El celibato obligatorio tiene una larga historia de productos perversos: represión, hipocresía, mujeres en la clandestinidad, hijos no reconocidos, exilios, etc. etc. Siete preguntas (Sacerd. Caelib. nº 3) en busca de respuesta evangélica (VII)

6ª.- “Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir ¿con qué razones ha de probarse hoy que es santa y conveniente?” (A)

Un adjetivo inadecuado

Llamar “áurea” a la ley del celibato es equipararla a lo que se viene llamando la “regla de oro” del evangelio: “tratad a los demás como queréis que ellos os traten” (Lc 6,31; Mt 7, 12). Todos queremos que nos traten con amor, con verdad, al estilo de Jesús. Un precepto, para parecerse a la “regla de oro” evangélica, debería ser una concreción de la misma. Cosa falsa del todo en esta ley. Esta ley es una imposición contraria a la naturaleza, a los derechos humanos. Jesús propuso el celibato como opción a quienes podían entenderlo y tuvieran ese don (Mt 19, 11-12). No lo impuso ni exigió para ministerio o quehacer apostólico alguno. El gobierno de su Iglesia no se parecía al de los jefes de este mundo (Mt 20,25-27; Mc 10,42-44; Lc 22, 25-26). La Iglesia primera consideraba contrario al Espíritu prohibir el matrimonio (1Tim 4,1-3). La Iglesia en el siglo IV. al margen del Espíritu de Jesús, primero prohibió el uso del matrimonio, y después el mismo matrimonio a los clérigos. La libertad de Jesús quedó marginada.  

Una pregunta absurda

Si esta ley fuera “áurea” de verdad, sobra el condicional: “si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir”. ¿Cómo no a va subsistir una “ley dorada” para el ser humano? La verdad es que de “áurea”, nada de nada. De “hojalata” de la peor calidad. “Por sus frutos lo conoceréis” (Mt 7,16), es el criterio evangélico para discernir todo factor de bien o mal. El celibato opcional puede producir frutos de amor. El celibato obligatorio -la ley que vincula obligatoriamente celibato y ministerio- tiene una larga historia de productos perversos: represión, hipocresía, mujeres en la clandestinidad, hijos no reconocidos, exilios, etc. etc. El celibato como opción personal lo consideran ético los tratadistas de ética. Pero con reservas. Que no cunda el ejemplo y les dé a todos los seres humanos por seguir ese camino. La procreación, dicen, es obligación de la especie. El mandato bíblico “sed fecundos y multiplicaos” (Gén 1,28) interpreta religiosamente  los instintos humanos. Éstos instan a todos los individuos, no solo al conjunto. Unos lo sienten más imperiosamente, otros con menor fuerza. En esta disparidad se amparan los éticos para cargar esta obligación a la “especie humana”, y dispensar a la persona individual, que es la realmente existente. La “especie” es un constructo mental. Prolongar la especie humana es deber de todos. Curiosamente, para defender y exaltar su celibato, algún sector de la Iglesia considera de menor categoría a los que cumplen la ley procreadora que a sus célibes. “Camino”, libro de san José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, es paradigma de la devaluación: “El matrimonio es para gente de tropa, no para los grandes oficiales de la Iglesia. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne” (máxima 28). Que sea la tropa quien tenga hijos. Los célibes exigiremos que cumplan aquello que nosotros no queremos cumplir: “ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros...” (Mt 23, 3-4).

“Áurea” no es originario de Pablo VI

No creo que dicho adjetivo, al igual que calificar al celibato de “perla preciosa” (n.1), sean originarios de la pluma de Pablo VI. “Salvo excepciones, las encíclicas son obra de la Curia, más que del Papa. Éste pone su firma, pero a él no se debe su gestación ni redacción” (C. Alcaina). La valoración de la disciplina celibataria en la “Sacerdotalis Caelibatus” no concuerda con su mente ni con sus actuaciones. A no ser que en poco tiempo hubiera evolucionado ante el hecho de las secularizaciones abundantes. “Pablo VI no hacía ascos a la hipótesis de abolir el celibato obligatorio. Es más, anhelaba esta abolición. Como otros pensadores católicos de vanguardia, consideraba la institución del celibato obligatorio una rémora para la evangelización y para la autenticidad del clero. También un contrasigno y un freno a los derechos humanos” (Celso Alcaina).

Lo demuestran tres argumentos incontrovertibles:

1. “El Sínodo que está a punto de comenzar debatirá sobre el celibato del clero. Por mi parte, estoy dispuesto a que varones cristianos casados puedan acceder al sacerdocio, siempre que Sínodo así lo acuerde” (Septiembre 1971, en san Pedro).

“El Sínodo no abolió la obligatoriedad del celibato... Echaron nuevamente sobre las espaldas del Papa el histórico cambio. Y Montini era débil”.

“Pablo VI no consideraba esencial el celibato obligatorio. Ni siquiera muy importante. Lo subordinaba a la función apostólica del clero. Consideraba prioritarios otros valores eclesiales e individuales. Abrigó la esperanza de que sus colaboradores aprobaran y corroboraran su pretensión de modificar paulatinamente la disciplina celibataria. Por su carácter tímido, por la actual configuración del Papado, por la formación y edad del Episcopado, por el preponderante papel de la Curia, fue incapaz de dar el salto, de pasar del diseño a la ejecución”.

2. “El arzobispo de Saigon, Nguyen van Binh, informó que los catequistas estaban dispuestos a suplir al clero exterminado, pero sin aceptar el celibato... El Papa pidió a la Congregación para la Doctrina de la Fe estudiar el tema y buscar una solución excepcional para aquella dramática situación. Yo preparé la “positio”. La Plenaria de Cardenales debatió el tema y comunicó que `no se podía hacer una excepción porque ello supondría romper la disciplina general en la materia. Si el Papa quería abolir el celibato obligatorio era su responsabilidad´”.

3. “En 1973, llega una carta a la Congregación para la Doctrina de la Fe, a través del cardenal Benelli, sustituto de la Secretaría del Vaticano, “por especial encargo del Santo Padre”. Era carta del senador Ludovico Montini a su hermano Giovanni Battista Montini, Papa Pablo VI. Exponía la situación de un amigo, sacerdote de Brescia, que se había enamorado y no quería dejar el ministerio. Pedía un esfuerzo para ayudar a este buen sacerdote y dejarle ejercer el ministerio en otro sitio. “Fuimos varios los curiales que leímos la carta del senador”. El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Seper, decidió enviarla a la Sección Matrimonial para unirla al expediente de reducción al estado laical. Antes consultó a su “Congreso Particular de los lunes -4 altos cargos- que acordó la improcedencia de la pretendida excepción. En este sentido contestó a Benelli.”

(Celso Alcaina: “Roma veduta. Monseñor se desnuda”. Ed. Liber Factory. Madrid 2016, pp. 172-176).

 Jaén 2019.

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