El "caso Charamsa", piedra de toque de las reformas de Francisco

“Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?”. Las palabras de Francisco cobran especial relevancia tras revelarse el escándalo de Krystof Charamsa, un sacerdote polaco, ex subsecretario de la todopoderosa Congregación para la Doctrina de la Fe, expulsado tras revelar su homosexualidad activa (convive con Edouard, un funcionario de la Generalitat de Catalunya) y denunciar la "actitud irracional, injusta, incapaz de estudiar la realidad" de la Iglesia católica.

El escándalo se ha hecho mundial toda vez que la salida del armario de Charamsa -quien hace unas semanas ya apareciera defendiendo, para disgusto del cardenal Cañizares, el derecho a decidir ("ahora ya sabemos por qué", apunta un obispo de Cataluña)- coincide con la apertura del Sínodo de la Familia, en la que el Papa, cardenales y obispos han de debatir sobre los desafíos de la familia en el mundo de hoy. Entre los temas más polémicos, la comunión a los divorciados, las convivencias no matrimoniales y, también, la acogida que han de tener las parejas homosexuales en la Iglesia.

Y es que, el “caso Charamsa” es, en buena medida, el caso de centenares -si no miles- de sacerdotes, religiosos e incluso obispos obligados a llevar una doble vida y no revelar su condición sexual. El celibato, la homofobia o, simplemente, el miedo a la institución impiden un debate claro y con los matices necesarios. “¿Quién soy yo para juzgar?”, subraya el Papa Francisco, y pocos dudan que este Pontificado es el momento idóneo para debatir en libertad sobre muchos temas. También, sobre la homosexualidad. El Sínodo que arrancó ayer debe ser un síntoma de ello.

El propio Papa, como en tantas ocasiones, predica con el ejemplo. En su reciente gira por Estados Unidos, su único encuentro oficial fue con un ex alumno Yayo Grassi, y con su pareja, otro hombre. Francisco, que apuesta por una “Iglesia-hospital de campaña”, capaz de acoger a todos, tiene en los homosexuales una piedra de toque para comprobar hasta dónde pueden llegar sus reformas. Ayer mismo, el cardenal de Lyon, Phillippe Barbarin, subrayaba que “la Iglesia no puede rechazar a nadie por ser homosexual”. Algo similar a lo que gritó, ya desde fuera, el cura Charamsa: “No podemos odiar a la comunidad gay, porque odiaremos nuestra propia humanidad".
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