Los pobres, preferidos de Dios (Domingo 3º TO-C)

“Tratamos a los pobres como personas preferidas de Dios” (Tertuliano, s. II)

Introducción:Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados (1 Cor 12,12-30)
En la primera parte de este capítulo (leída el domingo pasado) se hacía hincapié en la variedad y unidad de los carismas y servicios de la Iglesia. Leíamos un catálogo de los mismos, y se remarcaba que todos eran manifestación del Espíritu para provecho común. Hoy (vv. 12-30), con la analogía del cuerpo humano, se sugieren matices nuevos sobre la vida correcta de nuestras comunidades.

“Así también es el Cristo”, afirma rotundamente tras decir que el cuerpo es uno y muchos miembros (v. 12). La razón de la unidad y pluralidad es: “hemos sido bautizados en un único Espíritu para formar un único cuerpo, todos hemos bebido un único Espíritu”. El Espíritu es comparado con el agua en la que hemos sido sumergidos, enterrando-lavando el egoísmo, y con la que hemos sido fecundados. El Espíritu de Jesús nos nutre y guía hasta la muerte y resurrección (Rm 6, 3-5). En nuestra vida, inspirada por el mismo Espíritu de Jesús, se manifiesta de forma imprescindible el amor universal: “sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1Jn 3,14).

Todos los miembros se necesitan mutuamente (vv.14-21). Es una exigencia de todo cuerpo humano. Pero a partir del v. 22, introduce Pablo otras exigencias discutibles sobre el cuerpo humano en sí mismo considerado. Más bien son exigencias éticas de la Iglesia que Jesús quería, y que Pablo aplica al cuerpo, para que sirva de analogía más perfecta. Son estas: “los miembros que parecen más débiles son los más necesarios” (v. 22); “los menos honrosos los damos mayor honor” (v. 23). “Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados” (v. 24). Más literal: “Dios organizó el cuerpo dando mayor valor (“timé”: honor, estima, valor, honra, dignidad) al que no importa” (“hysteroumenon”: que es inferior, que está detrás, está falto). Pablo alude a la configuración del grupo cristiano tal como lo concebía Jesús: “no ha de ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros el que quiera ser grande ha de ser servidor de todos...” (Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Lc 22, 24-27). Y añade esta razón: “para que no haya escisión (lit.: “cisma”) en el cuerpo, sino cuidado solidario” (v. 25). Si uno sufre o es honrado, todos sufren o se alegran (v. 26). Tertuliano (155-220) atestigua lapidariamente este modo de vida: “Tratamos a los pobres como personas preferidas de Dios”. ¿Es así en nuestra Iglesia, parroquia, comunidad...?

El versículo 27 repite rotundamente: “vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros cada uno”. Enumera un catálogo de ministerios siguiendo un orden prioritario: apóstoles, profetas, maestros, hacedores de prodigios, carismas de curaciones, ayudadores, administradores (gobernantes), variedad de lenguas (v. 28). Termina el texto afirmando que no todos pueden desempeñar idénticos servicios (vv. 29-30). Luego ni uno todos, ni todos lo mismo. Invitación para la Iglesia de todos los tiempos.

Oración:Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados (1 Cor 12,12-30)

Jesús, cabeza del Pueblo de Dios, tu Cuerpo, tu Asamblea.
Hoy leemos en Pablo, la analogía de nuestra Iglesia con el cuerpo humano:
"hemos sido bautizados en un único Espíritu para formar un único cuerpo,
todos hemos bebido un único Espíritu".

Para orar esta verdad nos servimos hoy del último concilio universal de la Iglesia,
el Vaticano II, el portavoz más autorizado de tu Evangelio en el siglo XX.

“A tus hermanos, convocados de entre todas las gentes, comunicándoles tu Espíritu,
los constituyes misteriosamente como tu cuerpo...
por el bautismo nos conformamos contigo, bautizados en un único Espíritu...;
participando realmente de tu Cuerpo en la fracción del pan eucarístico,
somos elevados a la comunión contigo y entre nosotros:
`porque un único pan, muchos somos un único cuerpo...´ (1Cor 10,17)...

Para que incesantemente seamos renovados en Ti, nos diste de tu Espíritu,
que, existiendo uno y el mismo en la cabeza y en los miembros,
de tal modo vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo,
que su quehacer pudo ser comparado por los santos Padres
con el quehacer que el principio de vida o alma cumple en el cuerpo humano...”.

“Este pueblo mesiánico te tiene a Ti, Cristo, por cabeza...;
tiene como condición la dignidad y libertad de hijos de Dios,
en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo;
tiene como ley el mandato nuevo de amar como Tú, Cristo, nos amaste;
tiene como finalidad el Reino de Dios...” (LG 7 y 9).

“En tu cuerpo, Cristo,... hay variedad de servicio, pero unidad de misión...;
los cristianos tenemos deber y derecho al apostolado por nuestra unión contigo...;
a todos tus fieles se nos impone la gloriosa obligación de trabajar para que
el anuncio divino de salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres...

El Espíritu Santo concede dones peculiares... para que, poniéndolos al servicio mutuo,
seamos administradores de la multiforme gracia de Dios...
para la edificación de todo el cuerpo en el amor” (AA 3).

Jesús, cabeza del Pueblo de Dios, tu Cuerpo y tu Asamblea:
queremos hoy aceptar con alegría ser miembros de tu Cuerpo;
agradecemos el bautismo que nos dio a beber de tu Espíritu;
deseamos alimentarnos del pan, presencia resucitada tuya por el Espíritu;
valoramos nuestra dignidad y libertad de hijos de Dios, hermanos tuyos;
nos comprometemos a amar como tú amas.

Hoy Pablo nos recalca nuestro “aire de familia”:
“los miembros más débiles son los más necesarios;
los menos honrosos los damos mayor honor;
Dios organizó el cuerpo dando mayor valor al que no importa,
para que no haya escisión en el cuerpo, sino cuidado solidario”.
(Aquí conviene detenerse y contemplar nuestras distinciones, honores...).

Recordamos la sintonía contigo, Jesús hermano:
“El Espíritu me ha ungido para dar la Buena Noticia a los pobres, cautivos, ciegos, oprimidos...” (evangelio de hoy: Lc 4,14-21).
“no ha de ser así entre vosotros; el que quiera ser grande sea servidor de todos” (Mc 10,42-45; par.);
“¿cuál de estos tres se hizo prójimo...? Anda, haz tú lo mismo” (Lc 10, 30-37);
“lo que hicisteis a uno de estos hermanos más insignificantes, lo hicisteis conmigo...” (Mt 25, 31ss).

Que tu Espíritu renueve la Iglesia, nos renueve a todos, según el modelo de tu vida.

Rufo González
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