Hiyab mojado de lágrimas

El episodio ya contado aquí hace un par de meses (ver entrada del 18 de septiembre titulada "El peculiar aroma del agradecimiento") ha tenido una singular continuación. La vida es a veces tan sencillamente hermosa que me estremece.

Nuestros amigos marroquíes han encontrado una casa que les venía mejor y se han mudado a los Salgueros, el más próximo de los "barrios" altos del pueblo. Pero claro, era una casa sin amueblar...
Alguien me lo comentó: "¿y si desde Cáritas les echamos una mano?". Pero yo voy conociendo mi pueblo y le dije: "Espera, que ya verás como no hace ni falta".

Tres o cuatro días y... corchete hervete. Sus nuevos vecinos se movieron con rapidez: braseros, mantas, bombona... Pero no sólo ellos, mucha gente del pueblo se unió a la ola de generosidad espontánea: camas, una tele, un catre, un mueble, sillas, una mesa... Así de fácil, sin necesidad de pedir ni de airear, es una heroicidad modesta pero valiosa. Cáritas también ayudó, claro: les pusimos el calentador.

Pasan sólo dos días más... y fallece inesperadamente la vecina de esta familia. El sofocón fue gordo. Y al día siguiente, en el entierro... Ismael y su esposa, con el hiyab puesto, en la iglesia dando el pésame, afectados como todos, con lágrimas en los ojos. Alguien me lo refirió por la tarde: "¡los moros en la iglesia!". "¡Pues claro!" - dije yo. "¡Es su vecina! Y la querían". Nos quejamos de que los entierros son meros actos sociales; y es cierto que probablemente en la iglesia hay buenas dosis de cumpli-miento... pero ¿no es como para sentirse orgullosos de que el templo cristiano sea el escenario natural de demostraciones auténticas de solidaridad interhumana? ¿Acaso no es eso lo que querría Jesús?

Recuerdo haber entrado en varias mezquitas, sobre todo la gran mezquita de Niamey (Niger), con mi cruz al cuello; y no pasó nada, sólo me tuve que quitar las chanclas, como todo quisque. Los vecinos de los Salgueros han probado ya el pan marroquí; me han dicho que está muy bueno, creo que se sienten embargados por la gratitud. Realmente el sabor del amor derriba toda frontera.

César L. Caro
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