La vida de los sacerdotes casados proclama la injusticia eclesial (IV)

Jerónimo Podestá, obispo con los pobres y con los sacerdotes casados (7)

“Nunca ocultamos ni Clelia ni yo el amor que sentíamos el uno por el otro”
Jerónimo quiso siempre hacer de su vida un testimonio de la libertad y amor evangélicos. Lo hizo en la pastoral social muy comprometida con los más débiles. Acogió a sacerdotes obreros, propagó la “Populorum Progressio”, dio la cara por los derechos humanos en la atormentada Argentina que le tocó vivir. El afecto personal, despertado en el trato con la secretaria diocesana, que terminaría siendo su mujer, fue un ingrediente importante que mediatizó su actividad eclesial y puso a prueba su madurez humana y evangélica. Los dirigentes eclesiales lo utilizaron torticeramente como excusa para dar justificación a su remoción episcopal. De ello se queja Podestá:
“Yo no digo que lo taparan pero que lo trataran de una manera, con mayor respeto a las personas involucradas. Eso fue así y sin duda hay un fondo cierto que nunca ocultamos ni Clelia ni yo de nuestro afecto y de nuestra relación, el amor que sentíamos el uno por el otro, pero lo que precipitó, lo que causó el derrumbe fue una incentivación de tipo político bien manifiesta y bien clara. Y las acusaciones que llevaron... El Nuncio me hizo una picardía muy fea, si yo hubiera querido, como me dijeron algunos otros asesores: “Si vos la peleás, que te prueben en qué se basa la acusación (si yo había ido a mostrar las cartas) vos podés hacer un juicio laico en el Vaticano ¿No?”. Dije no, el Papa no me tiene confianza, ¡chao!” (Lidia González / Luis I. García Conde: “Monseñor Jerónimo Podestá. LA REVOLUCIÓN EN LA IGLESIA”. P. 99)


“Mi nombre es Clelia”
Fue el título de su autobiografía, publicada en Santiago de Chile, Ed. Los Héroes, 1996. En ella cuenta que la Santa Sede le enviaba cartas al obispo de Avellaneda para que dejara toda relación con ella. En dichas cartas nunca decían su nombre. Es el reflejo de la actitud que mantienen frente a la mujer de muchos clérigos, a la que consideran “invisible”, sin nombre y sin realidad reconocida, a pesar de que saben que existe. La llamaban “esa mujer”, “esa señora” o “la consabida persona”. Es la actitud despreciativa y burlona de solterones empedernidos. Como sabían que la razón profunda para destituirle no era esa, sino la política y social, le comunican su cese dándole el título de obispo de Orrea de Aninico, una diócesis imaginaria de África, “in partibus infidelium” -en países de los infieles, hoy-. A cambio, debía “arrancar de su corazón y de su lado a esa señora, la consabida persona”. Esta idea procedía del mismo Pablo VI, según se cuenta en este mismo libro, al recordar el viaje de Podestá junto a Clelia al Vaticano para hablar directamente con el Papa. Sólo Podestá fue recibido. Él mismo afirma: “Le expliqué al Papa el sentido y el alcance de nuestra relación, para concluir que el nuestro era un encuentro de «gracia» y no de pecado […]. Finalmente, Pablo VI me pidió absolutamente que arrancara ese afecto de mi corazón. Todo esto me cayó muy mal porque estaba y estoy convencido de que no tenía derecho a exigirme tal cosa”.

La caridad cristiana llevó a Clelia a la vida de Podestá
En 1963 agoniza su matrimonio conflictivo y violento. Se hace cargo de sus seis hijas, y trabaja en diversas empresas en Salta, Jujuy y Tucumán. En 1965 busca y encuentra trabajo en Buenos Aires en la revista “Imagen del País”, dirigida por Ezequiel Perteagudo (Pág. 83 Lidia González / Luis I. García Conde). En Tucumán había dejado a Francisco, sacerdote amigo, enfermo de alcoholismo, a quien quería seguir ayudando. Lo cuenta así ella misma:
“24 de marzo de 1966. Querido Raúl: hoy llamé a La Plata y pedí hablar con monseñor Pironio. Me atendió y me dio hora para mañana a las diez: Sé que él me ayudará con el problema de Francisco. Pero mientras tanto, te pido que lo ayudes no dejándolo solo. El Dr. Cafferata se ofreció a hacerle la cura alcohólica, cuando le pregunté qué obispo me podía ayudar, me dijo: tan sólo hay dos. Podestá y Pironio. Según como me vaya con Pironio lo llamaré a Podestá.
23 de abril de 1966... Hoy a las doce tengo que ir a hablar con monseñor Podestá por Francisco... Hoy estuve con Podestá. Es un hombre maravilloso. Se apareció sencillamente con su clergyman, parecía un curita. No sé si lo conocés, pero pensé mucho en ti. Me citó en casa de su madre, a las doce, pero apareció recién a las trece treinta. Su madre entró al escritorio a pedirme disculpas por la demora y me dio un diario para entretenerme.” (Clelia Luro, “Mi nombre es Clelia”, Santiago de Chile, Ed. Los Héroes, 1996, pp.110-112).


El trabajo en la revista “Imagen del País” les acercó
El 28 de junio de 1966, Podestá, Clelia y el director de la revista, Ezequiel Perteagudo, cenaron en un restaurante de La Boca:
“Esta noche iremos a cenar con Ezequiel y monseñor Podestá. Es muy importante este encuentro para el trabajo que Ezequiel quiere hacer entre los obreros y los empresarios... Anoche Podestá me pasó a buscar y fuimos a cenar a la Casa del Atún en la Boca, un restaurante japonés. Salí pues con él en el auto. Qué naturalidad tiene y qué libre su comportamiento. Fuimos los dos solos y Ezequiel tardó como una hora en llegar. Yo me sentía preocupada de que nos vieran solos conversando largo rato, pero él no manifestó la menor incomodidad ni preocupación. Era la primera vez que podíamos dialogar sin interrupciones el uno frente al otro, desde el día que lo conocí en casa de su madre... Por fin llegó Ezequiel y se lo pude presentar. Nos quedamos hasta la una de la madrugada.” (P. 86: Monseñor Jerónimo Podestá LA REVOLUCIÓN EN LA IGLESIA).


Con Clelia apareció el obispo Helder Cámara
El obispo de Mar del Plata, monseñor Plaza, le pidió a obispo de Avellaneda, monseñor Podestá, que estuviera presente en una reunión de obispos sudamericanos a celebrar en Mar del Plata. Creía monseñor Plaza que la presencia de Helder Cámara era problemática, y alguien de altura intelectual tenía que hacer frente a sus teorías sociales. De hecho las autoridades argentinas no veían bien la presencia del obispo brasileño. Podestá sería quien respondería mejor a las ideas osadas del obispo brasileño. Justamente fue al revés. Herder Cámara apareció hablando con Clelia. Lo cuenta el mismo Podestá: “Me preguntaba cuál sería monseñor Cámara y de pronto vi a Clelia que estaba hablando con él. Monseñor Cámara la tenía de la mano.” Clelia los presentó y Cámara le dijo: “No tengas miedo, Clelia va a ser tu fuerte”. Podestá reconoció varias veces la intuición de H. Cámara: “Sin conocerme, Cámara me dijo: `Ustedes dos tienen que hacer un camino juntos´. Fue el inicio de una relación amistosa que terminaría en boda. Clelia se integró a la diócesis como su secretaria.

“Yo no procedí como un loco”
Así lo reconoce sinceramente el obispo Podestá ante la acusación de algunos familiares cercanos que le tildaban de imprudente e ingenuo. La evolución de su amistad fue bastante natural y siempre fue sincero consigo mismo y honrado en su proceder:
“Quiero decirles que algo tengo que decir al respecto porque yo no procedí como un loco, como un desorbitado, yo acompañé a Clelia cuando me pidió ayuda para un sacerdote borracho, ella lo cuenta por ahí en su libro, entablamos una relación muy cordial, a mí me maravilló la calidad, sentí un gran afecto por ella, me deslumbró. No creo que sea el momento de reiterar esas cosas que por ahí están escritas...” (P. 104: Monseñor Jerónimo Podestá LA REVOLUCIÓN EN LA IGLESIA).

Rufo González
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