Unidad de vida y ministerio Don Ramón, maestro y pastor

Así fue maestro según el corazón de Cristo, sirviendo a sus hermanos en la docencia ayudando a ser y vivir, y sacerdote según el maestro de Nazaret con una pedagogía del don de lo gratuito, de libertad y participación, de encarnación y acción, de humildad y sencillez oculta, sin pretender nunca nada que se saliera de vivir en la gracia y en la sabiduría de Dios en el mayor de los silencios y en la mejor de la oración y la entrega.

Don Ramón, maestro y pastor

Don Ramón

En el día de los difuntos participé en una celebración de exequias singular en la concatedral de Mérida. Presididos por el arzobispo, con el clero de la ciudad y otros que nos incorporamos a la liturgia eucarística, despedimos a un sacerdote singular como ha sido Ramón Conde. El templo estaba lleno por familiares, amigos y sobre todo feligreses queridos de este buen pastor, que ha estado sirviendo a la Iglesia en medio del pueblo hasta pocos días antes de su muerte, siendo ya octogenario avanzado.

celebración

La ceremonia estuvo llena de sentido profundo, de canto cuidado, de palabras de vida y afecto, de sacramento vivo y símbolos reales, pero sobre todo de sencillez y serenidad, como correspondía a la personalidad del finado. Podemos decir que como sacerdote ha respondido a la llamada propia de aquellos que se sienten consagrados para ser servidor de los hermanos. En ese sentido, incorporado al buen hacer de todos los sacerdotes honrados. Pero Don Ramón, ha tenido una singularidad que a mí me ha parecido ejemplar y que me siento llamado a imitar, me refiero a lo que ha sido su conjunción de profesión y estado de vida.

Siendo sacerdote, optó por prepararse y opositar como maestro nacional y así ha ejercido muchos años la profesión, su trabajo secular, en bastantes escuelas públicas. Es de notar que los símbolos sacerdotales sobre su féretro lo depositaron tres sacerdotes más jóvenes que habían sido alumnos suyos en la escuela, alguno más estaba fuera. Ha vivido de su trabajo y eligió un trabajo en el que podía lavar los pies a muchos niños y adolescentes en el ámbito rural, con el servicio de la docencia buscando hacer personas preparadas y de provecho. Y eso lo conjuntaba con una atención cuidada y sentida de la parroquia a la que cuidada con mimo y esmero.

Cuando se jubiló como maestro se entregó con total corazón a lo que era la identidad de su ser y su estado de vida, la consagración a favor de los fieles cristianos del pueblo de Dios, fuera donde fuera. Pero lo que destaco es esa relación sin fisuras entre su profesión de maestro y su ser sacerdotal, sacerdote en la profesión y profesional entregado en su vocación consagrada, supo aunar naturaleza y gracia, humanidad y divinidad, sin mezcla ni división. Me suena a buena cristología, a sana eclesiología, y salvación integral. Me gustaría parecerme a él en esta unidad de vida.
Cuando hablamos de la secularidad del sacerdote diocesano deberíamos situarnos en aquellos que han sido tan fieles al concilio vaticano II, que han entregado su ser humanos encarnados en la realidad del compromiso temporal con un ciudadano más, configurando su labor profesional con el sentir y vivir de la consagración en el seguimiento de Jesús, por el que optaron como estado de vida. Así fue maestro según el corazón de Cristo, sirviendo a sus hermanos en la docencia ayudando a ser y vivir, y sacerdote según el maestro de Nazaret con una pedagogía del don de lo gratuito, de libertad y participación, de encarnación y acción, de humildad y sencillez oculta, sin pretender nunca nada que se saliera de vivir en la gracia y en la sabiduría de Dios en el mayor de los silencios y en la mejor de la oración y la entrega. Gracias, Don Ramón.
José Moreno Losada

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