La perfección

Desde siempre, tal día como hoy, íbamos peregrinando a Virxe do Carme, santuario a la sombra de A Aguioncha, cumbre silenciosa, reina del Cebreiro. Los peregrinos llegaban a pie o en caballo a horcajadas sobre las alforjas llenas con la merienda. Desde lejos, los fuegos artificiales y los sones casi imperceptibles de los metales anunciaban la profesión. Al poco, ramos, pendones y estandartes asomaban venciendo la última curva. Algunos sermones, como una asoladora tempestad de palabras,  asustaban a los peregrinos cocinados a fuego lento por el tórrido sol de julio tendidos sobre los surcos que contemplaban arrobados la imagen de la Señora. Los toldos y cafés habían llegado cuando crecía el alba, y, cuando la cima de A Aguioncha se apagaba, se levantaban y se iban siguiendo las últimas parejas que se amaban abrazando la oscuridad. Nostalgia de la perfección vivida sin saber que era utopía. Tal vez ni siquiera recuerde como era la cosa sino que la sueño como me hubiera gustado que hubiera sido.

Volver arriba