Fragiles y alegres como naves

En el bar, sentados a la sombra de la higuera en el patio, en el atrio de la iglesia a la entrada y salida de misa, los que siempre están y los que van llegando, comentan: “El carocho se ha derrumbado. El tiempo es el mejor aliado y el peor enemigo”. “Ahora se ven las consecuencias de la negra helada. Los manzanos, los perales, los ciruelos, los centenares, los trigales deberían estar inclinaos hacia el suelo por el peso del fruto pero apuntan desafiantes al cielo”. Mirándolos extasiados, admiran la belleza de los montes y los prados que vieron brotar y florecer, y del río que, en crudos inviernos, vieron llevarse por delante alisios, abedules, sauces y hoy caminan por su cauce sin mojar la planta de los pies. Vuelven y están aquí porque, tal vez sin saberlo, a veces errantes como alma en pena y otras aferrándose a todo, quieren revivir aquellos, frágiles y alegres como naves que desaparecen en el horizonte, sueños de su infancia,
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