Una procesión de los cofrades, en su mayoría de hábito oficial, que entraba en su santuario, llenó durante todo el día las calles de mi barrio. Iban a depositar su voto para elegir nuevo presidente de la cofradía de los Culés. Alguien que tomaba café a mi lado susurró: “¿Quién dice que las cofradías y las procesiones están en decadencia?”