Desde el valle, la fina escarcha parecía una colección de brillantes collares enroscados en los árboles. Desde la montaña, al atardecer, el valle parece, primero un ataúd de vidrio transparente, más tarde una tacita sumida en la penumbra con los bordes de plata. Aquí y allá se veían Pixeiros, Fontercada, Aguís, Mosteiro, Loureses, Áspera, como animales prehistóricos tendidos en un paisaje desnudo exhalando el último suspiro. Entonces me di cuenta de que las sombras agigantas las visiones y las llenan de pensamientos vacíos. Bajando, sentía una inmensa y dichosa soledad, perdidos deseos, la ironía del mundo, fantasmas incendiados y en las mejillas gustaba los besos del viento frescos como sandías. Me sentía nada en el vientre de la inmensa inmensidad.