Ni tráfico ni las autoridades locales ni el Gobierno ni nadie se atreve a decir a los jóvenes que emborracharse es una falta contra la responsabilidad personal, es renunciar a dar cuenta de las propias acciones. Emborracharse es renunciar a la racionalidad que distingue al ser humano de la simple animalidad. Es más, las autoridades fomentan y aún organizan fiestas que saben de antemano que no van a ser más que una borrachera colectiva. Luego piden conducción responsable. El borracho se cree el más capaz del mundo de conducir y aún de gobernar el país. Todo el mundo debe beber responsablemente, tanto si conduce como si se queda en casa; tanto si cree en Dios como si es ateo.