Emigrantes, 1: Pasión

Vivo en un barrio residencial de segunda clase; aún así, a diario sólo se ven los inmigrantes que vienen a trabajar, especialmente mujeres que vienen a hacer limpieza. Estos días de Semana santa, por el contrario, las calles de mi barrio estaban llenas de inmigrantes; por lo menos se distinguían fácilmente. Los indígenas habían desaparecido: como si un ciclón los hubiese arrebatado y hecho desaparecer d esobre la faz de la tierra.
A pesar de estar hecha en clave de humor, Un franco, 14 pesetas (España 2006. Dir. C. Iglesias) muestra una realidad dramática. A la salida del cine, en vez de ir a meditar a la iglesia (también lo hice) o a un rincón recoleto (también), lo hice paseando por la calle, observando a los inmigrantes. La vida del inmigrante es, aunque haya venido para mejorar y de hecho lo logre, es un drama, una pasión: ha sido arrancado de su tierra, de su familia, de su hogar, de su tiempo. Recordé aquello que me dijo un emigrante gallego en una ciudad de Alsacia (Francia) siendo él un emigrante normal y yo un emigrante que, además de trabajar, estudiaba: “la emigración llena de dinero las sucursales de las cajas perdidas en las montañas de España y de mierda la vida de los emigrantes”.
“Cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeñuelos, conmigo lo hicisteis” (Mat. 25, 40). La verdad es que no hice más que mirarlos y tener compasión.
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