La batalla final. La participación humana. Jesús y la resistencia antirromana (XXVIII)

Escribe Antonio Piñero

Decíamos ayer que lo decisivo en la instauración del reino de Dios, según Jesús, era la intervención divina. Pero esto no suponía que él y sus discípulos pensaran que debían permanecer absolutamente inactivos a la espera de esa acción de Dios. No parece que sea esa la “atmósfera” que se deduce de la lectura de la lectura de los Evangelios. Al igual que los esenios que dibuja el “Rollo de la Guerra” de Qumrán (los piadosos colaborarían en la batalla final contra los Kittim –los romanos– junto con los ángeles), Jesús pensaría muy probablemente que la colaboración humana era necesaria para tal intervención. Y no solo la colaboración espiritual, la penitencia, el arrepentimiento, el llevar una vida de acuerdo con la ley de Moisés, sino también acciones materiales de preparación para la venida del Reino.

En qué grado esta colaboración suponía el uso de las armas contra quienes estaban impidiendo con su actitud la intervención divina no podemos saberlo con seguridad. Pero lo que sí es seguro que Jesús advirtió a sus discípulos de que ciertas acciones suyas podían acabar en la cruz (“Tome su cruz…”: Mc 8,34). Por tanto, a los ojos de las autoridades romanas esas acciones serían subversivas, en nada leves.

Un Jesús embebido en las Escrituras sagradas tendría muy en cuenta que ciertos profetas habían hablado de una batalla final. Véase, por ejemplo, el profeta Joel (que era tenido muy en cuenta por el judeocristianismo primitivo, ciado en Hch 2,17: “Sucederá en los últimos días, dice Dios: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne…”):

“Pregonad esto entre las gentes, proclamad la guerra santa, despertad a los valientes, acérquense y suban todos a la guerra. Forjad espadas de vuestros azadones; lanzas, de vuestras hoces… Haz bajar allí, oh Yahvé a tus valientes. Que se alcen y suban las gentes al valle de Josafat porque allí me sentaré yo a juzgar a todas las gentes de en derredor. Meted la hoz que ya está madura la mies. Venid, pisad que está lleno el lagar… porque es mucha su maldad… Muchedumbre, muchedumbres en el valle del Juicio. El sol y la luna se oscurecen y las estrella pierden su brillo…” (4,9-10).

Este pasaje es impresionante porque está describiendo la batalla final antes del Juicio también final. Es un ambiente de guerra santa contra la maldad encarnada en los enemigos de Yahvé, una batalla promovida por la divinidad misma y en la que ella ayuda y participa. El judeocristianismo primitivo tenía también muy presente este texto ya que sus ideas se perciben claramente en el Apocalipsis:
“14 Y vi, mira, una nube blanca, y sobre la nube, a uno sentado semejante a un hijo de hombre que tenía sobre su cabeza una corona de oro y en su mano, una hoz afilada. 15 Y salió otro ángel del templo, gritando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: «¡Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, porque ha madurado la cosecha de la tierra!». 16 Y lanzó el que estaba sentado sobre la nube su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada. 17 Y otro ángel salió del templo que está en el cielo, llevando también una hoz afilada. 18 Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada diciendo: «¡Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque han madurado sus uvas! 19 Y lanzó el ángel su hoz a la tierra y vendimió la viña de la tierra, y la arrojó en el gran lagar del furor de Dios. 20 Y el lagar fue pisado fuera de la ciudad, y salió sangre del lagar hasta las bridas de los caballos en un espacio de mil seiscientos estadios” (14,14-20).

Obsérvese que el que interviene en esta destrucción final de los enemigos es el Hijo del Hombre, según el autor del Apocalipsis. Jesús mismo estaría pensando en el texto de Joel cuando predice algunos fenómenos celestes que preceden al Juicio:

“«Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas” (Mc 13,24-25).


Otros textos de profetas famosos, que estaban en la mente de todos los judíos piadosos del siglo I, son de los profetas Jeremías y Zacarías. Así Jr 6,3, quien declara la guerra santa contra una Jerusalén impía (para Jesús la gobernada por un sacerdocio corrupto y colaboracionista con los romanos:


“¡Declaradle la guerra santa! ¡En pie y subamos contra ella a mediodía!... ¡Ay de nosotros, que el día va cayendo, y se alargan las sombras de la tarde…«Talad sus árboles y alzad contra Jerusalén un terraplén… Aprende, Jerusalén, no sea que se despegue mi alma de ti, no sea que te convierta en desolación, en tierra despoblada”.


Es claro en este texto que también los judíos impíos serán presa de la ira divina en los tiempos finales, y que en ella habrá una guerra.


El profeta Zacarías es también elocuente. He aquí un texto muy conocido en el que el opresor es la ciudad pagana de Tiro:


“Se ha construido Tiro una fortaleza, ha amontonado plata como polvo y oro como barro de las calles… He aquí que el Señor va a apoderarse de ello: hundirá en el mar su poderío, y ella misma será devorada por el fuego… Yo truncaré el orgullo de los filisteos; quitaré su sangre de su boca, y sus abominaciones de sus dientes…” (9,3.6-7)


Y luego viene el triunfo final de Jerusalén, la implantación del reino de Dios en la tierra de Israel el dominio de este sobre todas las naciones y luego el reino de Dios en paz sobre toda la tierra:


“¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra (9,9-10).


Y recordemos que según este mismo profeta, el reino de Dios comienza a desarrollarse a partir de la venida de Yahvé al Monte de los Olivos:


“1 He aquí que viene el Día de Yahveh en que serán repartidos tus despojos en medio de ti. 2 Yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén. Será tomada la ciudad…3 Saldrá entonces Yahveh y combatirá contra esas naciones como el día en que él combate, el día de la batalla. 4 Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente, y el monte de los Olivos se hendirá por el medio de oriente a occidente haciéndose un enorme valle: la mitad del monte se retirará al norte y la otra mitad al sur… 7 Un día único será - conocido sólo de Yahveh -: no habrá día y luego noche, sino que a la hora de la tarde habrá luz. 8 Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, mitad hacia el mar oriental, mitad hacia el mar occidental: las habrá tanto en verano como en invierno. 9 Y será Yahveh rey sobre toda la tierra: ¡el día aquel será único Yahveh y único su nombre!


Habrá una batalla final. Yahvé parte en defensa de Jerusalén contra las tropas invasoras… se producirá una derrota total de estas y finalmente se establecerá el reino de Dios sobre la tierra de Israel y sobre el mundo entero.


Pienso que a partir de estos textos hay que reconstruir como posible la mentalidad de Jesús respecto al fin del mundo, la batalla final y es establecimiento del reino de Dios. Él tenía estos textos a su disposición y los conocía –me parece seguro– de memoria.


Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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