Alegres eternos perdedores

Cada vez me convenzo más que, en nuestra labor pastoral como curas, no podemos obligar a nadie a nada. Ni obligar, ni presionar, ni chantajear con chuches, puzles que se completan semanalmente o historias parecidas. No podemos poner “falta”, o “hacer fichar”… como mucho apelar a la responsabilidad con los compromisos que la gente adquiere voluntariamente. Una Iglesia propositiva, no impositiva…

Como decía, se trata de motivar, animar, mostrar lo bueno de “lo nuestro”, ofrecerlo sin descanso pero sin obligar, dejando libre a la gente para que venga o no, para que participe en las cosas de la parroquia o no. De hecho, así es como actúa Jesús; Él siempre pregunta: “¿qué os parece?”; y luego dice “si quieres...” . Si quieres sígueme; si quieres ven a la Eucaristía, si te parece bien apunta a tus hijos a catequesis, si queréis aquí tenéis unos encuentros de preparación al Matrimonio o al Bautismo, si quieres… sería estupendo, lo pasarás muy bien, crecerás como persona, serás más feliz y vivirás mejor.

Si queréis, si os parece bien… Como empecemos con “debéis”, “tenéis que”, “es obligatorio”, “el que falte no se confirma” y expresiones y prácticas semejantes, yo creo que no vamos muy lejos, no logramos nada, nos hacemos antipáticos y a menudo ocurre justo lo contrario de lo que buscamos, que la gente se aleje de la Iglesia y de la fe (que es peor).
Me molesta cada vez menos atender a los que vienen a un “servicio religioso” (qué feo esto) puntual: una boda, un bautizo… Ya no siento eso de: “no pisáis la parroquia y ahora venís exigiendo…”. No, a esta gente hay que atenderla exquisitamente, con simpatía y cercanía; es más, cualquier persona que viene a la parroquia tiene que irse contenta de haberse acercado… ¡especialmente los menos asiduos!

Porque todo en la casa de Dios es libre y gratis (¿o no?). Por lo tanto hay que ser acogedores con las personas cuando acuden, agradecer su asistencia y no alterarse por las veces que no aparecen y “faltan”. Es necesario encontrarse bien en el papel de “eternos perdedores”, proponedores infatigables de lo que a la gente aparentemente no le interesa, expertos en quedarnos solos, en encajar fracasos numéricos o que las cosas no salgan bien… Proponer, ofrecer, siempre, con convicción y con una sonrisa, cuando vienen y cuando no vienen, a tiempo y a destiempo; con esa carta guardada, la de devolver amabilidad por indiferencia, la de estar disponibles a todos y a todos por igual sea cual sea la respuesta, sin reproches, con humildad, sin reñir… y sin la más mínima traza de prepotencia.

Como Jesús. A su lado toda persona se sintió libre, respetada infinitamente. No pretendió convencer a nadie, ni apabulló con portentos que hicieran la fe obligatoria. De hecho, perdió porque no logró que ni sus más íntimos comprendieran su mensaje. Lo dejaron solo y Él los siguió queriendo, aceptando, respetando y valorando, tanto que les confió a ellos continuar con su misión. Menos mal que no les puso falta.

César L. Caro
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