La ley de Dios, Rouco y el César
El cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, que hace dos semanas ya instó al todavía no instaurado gobierno de Mariano Rajoy reformas educativas -mientras el ínclito Camino no se atrevía a hacer lo propio en lo referente al aborto o las bodas gays- ha subrayado que "sería bueno" que, de nuevo, la conciencia guiada por la Ley de Dios "vuelva a ser un elemento y un órgano decisivo en el comportamiento no sólo personal y privado, sino en el comportamiento, en la acción y en las actividades públicas que afectan a todos".
Lamentablemente, hoy no tenemos a nadie que pueda decirle al presidente del Episcopado aquellas mismas palabras de Jesús, aunque suponemos que Rouco Varela conoce el Evangelio al dedillo. Está muy bien, y es necesario, ojo, apelar a los valores evangélicos para llevar una vida acorde con la moral, la conciencia y el bien común. Todos los cristianos, como tales y en tanto que ciudadanos, deberíamos abogar por ello. Pero retornar a la vigencia de la "ley de Dios" suena tan antiguo como promover la conquista de Jerusalén al grito de "Dios lo quiere" o quemar brujas en las hogueras porque "a los tibios los vomitará Dios". O tal vez no. Y eso es lo que resulta realmente preocupante en nuestra Iglesia.
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