Los ojos de Dios

La mujer solo había visto una estatuilla de baro y de silencio, pero su hijo pequeño que había visitado el Belén con ella dijo por teléfono a su primo: “He visto los ojos, las manos y las piernas de Dios. Y el pueblo en onde nació tiene calles que llevan a la cuna como las calles del pueblo del abuelo que me llevan a la casa de mi amigo”. Como los parpados de los muertos son ajenos a todo, así los de los niños son ajenos a los intereses de los que asfixian, estrangulan y matan. El chorro de luz de los ojos del niño si dejamos mirarnos como el niño puede penetrar la tenebrosa noche, convertir en arados el hierro de la espada y en oro la escoria.

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