¿La vida sin abuelos?

Mis primeros recuerdos de la casa del abuelo se confunden con las vacas, las ovejas, los perros, los gatos, los conejos y las gallinas que pululaban por el patio y las cuadras. Los perros, los gatos y las gallinas subían las escaleras y entraban hasta la cocina. Cuando de noche, entraban al patio gatos que no eran nuestros, los perros los perseguían, los gatos se subían a la higuera y los perros pasaban toda la noche ladrándoles. Mis abuelos tenían unas cuantas tierras y tres yuntas de vacas. Mientras el abuelo o la abuela ordeñaba, siempre había dos o tres de mis tíos, eran once hermanos, que iban a beber del jarro la leche aún caliente. El abuelo nunca aprobó ni suspendió porque aprendió lo necesario para poder vivir en su valle; me decía: “Todas las personas tienen historia, su historia y cada una la recuerda a su manera”. La abuela dialogaba con los pucheros, con el agua del fregadero, con las gallinas cuando les echaba grano, con los cerdos cuando les bajaba los calderos de comida, y con el fuego. Era tan sencilla como una margarita de los prados, tan dulce como el canto del ruiseñor, tan enjundiosa como una hogaza de pan centeno recién sacada del horno y tan limpia como un copo de nieve. Después que la muerte de la abuela, el abuelo lloraba muchas veces cuando me hablaba de ella. Cuando se sentía descubierto decía: “No lloro; me gorgoritean los recuerdos por dentro”. ¿Cómo será la vuda sin abuelos? No puedo imaginarmela.
Volver arriba