ALELUYA¡¡¡

¡El crucificado ha resucitado, ALELUYA¡

Sí, un muerto ha resucitado, Tú, el crucificado por amor a la humanidad, has sido exaltado, y lo creemos porque estás vivo en nosotros, en medio de la iglesia y del mundo. Gritamos, por ello, que es posible la vida, la justicia, la fraternidad, y la verdadera alegría, la felicidad sin engaño.
Necesitamos experimentar el misterio de tu resurrección en nuestros corazones, por eso hemos venido esta noche santa, para poder seguir siendo pregoneros de la alegría, motores y portadores de la buena noticia en medio del mundo: “No está aquí, ha resucitado”, “La muerte ha sido vencida para siempre” “Nosotros lo hemos visto y su Espíritu nos habita” “Ha comenzado un mundo y una vida nueva, ahora es posible todo”. Sabemos que Él puede y quiere transformar la realidad, que tenemos su Espíritu de Resucitado y es imparable en nuestro interior y en la historia, ahora en la noche santa de la luz queremos dejarnos llevar por él.

Queremos gritar con toda la iglesia, llena de luz, que no hay situación, dolor, tristeza, llanto, soledad, violencia, miseria, pobreza, desigualdad, ni muerte que se le resista. Hoy tenemos todas las razones para la alegría: el mundo se transforma y se cambia, y lo hace en la noche en que un cirio, elaborado con el cuidado y esmero de lo pequeño y lo diario de las abejas en sus colmenas, arde rompiendo la oscuridad y quemando en amor a todos los que se le acercan, así la luz se desborda, de un sepulcro abierto y de un corazón traspasado que empieza a latir en el absoluto del corazón del Padre, nos regala la claridad que no tiene ocaso ni fin.
Y en esta noche santa se nos abren los ojos para mirar la historia, dejando que arda nuestro corazón, al ritmo de la Palabra de la vida, y descubrimos tu promesa y tu acción inagotable que sólo porta salvación. Y sentimos el deseo de gritar y cantar tus proezas:

Éstas son las fiestas de Pascua,
en las que te entregas
para seducirnos con la fuerza de tu Sangre,
con la que consagras las puertas de nuestras vidas,
proclamando que somos tus hijos amados,
por quien tú das la vida,
amándonos hasta el extremo.
Esta es la noche en que sacaste de Egipto,
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Esta es la noche en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.
Esta es la noche
en la que por toda la tierra,
los que confesamos nuestra fe en Cristo, somos arrancados
de todos los miedos, ataduras, odios,
y de la oscuridad del pecado,
somos renovados en tu gracia,
agregados a la santidad de los compasivos.

Esta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
Solo en ti puede estar el sentido de nuestra vida,
Tú eres el tesoro escondido, que nos ha encontrado,
cuando estábamos perdidos,
Tú eres la alegría plena,
por la que merece la pena entregarlo todo.

Padre, ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatarnos a los esclavos, nos entregaste al Hijo!
En esta noche, tu amor es tan exagerado,
que todo merece la pena,
hasta nuestro pecado y nuestra debilidad,
que han sido borrados por la muerte de tu Hijo, nuestro hermano.

La alegría nos lleva hasta la locura de tu amor, para poder exclamar:
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella –siendo oscuridad, silencio y esperanza-
conoció el momento
en que Cristo resucitó del abismo.

Ahora, para nosotros, se está cumpliendo tu promesa:

«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo.»
Y así, esta noche santa
ahuyenta nuestros pecados,
lava las culpas,
nos devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los potentes.

En esta noche de gracia,
acepta, Padre Santo,
la ofrenda de estas llamas,
que como comunidad de Guadalupe,
junto a toda la Iglesia y todos los que nos necesitan,
te ofrecemos.

Sabemos que tú has encendido tu luz,
en nuestros corazones,
para que ardiendo nosotros en nuestros hermanos,
con el fuego de tu amor,
seamos lámparas de tu justicia, tu verdad
y tu amor en medio del mundo.
¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano con lo divino,
para que se acabe la tristeza, el llanto, el dolor y el luto
que genera la división, la exclusión, la pobreza y la muerte!
Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
para destruir la oscuridad de la noche,
en la humanidad,
arda sin apagarse
en cada uno de nosotros
y, aceptado como perfume,
se asocie a las lumbreras del cielo con todos los santos,
porque nosotros soñamos, deseamos, queremos ser como Tú.

Que tus sentimientos siempre ardan de nosotros,
para que tu luz sea nuestra luz,
y tu verdad nos haga verdaderos.
Que el despertar de cada mañana de la historia,
lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
Jesucristo, tu Hijo,
que, volviendo del abismo,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.

Volver arriba