Cristo crucificado

Los teólogos y la teología moderna, con base en la Sagrada escritura, dicen que el misterio fontal de la fe es la Resurrección de Jesús; por lo tanto, la ceremonia principal de la Semana Santa y de todo el ciclo litúrgico es... la Vigilia Pascual. No cabe duda teológica alguna. E instan a los sacerdotes a que insistan en ello. Sin embargo, por mucho que se le diga, el pueblo fiel sigue apegado a los misterios de la “Pasión y Muerte del Señor”. Esto no sólo se debe a la tradición pastoral que, desde la Edad Media ha insistido mucho en ello. El pueblo llano sabe que sufrir requiere más valor y coraje que reír; el pueblo sabe por experiencia que morir en la cruz es más difícil que resucitar (cuando se tiene poder para ello). Y, por supuesto, nadie puede resucitar si antes no ha muerto.
El misterio que la liturgia actualiza durante los días de la Semana Santa es uno; ninguno de los momentos se puede entender sin los otros y todos no pueden entenderse si falta uno de ellos; podría entenderse en otro sentido. Este misterio empezó el día en que Dios, hecho hombre en Jesús, planta su tienda entre nosotros. Jesús sufrió los avatares de la vida humana y los humanos lo mataron y él murió por redimirlos del pecado.
Es un misterio duro. ¿Cómo Dios puede condenar a su hijo a la muerte de cruz por salvar a los humanos? Es un misterio de amor. Y no vale darle más vueltas. La filosofía puede ayudar a una comprensión global a través de la explicación de la kénosis, el vaciamiento. Dios se vació de su condición de Dios y se hizo hombre y el hombre se ha de vaciar de su mentalidad para dejarse llenar del amor de Dios.
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