¿Y quién decide?

El día anterior estaban todos, los del invierno, como los residentes se llaman a sí mismos, y los que vinieron de vacaciones. Hablaron todos de todo, cantaron, riyeron. Lo que hace daño y separa no son las palabras sino lo que se deja pudrir allá en el fondo, en un recoveco del alma sin decir. Hay personas que no hieren aunque digan cosas muy graves y duras, y las hay que hieren siempre. Hoy también estaban todos para despedir a los que se iban. Aquellos viajes de tres días con sus noches ya son historia. Hoy la gente va y viene por menos de lo que canta un ciego y antes no venían ni para enterrar a los suyos. A pesar de todo, la anciana madre, le dijo: “Esto llega a su fin, hijo; ya no hay nada que esperar. Pero cada uno tiene que recibirla en donde le toca”. ¿La indomable cólera del principio contra el destino que les impidió tomar conciencia de lo que es ser emigrante: arrancarse de raíz, es hoy benevolencia o resignación? Otro hijo, que aún se queda unos días más antes de dejar sola a la madre, exclamó: “¿Madre, y quién decide en dónde le toca a cada uno?”
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