La luciernaga

Esta mañana en la huerta, deslumbraba la música del rocío que goteaba en los brotes de los perales. Esta tarde en las cumbres del Cebreiro, por entre los pinos y los robles emergían masas de granito como fósiles de animales sobre los que se ceñía el verbiseo de la procesión de gente que iba llegando del Valle del Salas y del Valle del Limia, a ofrecer sacrificios a la diosa Aguioncha en el altar de O Penedo das Fatigas. Recordando a San Pedro, cuando la transfiguración de Jesús, el viajero inconscientemente se dijo: “hagamos tres tiendas y quedémonos aquí”. Pero suspiró hondamente, se arrancó de aquellos encantos, se despidió con palabras no dichas y bajando vislumbró allá al fondo los pueblos como manchas oscuras y blancas. Cuando ya iba a subir las escaleras vio una luciérnaga en el cáliz de un lirio, como en un lago adormecido, vigilando el sueño de los ratones. Antes de dormir le vino a la mente: “No hagáis leña del árbol caído”

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