¿Verdaderos creyentes?

Los hinchas, cuando pierden, para distraerse y consolarse, se dicen mutuamente y se repiten lo que todos saben: cosas insignificantes y obvias. “Cuando voy a ver a mis colegas sueño con que tengo muchas cosas que decirles y cuando los tengo delante me doy cuenta de que todo lo que tenía que decirles no significa nada. Cuando lo pierdo de vista otra vez pienso que no le dije muchas cosas que tenía de haberles dicho”, me dijo uno de ellos. “Las cosas del fútbol son como las cosas del culo. Te parece que ya no hay nada más que decirse pero vuelves a empezar aunque sólo sea para convencerte de que ya te lo has dicho todo”, me dijo un filósofo. Las palabras sirven, cuando se pierde, para acunar la tristeza y proteger la esperanza, y cuando se gana para compartir la alegría. Esperar hace parte de la fiesta y la derrota de la vida. En realidad de nada hablan, farfullan y gesticulan sobre sus penas y alegrías, recuerdos y fantasmas. Gestos y ritos repetidos hasta la saciedad sin que, muchos de ellos, acaben de acabarlos. Se aferran a los recuerdos, a los fantasmas y es imposible arrancarlos de ahí. Cuando salen de un partido importante acabado con resultado adverso, parece como si la noche se hubiera apoderado de todo, hasta de la mirada. “La felicidad es inagotable. Nunca se termina para quien es capaz de representar un buen papel”, escribió Celine. Sin placer es imposible existir y muchos lo encuentran en el fútbol. Son verdaderos creyentes (en lo suyo).
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