“¡Qué grande es la vanidad en la Iglesia!” (Domingo 4º TO-C; 03/02/2013)
"El riesgo de confundir espíritus ajenos a Jesús con señales del Reino de Dios es altísimo"
Introducción:si no tengo amor, no soy nada (1 Cor 12,31-13,13)
Leemos hoy el corazón del “sándwich” literario de los cc. 12-14 de la primera carta de Pablo a las “iglesias en casa” de Corinto. Es uno de los textos más eminentes y gloriosos de Pablo, e incluso de toda la Biblia. “Cantar de los Cantares” del Nuevo Testamento e “himno del amor” son títulos que se le dan, más por el contenido que por la forma. Es la culminación del tema sobre el culto y los dones de la comunidad cristiana. El agápe-amor es marco, cemento y “ceñidor” (Col 3,14) de los dones y servicios. Equivale al texto de Juan: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16). “Expresión clara y meridiana del corazón de la fe cristiana, imagen cristiana de Dios y también consiguiente imagen del hombre y de su camino” (Benedicto XVI: Carta Encíclica Deus caritas est, nº 1).
Supremacía o preeminencia del amor (vv.1-3)
Es el carisma más necesario para realizarse personal y cristianamente: “os voy a mostrar un camino más excelente”. Y el “más grande” (v. 13), también del Reino de Jesús: el que quiera ser grande, sea servidor de todos (Mt 19,25-28; Mc 10,42-45; Lc 22, 24-27). Más que el amor erótico (“eros”) y la amistad (“filía”), que los contiene sublimados. Es afecto o tendencia al bien que nos conduce al Bien supremo, fuente creadora, que nos ama y, por ello, nos ha puesto en la vida. Despierta en nosotros el mismo afán de bien para todo ser, fruto del amor divino. Nuestro deseo de felicidad (eros) y de ser correspondidos (filía) crecen hasta realizarse en dar la vida por amor. Ese fue el camino de Jesús, la humanización de Dios, manifestación de su Amor. Sin este amor nada tiene valor: ni la fe ni la limosna ni los actos heroicos por el prójimo: si no tengo amor, no soy nada. Es el amor, que da vida, lo que nos identifica con Dios Padre, con su Hijo y con el Espíritu, dadores de vida.
Práctica comparada con la praxis egoísta de los Corintios (vv. 4-7)
Quince verbos enumeran quince acciones: siete activadas y ocho no activadas por el amor. El amor “espera pacientemente”, “demuestra bondad”, “se alegra con la verdad”, “soporta todo”, “cree todo”, “espera todo”, “aguanta todo”. Es el amor divino “del que nada, ni muerte ni vida, puede separarnos” (Rm 8, 39), el “que hace salir sol y bajar lluvia sobre todos” (Mt 5, 45). Quien ama “no tiene envidia”, “no presume”, “no se envanece”, “no se comporta indecorosamente”, “no busca lo suyo”, “no se irrita”, “no lleva cuentas del mal”, “no se alegra de la injusticia”. Está pensando en la vida de la comunidad corintia, movida, como la nuestra, por el amor y el egoísmo.
Permanencia del amor (vv. 8-12)
“El amor no pasa nunca” (“pipto”: caer, acabar, morir, molestar). Todo carisma terminará, incluso la fe y la esperanza, menos el amor que es eterno como Dios. San Juan dirá que “el amor es Dios”. En él nos integraremos cuando conozcamos a Dios como él nos conoce, le veamos como él nos ve; entonces lograremos la dicha plena en su Amor (1Jn 3, 1-2).
ORACIÓN:si no tengo amor, no soy nada (1 Cor 12,31-13,13)
Jesús del amor vivido hasta más allá de la muerte.
Hoy el texto de Pablo es un canto a tu amor:
a tu afecto permanente a toda persona,
a tu interés por evitar el sufrimiento,
a tu afán constante porque nadie pase hambre, ni sed,
ni desnudez, ni soledad, ni marginación...
Para ti, Jesús, el amor es el tesoro escondido, la perla preciosa;
quien lo encuentra vive la verdadera alegría;
quien vive en amor “camina de la forma más excelente”.
Esta es la conversión de Pablo cuando perseguía en Damasco
a “los que seguían aquel Camino, lo mismo hombres que mujeres” (He 9, 2);
camino en amor “paciente, bondadoso, alegre con la verdad,
soportando lo indecible, confiado, optimista, sufrido...”;
en “este” camino te descubrió a ti: “yo soy Jesús a quien tú persigues”.
“Si no tengo amor, no soy nada”, será una convicción rotunda de Pablo;
aunque sepa mucho en el hablar y en intuir lo mejor y más verdadero;
aunque tenga mucha fe, dé limosnas, y sufra mucho...;
si no tengo amor, no me sirve de nada, no me realizo como persona.
Esa era, Jesús del amor, tu misma mente:
“manteneos en ese amor mío...;
os digo esto para que llevéis dentro mi propia alegría,
y así vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15, 9-11).
Pablo también nos recuerda las acciones que el amor hace imposibles:
“la envidia, la presunción, el orgullo, la grosería, el egoísmo,
el enfado, el rencor y la venganza, la neutralidad ante la injusticia...”.
Estos vicios denunciados por Pablo siguen entre nosotros:
“el vicio clerical por excelencia es la envidia,
y fuertemente presentes están la vanidad y la calumnia...
¡Qué grande es la vanidad en la Iglesia! Se ve en los hábitos...
Continuamente la Iglesia se reviste de ornamentos inútiles.
Tiene esa tendencia a la ostentación, al alarde...
El terrible carrerismo clerical, especialmente en la Curia Romana,
donde cada uno quiere ser más...
Ciertas cosas no se dicen, ya que se sabe que bloquean la carrera.
Un mal malísimo para la Iglesia: la verdad brilla por su ausencia”
(C. M. Martini, arzobispo de Milán, muerto el 31/08/2012, pidió a la Iglesia valor para transformarse. “Aunque sólo fuera por puro pragmatismo, decía, tendría que abrir los brazos a los sacerdotes casados y valorar la hipótesis de la ordenación de mujeres” -Jueves, 5 de junio 2008. El diario La República-).
Otro agudo observador de la Iglesia nos previene sobre la falta de tu amor:
“El riesgo de sofocar el Espíritu es creciente en la Iglesia católica romana;
se ha renunciado al diálogo como único medio evangélico
de buscar la verdad y de crear comunión;
se ha optado por la imposición con el rodillo del poder y de la amenaza...
Las cuestiones debatidas en el interior de la Iglesia (p. e., la moral de la vida,
el papel de la mujer, la elección y designación de obispos,
la democratización de las estructuras eclesiales,
la figura histórica de los presbíteros,
el modelo de evangelización y de presencia pública de la Iglesia, etc.)
pretenden zanjarse por la fuerza de un poder despótico
y la renuncia al ejercicio de la autoridad evangélica de la verdad...
El riesgo de confundir espíritus ajenos a Jesús con señales del Reino de Dios es altísimo”
(F. Javier Vitoria: Los vientos de cambio. La Iglesia ante los signos de los tiempos. Cuaderno Cristianismo y Justicia nº 178. Barcelona 2011, pp. 7-8).
Con Teresa del Niño Jesús, que encontró en la lectura de hoy la paz, terminamos:
“Oh Jesús, mi amor, encontré, por fin mi vocación.
Mi vocación es el amor.
Sí, en verdad, he encontrado mi puesto en la Iglesia:
este puesto me lo has dado tú, Dios mío.
En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor,
y con el amor lo seré todo.
Mi deseo podrá llegar a ser realidad”
(Santa Teresa del Niño Jesús: Manuscritos autobiográficos.
Lisieux 1957, 227-229. Oficio de Lectura: 2ª, 1 octubre).
Rufo González
Introducción:si no tengo amor, no soy nada (1 Cor 12,31-13,13)
Leemos hoy el corazón del “sándwich” literario de los cc. 12-14 de la primera carta de Pablo a las “iglesias en casa” de Corinto. Es uno de los textos más eminentes y gloriosos de Pablo, e incluso de toda la Biblia. “Cantar de los Cantares” del Nuevo Testamento e “himno del amor” son títulos que se le dan, más por el contenido que por la forma. Es la culminación del tema sobre el culto y los dones de la comunidad cristiana. El agápe-amor es marco, cemento y “ceñidor” (Col 3,14) de los dones y servicios. Equivale al texto de Juan: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16). “Expresión clara y meridiana del corazón de la fe cristiana, imagen cristiana de Dios y también consiguiente imagen del hombre y de su camino” (Benedicto XVI: Carta Encíclica Deus caritas est, nº 1).
Supremacía o preeminencia del amor (vv.1-3)
Es el carisma más necesario para realizarse personal y cristianamente: “os voy a mostrar un camino más excelente”. Y el “más grande” (v. 13), también del Reino de Jesús: el que quiera ser grande, sea servidor de todos (Mt 19,25-28; Mc 10,42-45; Lc 22, 24-27). Más que el amor erótico (“eros”) y la amistad (“filía”), que los contiene sublimados. Es afecto o tendencia al bien que nos conduce al Bien supremo, fuente creadora, que nos ama y, por ello, nos ha puesto en la vida. Despierta en nosotros el mismo afán de bien para todo ser, fruto del amor divino. Nuestro deseo de felicidad (eros) y de ser correspondidos (filía) crecen hasta realizarse en dar la vida por amor. Ese fue el camino de Jesús, la humanización de Dios, manifestación de su Amor. Sin este amor nada tiene valor: ni la fe ni la limosna ni los actos heroicos por el prójimo: si no tengo amor, no soy nada. Es el amor, que da vida, lo que nos identifica con Dios Padre, con su Hijo y con el Espíritu, dadores de vida.
Práctica comparada con la praxis egoísta de los Corintios (vv. 4-7)
Quince verbos enumeran quince acciones: siete activadas y ocho no activadas por el amor. El amor “espera pacientemente”, “demuestra bondad”, “se alegra con la verdad”, “soporta todo”, “cree todo”, “espera todo”, “aguanta todo”. Es el amor divino “del que nada, ni muerte ni vida, puede separarnos” (Rm 8, 39), el “que hace salir sol y bajar lluvia sobre todos” (Mt 5, 45). Quien ama “no tiene envidia”, “no presume”, “no se envanece”, “no se comporta indecorosamente”, “no busca lo suyo”, “no se irrita”, “no lleva cuentas del mal”, “no se alegra de la injusticia”. Está pensando en la vida de la comunidad corintia, movida, como la nuestra, por el amor y el egoísmo.
Permanencia del amor (vv. 8-12)
“El amor no pasa nunca” (“pipto”: caer, acabar, morir, molestar). Todo carisma terminará, incluso la fe y la esperanza, menos el amor que es eterno como Dios. San Juan dirá que “el amor es Dios”. En él nos integraremos cuando conozcamos a Dios como él nos conoce, le veamos como él nos ve; entonces lograremos la dicha plena en su Amor (1Jn 3, 1-2).
ORACIÓN:si no tengo amor, no soy nada (1 Cor 12,31-13,13)
Jesús del amor vivido hasta más allá de la muerte.
Hoy el texto de Pablo es un canto a tu amor:
a tu afecto permanente a toda persona,
a tu interés por evitar el sufrimiento,
a tu afán constante porque nadie pase hambre, ni sed,
ni desnudez, ni soledad, ni marginación...
Para ti, Jesús, el amor es el tesoro escondido, la perla preciosa;
quien lo encuentra vive la verdadera alegría;
quien vive en amor “camina de la forma más excelente”.
Esta es la conversión de Pablo cuando perseguía en Damasco
a “los que seguían aquel Camino, lo mismo hombres que mujeres” (He 9, 2);
camino en amor “paciente, bondadoso, alegre con la verdad,
soportando lo indecible, confiado, optimista, sufrido...”;
en “este” camino te descubrió a ti: “yo soy Jesús a quien tú persigues”.
“Si no tengo amor, no soy nada”, será una convicción rotunda de Pablo;
aunque sepa mucho en el hablar y en intuir lo mejor y más verdadero;
aunque tenga mucha fe, dé limosnas, y sufra mucho...;
si no tengo amor, no me sirve de nada, no me realizo como persona.
Esa era, Jesús del amor, tu misma mente:
“manteneos en ese amor mío...;
os digo esto para que llevéis dentro mi propia alegría,
y así vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15, 9-11).
Pablo también nos recuerda las acciones que el amor hace imposibles:
“la envidia, la presunción, el orgullo, la grosería, el egoísmo,
el enfado, el rencor y la venganza, la neutralidad ante la injusticia...”.
Estos vicios denunciados por Pablo siguen entre nosotros:
“el vicio clerical por excelencia es la envidia,
y fuertemente presentes están la vanidad y la calumnia...
¡Qué grande es la vanidad en la Iglesia! Se ve en los hábitos...
Continuamente la Iglesia se reviste de ornamentos inútiles.
Tiene esa tendencia a la ostentación, al alarde...
El terrible carrerismo clerical, especialmente en la Curia Romana,
donde cada uno quiere ser más...
Ciertas cosas no se dicen, ya que se sabe que bloquean la carrera.
Un mal malísimo para la Iglesia: la verdad brilla por su ausencia”
(C. M. Martini, arzobispo de Milán, muerto el 31/08/2012, pidió a la Iglesia valor para transformarse. “Aunque sólo fuera por puro pragmatismo, decía, tendría que abrir los brazos a los sacerdotes casados y valorar la hipótesis de la ordenación de mujeres” -Jueves, 5 de junio 2008. El diario La República-).
Otro agudo observador de la Iglesia nos previene sobre la falta de tu amor:
“El riesgo de sofocar el Espíritu es creciente en la Iglesia católica romana;
se ha renunciado al diálogo como único medio evangélico
de buscar la verdad y de crear comunión;
se ha optado por la imposición con el rodillo del poder y de la amenaza...
Las cuestiones debatidas en el interior de la Iglesia (p. e., la moral de la vida,
el papel de la mujer, la elección y designación de obispos,
la democratización de las estructuras eclesiales,
la figura histórica de los presbíteros,
el modelo de evangelización y de presencia pública de la Iglesia, etc.)
pretenden zanjarse por la fuerza de un poder despótico
y la renuncia al ejercicio de la autoridad evangélica de la verdad...
El riesgo de confundir espíritus ajenos a Jesús con señales del Reino de Dios es altísimo”
(F. Javier Vitoria: Los vientos de cambio. La Iglesia ante los signos de los tiempos. Cuaderno Cristianismo y Justicia nº 178. Barcelona 2011, pp. 7-8).
Con Teresa del Niño Jesús, que encontró en la lectura de hoy la paz, terminamos:
“Oh Jesús, mi amor, encontré, por fin mi vocación.
Mi vocación es el amor.
Sí, en verdad, he encontrado mi puesto en la Iglesia:
este puesto me lo has dado tú, Dios mío.
En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor,
y con el amor lo seré todo.
Mi deseo podrá llegar a ser realidad”
(Santa Teresa del Niño Jesús: Manuscritos autobiográficos.
Lisieux 1957, 227-229. Oficio de Lectura: 2ª, 1 octubre).
Rufo González