Dios laico y virtudes públicas en Ortega
Capítulo Septimo
Ciencias históricas
(continuación)
De modo que siguiendo la teoría de Ranke, si queremos que la historia consista en averiguar cómo han pasado las cosas, tenemos que ir de cada hecho bruto al sistema orgánico de la vida que vivió tal hecho.
Por tanto, el historiador no puede leer una sola frase de un documento sin referirla, para poder entenderla, a la vida integral del autor del documento. Más aún, la historia es interpretación e inclusión de todo hecho suelto en la estructura orgánica del sistema vital.
A la luz de todo esto, la historia deja de ser simple información de lo que ha pasado y se convierte en investigación de cómo han sido todas las vidas humanas. Pero al topar el historiador con tal multitud de vidas se encuentra con la misma actitud de Galileo ante los cuerpos que se mueven.
Se movían tantos y de tantas maneras que era imposible averiguar por ellos solos lo que era el movimiento, si éste no tenía una estructura esencial e idéntica, de la que los movimientos singulares son meras variaciones y modificaciones. Por eso, Galileo no tuvo más remedio que comenzar por constituir el esquema del movimiento. Y en los cuerpos que luego observe ese esquema tiene que cumplirse siempre y gracias a él se sabe por qué se diferencian unos movimientos de otros.
Por consiguiente, es preciso que en el movimiento del humo ascendente de la chimenea aldeana y en el de la piedra que cae de una torre exista bajo aspectos contradictorios una misma realidad, esto es, que el humo suba por las mismas causas que la piedra baja. Tampoco es posible la historia, la investigación de la vidas humanas, si no hay en ellas oculta una estructura esencial idéntica.
De hecho, advierte Ortega, el historiador se acerca a los datos, a los hechos llevando ya una idea más o menos precisa en su mente de lo que es la vida humana, cuales son sus necesidades, posibilidades y del comportamiento general del hombre. Y no sólo eso, sino que ante la noticia que le proporciona un documento podrá decir: esto no es verosimil, es decir, la vida humana excluye como imposibles ciertos tipos de comportamiento.
En definitiva, lo que Ortega pide a los historiadores es que se tomen en serio eso mismo que de hecho hacen y en vez de construir la historia sin darse cuenta de ello, lo hagan deliberadamente, partiendo de una idea más rigurosa de la estructura general que tiene la vida humana, que actúa idénticamente en todas partes (Ib.,18-20).
La estructura vital, sustancia de la historia
Toda ciencia real, ya sea corporal o espiritual, veíamos en el epígrafe anterior, ha de ser construcción y no simple espejo de los hechos. La física que ideó Galileo fue esto y quedó como ciencia ejemplar y norma de conocimiento durante toda la Edad Moderna.
La historia, recalca Ortega, tiene que seguir este mismo camino. Si bien la diferencia entre la física y la historia es grande y, por lo mismo, la semejanza entre ellas se reduce sólo a éste punto concreto: la constructividad.
Los demás caracteres de la física no tienen por qué ser deseados por la historia, entre otras cosas, porque la exactitud de la física, por ejemplo, no procede de su método constructivo como tal, sino que le viene impuesta por su objeto, es decir, por la magnitud. "Lo exacto no es, pues, tanto el pensar físico como su objeto -el fenómeno físico".
Por tanto, no hay que lamentar la incapacidad para la exactitud que acompañará siempre a la historia humana. La razón que esgrime es que si la historia, en cuanto ciencia de la vida humana fuese exacta, significaría que los hombres serían pedernales, piedras o cuerpos físicos nada más.
Pero el hombre es un ser muy complejo que para saber lo que es necesita antes averiguarlo, necesita saber las cosas que le rodean y lo que es él entre ellas. Eso es lo que diferencia al hombre de la piedra, no que el hombre tenga entendimiento y que la piedra no.
Lo esencial del hombre es no tener otro remedio que esforzarse en conocer, en hacer ciencia, mejor o peor, en resolver el problema de su propio ser y para ello el problema de lo que son las cosas entre las cuales inexorablemente tiene que existir. Esto que necesita saber el hombre, es lo que constituye la condición humana.
Ciencias históricas
(continuación)
De modo que siguiendo la teoría de Ranke, si queremos que la historia consista en averiguar cómo han pasado las cosas, tenemos que ir de cada hecho bruto al sistema orgánico de la vida que vivió tal hecho.
Por tanto, el historiador no puede leer una sola frase de un documento sin referirla, para poder entenderla, a la vida integral del autor del documento. Más aún, la historia es interpretación e inclusión de todo hecho suelto en la estructura orgánica del sistema vital.
A la luz de todo esto, la historia deja de ser simple información de lo que ha pasado y se convierte en investigación de cómo han sido todas las vidas humanas. Pero al topar el historiador con tal multitud de vidas se encuentra con la misma actitud de Galileo ante los cuerpos que se mueven.
Se movían tantos y de tantas maneras que era imposible averiguar por ellos solos lo que era el movimiento, si éste no tenía una estructura esencial e idéntica, de la que los movimientos singulares son meras variaciones y modificaciones. Por eso, Galileo no tuvo más remedio que comenzar por constituir el esquema del movimiento. Y en los cuerpos que luego observe ese esquema tiene que cumplirse siempre y gracias a él se sabe por qué se diferencian unos movimientos de otros.
Por consiguiente, es preciso que en el movimiento del humo ascendente de la chimenea aldeana y en el de la piedra que cae de una torre exista bajo aspectos contradictorios una misma realidad, esto es, que el humo suba por las mismas causas que la piedra baja. Tampoco es posible la historia, la investigación de la vidas humanas, si no hay en ellas oculta una estructura esencial idéntica.
De hecho, advierte Ortega, el historiador se acerca a los datos, a los hechos llevando ya una idea más o menos precisa en su mente de lo que es la vida humana, cuales son sus necesidades, posibilidades y del comportamiento general del hombre. Y no sólo eso, sino que ante la noticia que le proporciona un documento podrá decir: esto no es verosimil, es decir, la vida humana excluye como imposibles ciertos tipos de comportamiento.
En definitiva, lo que Ortega pide a los historiadores es que se tomen en serio eso mismo que de hecho hacen y en vez de construir la historia sin darse cuenta de ello, lo hagan deliberadamente, partiendo de una idea más rigurosa de la estructura general que tiene la vida humana, que actúa idénticamente en todas partes (Ib.,18-20).
La estructura vital, sustancia de la historia
Toda ciencia real, ya sea corporal o espiritual, veíamos en el epígrafe anterior, ha de ser construcción y no simple espejo de los hechos. La física que ideó Galileo fue esto y quedó como ciencia ejemplar y norma de conocimiento durante toda la Edad Moderna.
La historia, recalca Ortega, tiene que seguir este mismo camino. Si bien la diferencia entre la física y la historia es grande y, por lo mismo, la semejanza entre ellas se reduce sólo a éste punto concreto: la constructividad.
Los demás caracteres de la física no tienen por qué ser deseados por la historia, entre otras cosas, porque la exactitud de la física, por ejemplo, no procede de su método constructivo como tal, sino que le viene impuesta por su objeto, es decir, por la magnitud. "Lo exacto no es, pues, tanto el pensar físico como su objeto -el fenómeno físico".
Por tanto, no hay que lamentar la incapacidad para la exactitud que acompañará siempre a la historia humana. La razón que esgrime es que si la historia, en cuanto ciencia de la vida humana fuese exacta, significaría que los hombres serían pedernales, piedras o cuerpos físicos nada más.
Pero el hombre es un ser muy complejo que para saber lo que es necesita antes averiguarlo, necesita saber las cosas que le rodean y lo que es él entre ellas. Eso es lo que diferencia al hombre de la piedra, no que el hombre tenga entendimiento y que la piedra no.
Lo esencial del hombre es no tener otro remedio que esforzarse en conocer, en hacer ciencia, mejor o peor, en resolver el problema de su propio ser y para ello el problema de lo que son las cosas entre las cuales inexorablemente tiene que existir. Esto que necesita saber el hombre, es lo que constituye la condición humana.