D. 32º TO A 2ª Lect.(12.11.2017): “No morimos con los animales, la nada no viene después”

Introducción:estaremos siempre con el Señor” (1Tes 4,13-17)
Los capítulos 4-5 están dedicados a instrucciones y aclaraciones: progreso de la moralidad y el amor comunitario, la venida definitiva del Señor, aprecio a los responsables de la comunidad, oración y discernimiento del Espíritu, perseverancia hasta el final. Hoy y el domingo que viene leemos final y principio, respectivamente, de ambos capítulos sobre la venida del Señor.

“No morimos con los animales, la nada no viene después”
Los primeros cristianos creían inminente la venida del Señor. El mismo Pablo se incluye entre los que estarían vivos. Pero la vida se encarga de decirles que van muriendo sin ver dicha venida. En este ambiente se encuadra la reflexión: “no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza”. Mucha gente acepta el diagnóstico bellamente expresado por Bertolt Brecht, en su poema “Contra la seducción”: “¡No os dejéis seducir!...¡No os dejéis engañar! Poco es la vida. ¡Saboreadla a rápidos sorbos! ¡No os resultará suficiente al tenerla que dejar! ¡No os dejéis esperanzar en vano!... ¿Qué os puede infundir angustia? Morís con todos los animales y después no hay nada más”. Citado y contestado por Hans Küng: “Sí hay retorno... Llega aún otra mañana... La vida... sí está dispuesta otra vez... No morís con los animales, la nada no viene después” (Hans Küng: ¿Vida eterna? Respuesta al gran interrogante de la vida humana. Ed. Trotta. Madrid 2007. Pág. 82).

Dios nos llevará con él
Si creemos que Cristo ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él” (v. 14). Con el aparato literario de la apocalíptica, imagina el modo cómo puede ser el encuentro de muertos y vivos con el Señor resucitado. Termina afirmando el contenido de la esperanza última cristiana: “estaremos siempre con el Señor” (v. 17). En la vida de Jesús se nos revela la vida y destino del ser humano: “Cristo..., en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... Debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, del modo conocido para Dios, se asocien a este misterio pascual” (GS 22).

Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras
Es el último versículo del capítulo 4. Es ejercicio de Espíritu Santo -paráclito, consolador- que podemos y debemos brindarnos. Es obra de amor buscar y compartir el sentido a las tareas de cada día (“pequeño sentido”) y a la vida y muerte en su conjunto (“gran sentido”). “Fieles a la tierra” y al “anhelo -imposible de sofocar- de justicia definitiva, paz eterna y duradera beatitud” (Hans Küng en “Lo que yo creo”. Ed. Trotta. Madrid 2011, p. 96-97).

Oración:estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4,13-17)

Jesús del amor sin límites:
Hoy seguimos compartiendo la esperanza de Pablo:
a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él”.

Contemplando tu vida descubrimos el sentido de la nuestra:
los evangelios hablan mucho de la “vida definitiva, eterna”;
es tu vida libre, tu mismo reino, tu vivir para siempre;
amando al prójimo obtenemos todos esta vida (Mt 19,16-19 y paral.; 25, 34-36);
así lo veía la comunidad del discípulo amado:
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida
porque amamos a los hermanos
” (1Jn 3,14).

Tu Espíritu comunica la vida de amor del Padre (Jn 6,63; 4,14):
al dejarnos seducir por tu vida, descubrimos el Amor del Padre;
el amor que tu vida manifestó desde la cuna a la cruz;
el amor que te puso a los pies de los enfermos y excluidos;
el amor que era el centro de tu evangelio: “amad como os amo” (Jn 13, 34).

Sentirnos amados es la base de nuestra vida:
desde que nacemos hambreamos un pecho que palpite amoroso;
la confianza y alegría de vivir sólo permanecen en el amor;
cuando nos falta, se rompe el hilo de seda de la vida;
aparecen los hilos duros, hirientes, agresivos, enfermizos;
la vida pierde sentido, se hace campo de batalla, dominan las fieras;
la miseria, la explotación, el sinsentido... destruyen nuestra humanidad;
el amor no respira su fortaleza ante la muerte:
“morimos con todos los animales y después no hay nada más” (Bertolt Brecht).

Jesús del amor más fuerte que la muerte:
necesitamos encontrarnos con tu Amor;
necesitamos pasar de la muerte a la Vida;
necesitamos encontrar la fraternidad.

Este ha sido y sigue siendo el regalo de tu vida, Jesús de Nazaret:
a ti el Padre te ha dado esa capacidad: dar vida definitiva” (Jn 17, 1ss);
yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25);
venid a mí, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28ss);
ánimo, que yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33);
hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43);
Padre, en tus manos pongo mi vida” (Lc 23, 46).

Nosotros, Jesús de la vida, hemos creído en tu amor:
nos sentimos amados por el Padre Dios;
creemos al Espíritu tuyo que nos habita por dentro;
oímos tu aliento de vida: “no tengáis miedo” (Lc 12, 4);
nos sabemos hijos de Dios, le llamamos ¡Padre-Madre!;
ni muerte de vida, nos puede separar de su amor manifestado en ti” (Rm 8, 38-39).

Esta esperanza es fuente de nuestra vida:
nos mantiene siempre amorosamente ilusionados;
nos ayuda a ser fieles a la vida, a las personas, al trabajo...;
la oscuridad propia de la vida, sobre todo:
- el sufrimiento de los inocentes,
- la desgracia sobrevenida naturalmente,
- la miseria que se ahoga y muere en miseria,
- la justicia que nunca se realiza...
quedan abiertas a la luz de tu amor, que pondrá las cosas en su sitio.
Este deseo tan humano lo expresa así H. Küng:
“Me gustaría `entender bien´ mi vida.
Ver por fin de frente el tapiz de mi vida,
que, con sus múltiples hilos y colores, causa una impresión confusa.
Resuelto por fin todo lo que me ha resultado enigmático,
todo ya entendido, todo ya a mis espaldas... todo tranquilo, alegre, pleno.
Esta es mi esperanza de una vida eterna, por fin, exitosa,
en paz y armonía, en amor duradero y felicidad permanente.
Sin embargo, de momento vale
lo que el gran Agustín afirma al comienzo de sus Confesiones:
nuestro corazón `anda siempre desasosegado
hasta que se aquiete y descanse en ti´ (Confesiones I, 1)”.
(Hans Küng: Lo que yo creo. Ed. Trotta. Madrid 2011. P. 223-224).


Sí, Jesús de Nazaret, contigo esperamos el paraíso:
paraíso que ya disfrutamos en parte al amar;
paraíso que crece cuando crece nuestro amor a la vida;
paraíso pleno que se abrirá al cerrarse nuestros ojos a este mundo;
paraíso que es el Amor, es decir, el Dios
que “nos llevará con él... Así estaremos siempre contigo, Señor”.

Rufo González
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