades básicas de todos, sin miedo a la muerte física, porque sabe que el amor del Padre sigue tras la muerte. Su cruz no es masoquismo que busca sufrimiento, sino consecuencia de este mundo injusto, que no sabe responder al Amor. Experimentó el desamor, el odio, la cruz... Así nosotros, seguidores de su amor, “lleguemos a ser justicia de Dios”, “gracia de Dios”, “amor de Dios”. Pablo nos pide hoy que “no echemos en saco roto la gracia de Dios... Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación” (6, 1-2). “Estamos, por la fe en Jesús, en una situación de gracia y estamos orgullosos con la esperanza de alcanzar el esplendor de Dios” (Rm 5,2). Vivamos esta situación como Jesús, en humildad, curando, alegrando la vida, suprimiendo el mal que podamos.

Oración:os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios (2Cor 5,20-6,2)

Jesús, conciliado con el amor del Padre-Madre Dios:
observamos hoy el trajín de la comunidad cristiana de Corinto;
aceptaron tu evangelio de vida con mucha alegría;
se creyeron “ungidos” por tu Espíritu de amor;
crearon vida y multiplicaron tus dones y carismas.
Pero también la cizaña hizo acto de presencia:
- divisiones y discordias por diferentes motivos;
- personalismos de algunos responsables;
- perversiones del amor disfrazadas de libertad;
- afán de sobresalir y dominar...

Pablo, creador de la comunidad, experimenta la discordia:
siente que su visita causa disgusto a algunos;
recuerda la ofensa de un miembro, a quien apoyaba un sector;
les ha escrito una carta “con muchas lágrimas” (2Cor 2,6; 7,12; 2,1; 2, 3.4.9);
le critican por no tener cartas de presentación;
nos les parece bien que reconozca sus debilidades;
más bien prefieren que alardee de carismas brillantes;
le quieren dependiente de la comunidad en el sustento material;
desean que sea como “la mayoría, comerciante de la palabra de Dios”;
les molesta la libertad del amor cristiano...

Pablo vive en Amor y quiere ser así comprendido:
no cree necesitar cartas de presentación:
- “vosotros sois mi carta, escrita en vuestros corazones,
abierta y leída por todo el mundo
” (2Cor 3, 2);
se niega a alardear: “sólo presumiré de mis debilidades” (2Cor 12,5.9-10);
no quiere vivir a expensas de la comunidad, aunque tenga derecho:
- “no fui una carga para nadie” (2Cor 11,7-9);
evita convertir su labor apostólica en negocio :
- “no somos comerciantes de la palabra de Dios” (2Cor 2,17);
así fue libre, como Jesús, para denunciar la infidelidad de aquella iglesia:
tal como os reunís en común no es posible comer la cena del Señor” (1Cor 11, 20ss).

Hoy escuchamos a tu “embajador”, a Pablo, a nuestros pastores:
Dios, por medio nuestro, os exhorta;
os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios
”(2Cor 5, 20).

Es la mejor invitación que nos pueden hacer:
“reconciliarse” con Dios es “reconciliarnos” con el Amor:
- “Si no tengo amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes”;
- “si no tengo amor, no soy nada”;
- “si no tengo amor, nada me sirve
” (1Cor 13, 1-3).

Este Amor es obra del Espíritu que te empapó a ti, Jesús:
te inspiró deseos de bien y de vida para todos;
te inclinó preferentemente hacia quienes menos vida tenían;
te hizo salir a los caminos para curar y abrir los ojos a la verdad de la vida;
te enfrentó a los instalados y orgullosos de su bienestar, a los poderosos...:
- que impedían la vida y la libertad de la mayoría;
- que humillaban a los pobres y sencillos con el despilfarro y acaparamiento;
- que dominaban tiránicamente, sin respeto a los derechos humanos.

Este amor eres Tú mismo, que “estás a la puerta llamando:
- “si uno te oye y te abre, entras en su casa y cenas con él” (Apoc 3, 20).
Estas palabras dirigidas a la iglesia de Laodicea están puestas en boca del Espíritu:
- “el testigo fiel y veraz” del amor de Dios (Apoc 3, 13-14);
- dirigidas a una iglesia rica, satisfecha y segura, “ni fría ni caliente” (Apoc 3, 15-17).
Tu Amor, llamando a la puerta, pide ser acogido, en esta iglesia:
- así “será consciente de su miseria, desnudez y ceguera”;
- le ofreces tu alimento, el amor del Padre, “el oro que hace rico” ante Dios;
- “el vestido blanco que tapa su desnudez vergonzosa” al amar gratis;
- “el colirio para que sus ojos vean” la verdad de la vida (Apoc 3, 17-18).

Jesús, Hijo del Padre Dios, hermano de todos:
insiste en nuestra puerta, cerrada a tu amor;
que nos volvamos más sensibles a tu Espíritu;
que percibamos nuestras esclavitudes, miserias y ceguera;
estira nuestro pobre amor con tu Amor sin límites:
- “que disculpa siempre,
- que se fía siempre,
- que siempre espera lo mejor,
- que soporta todo
” (1Cor 13, 7).

Rufo González
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