Inyectar el Evangelio

Se podría decir que la pantalla es la Cueva de Platón, la realidad es la pantalla, lo que vivimos a través de ella son sombras. Esto ha modificado los valores; cuando roban derechos de autor no lo sienten así porque el autor está demasiado lejos. Los jóvenes externalizan su interioridad; los indiscretos son los que pasan por allí, son dependientes de esta vida paralela, se siente exhaustos pero no tienen otra opción porque tienen miedo a perderse, a quedarse fuera por eso duermen con el móvil debajo de la cabecera. En el fondo, echan de menos a los demás, no pueden vivir sin ellos sólo consigo mismos aunque se alejan de la gente real, de la que vive a su lado y, en este sentido, son como autistas. Es la vida paralela de la pantalla la que les interesa, la comunicación con los semejantes. Cuando estamos, cuando viajamos, ocupamos un espacio físico pero nuestra atención está en la pantalla. Por eso llegan y no saludan a los que están ahí, van conversando con los que están “sabe Dios en dónde” aunque los jóvenes pueden estar, de manera muy superficial, en los dos sitios a la vez: lugar cero. En los lugares estamos en cuerpo pero no en alma. Por esto cada vez sienten más reparos en la comunicación cara a cara Los jóvenes confunde los retazos de información que adquieren a través de la pantalla con el conocimiento, retazos que absorben sin pensar, sin criticar, no se paran a pensar y esto es lo que, en realidad, los aleja de la escala tradicional de valores. Si esta nueva civilización no es inyectada de Evangelio, el mundo del futuro no será cristiano
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