“No podemos vivir sin el domingo”

Domingo 2º Pascua C 2ª Lect. (28.04.2019)

Comentario: El día del Señor fui arrebatado en espíritu” (Ap 1,9-11a.12-13.17-19)

Leemos el “Apocalipsis” o “revelación” de Jesús en la historia

Durante los próximos cinco domingos de Pascua leemos textos del Apocalipsis (“revelación”). Es una “revelación de Jesucristo” a los cristianos a través del apóstol Juan (Ap 1,1). “Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y guardan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca” (Ap 1,3). “Profecía” aquí no significa “predicción” del futuro, sino anuncio de la voluntad de Dios en la historia. Ante la realidad actual nos preguntamos: ¿qué exige el “pacto” (la fe) con el Dios de Jesús aquí y ahora?, ¿cómo vivir su Amor en el presente? Cuando se escribió este libro, las persecuciones del emperador Nerón dificultaban vivir la Alianza del amor de Jesús. La Iglesia se enfrenta a la Roma Imperial que creí al emperador “Dios, Salvador y único Señor”, y su religión era herramienta de esclavitud. Los cristianos tienen como “Dios, Salvador y único Señor”, a Jesús, el Hijo, Mesías de Dios. Su vida era vivir el Reino anunciado por Jesús. Dar culto al César-Dios era sacralizar su poder humano, su dinero y su honor imperial. Igualdad, libertad y fraternidad se hacen imposibles.

Juan habla de su experiencia espiritual

Juan escribe en su cultura, con simbología del Antiguo Testamento. Pretende animar a los cristianos de Asia, a sus “siete iglesias” (símbolo de toda la Iglesia), a ser fieles al proyecto cristiano. Leemos hoy el prólogo de las siete cartas, primera parte del Apocalipsis. Reconoce su solidaridad: “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Ap 1,9).

En la celebración dominical siente el Espíritu de Jesús

El día del Señor fui arrebatado en espíritu” (lit.: “fui o estuve en espíritu en el día dominical”). Es decir, tuvo una experiencia interior, se sintió influido por el espíritu de Jesús: “Escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta que decía: Lo que estás viendo, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias...” (Ap 1, 10-11a).

Jesús resucitado están en medio de nosotros, “lámparas” de su vida

Me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro” (Ap 1, 12-13). Es un modo de representar a la Iglesia y a Jesús en medio de ella. El centro de la Iglesia es, pues, “como un Hijo de hombre”, una figura humana, extraída de Daniel (7,13): es el juez escatológico que actúa con el poder de Dios; con túnica y cinturón de oro, como reyes y sumos sacerdotes (Ex 28,2-4; Zac 3,1.3.4; Sab 18,21.24).

Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome: `No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de esto´” (Ap 1,17-19). Siente la presencia resucitada de Jesús: “no temas..”.  Jesús está vivo y sus comunidades, “lámparas”, sienten la fuerza de su Espíritu, sobre todo el domingo.

Oración:El día del Señor fui arrebatado en espíritu” (Ap 1,9-11a.12-13.17-19)

Hoy quiero, Señor Jesús, agradecerte el domingo:

el día destinado a celebrar que “estamos en tu Espíritu”;

el día “señorial”: día del “Señor” y de los “señores”;

nuestro día “cristiano”, eco semanal de la Pascua;

celebración de tu señorío sobre el mal y la muerte;

celebración de nuestro señorío sobre el mal y la muerte.

Desde tu resurrección el domingo sigue siendo el día:

en que “te pones en medio” de nosotros, tus “lámparas”;

recordamos tu lucha contra la enfermedad y la miseria;

nos sitúas en la realidad de nuestros días:

ante la situación angustiosa de tantos hermanos...;

ante las familias en paro de todos sus miembros;

ante los desahucios que la desigualdad acarrea;

ante el egoísmo de quienes no paran de acumular bienes...

Nos enseñas tus manos solidarias clavadas a la cruz,

y el costado abierto por la crueldad de nuestro egoísmo;

escuchamos tus palabras de consuelo y fortaleza:

no temas; soy el primero y el último, y el que vive;

estuve muerto y ves que estoy vivo...,

y tengo las llaves de la muerte y del abismo...”.

Nos aseguras el perdón y la paz del Padre:

te sentimos como “Señor y Dios nuestro”;

nos creemos “señores”, enjoyados con tu mismo Espíritu;

nos envías como el Padre te envió a reconciliar;

nos llenas de tu amor solidario y alegría sin medida.

Es verdad que a veces no nos enteramos:

venimos obsesionados con nuestras adicciones;

nos resbalan las llamadas de los hermanos;

vivimos casi en la inconsciencia.

Pero otras veces, te sentimos en medio de nosotros:

voz potente, como de trompeta”, que nos grita en la conciencia;

tu palabra nos traspasa el alma como “espada aguda de doble filo” (Ap 1,16);

como un Hijo de hombre” entrevisto en toda persona;

vestido de una túnica talar y ceñido el pecho con un cinturón de oro...”,

como los antiguos sacerdotes que unían con el misterio creador;

eres el Resucitado, anudado con el más perfecto cinturón: el Espíritu divino,

de cabellos de nieve, ojos de fuego, de pies firmes como bronce...” (Ap 1,13-15).

Gracias, Señor y Dios mío, por esta experiencia:

los que no participan, no comprenden tanto amor al domingo;

piensan que es una rutina, una pérdida de tiempo,

una manía absurda como todas las manías,

o una alucinación colectiva, como pensaba el apóstol Tomás.

Para nosotros la eucaristía es una necesidad sentida y querida:

como confesaba el sacerdote norteafricano, Saturnino, a finales del s. III,

respondiendo al procónsul romano que le acusaba de no cumplir

el edicto de Diocleciano al reunirse con su comunidad, decimos: 

“Hemos hecho muy conscientemente esto de celebrar el Domingo,

la comida del Señor. No podemos vivir sin el Domingo”.

Gracias a ti, Señor Jesús, por tu presencia viva y joven

que da sentido a nuestra vida.

Preces de los Fieles (D. 2º Pascua C 2ª Lect. 28.04.2019): “No podemos vivir sin el domingo”

Como los primeros discípulos de Jesús, nos reunimos “el día primero de la semana”, día dedicado a celebrar que Jesús está vivo y nos acompaña con su Espíritu. Sentimos que Jesús está aquí y ahora, y con él y en él, en su Espíritu, oramos al Padre  diciendo: “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Por la Iglesia:

- que viva comprometida por la vida de todos;

- que denuncie toda agresión a la vida, a la honradez, a la misericordia...

Roguemos al Señor:  “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Por la esperanza cristiana:

- que seamos capaces de superar fracasos y contradicciones;

- que mantengamos nuestra fe en el bien, en la verdad, en el amor, en la vida...

Roguemos al Señor:  “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Por las personas utópicas:

- que les inspire la vida de Jesús y actúen según sus ideales;

- que cuiden su “corazón inquieto”, inconformista, pero comprometido.

Roguemos al Señor:  “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Por las elecciones políticas de hoy en España:

- que sean constructivas, limpias, de futuro bueno;

- que sean elegidos los mejores en el saber y en hacer.

Roguemos al Señor:  “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Por los enfermos, los sin techo,  en paro...:

- que les acompañemos y ayudemos a superar su situación;

- que tenga fe en la vida, en el trabajo, en la honradez...

Roguemos al Señor:  “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Por esta celebración:

- que  nos inquiete el corazón y lo empuje hacia el bien;

- que nos convenza de que es posible la vida para todos.

Roguemos al Señor:  “enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

Bendice, Señor, nuestra oración y convéncenos de que “quien espera en Cristo no puede conformarse ya con la realidad dada, sino que comienza a sufrir a causa de ella... Paz con Dios significa discordia con el mundo, pues el aguijón del futuro prometido punza implacablemente en la carne a todo presente no cumplido” (J. Moltmann: Teología de la Esperanza, Salamanca 1969, 26-27). Por Jesucristo, nuestro Señor, que vive por los siglos de los siglos.

Amén.

Leganés (Madrid) abril 2019.

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