Encíclicas sociales
Prólogo 2
La obligación de invertir
Es necesario recordar en estos momentos, junto al deber de la austeridad y del levantamiento equitativo de las cargas fiscales, la obligación de invertir.
Las personas y los grupos que poseen rentas superiores a sus necesidades tienen el gravísimo deber de invertirlas de modo que se multiplique la riqueza real, aumenten los puestos de trabajo y se realice una auténtica promoción de los sectores deprimidos de la sociedad.
Y, al hablar de las necesidades, conviene advertir que, más que medirlas con las exigencias de nuestro propio estado_medida muy flexible generalmente en beneficio propio_, hay que considerarlas en relación con las necesidades ajenas. Norma que es más objetiva, más seria y más cristiana y, como es lógico, mucho más exigente.
También tienen obligación de invertir, y con una definitiva orientación social, los dirigentes de las instituciones que acumulan grandes cantidades que proceden de las cuotas del mundo del trabajo.
Ahora bién, para que las inversiones se orienten efectivamente hacia objetivos que promueven el bien común y sean compatibles con éste, es preciso que la autoridad pública adopte cuantas medidas sean necesarias en forma de estímulos, frenos o sanciones.
Medidas que son imprescindibles para cohibir la tendencia espontánea de la naturaleza caída a conseguir las mayores ganancias posibles en el más breve espacio de tiempo y del modo más fácil y menos arriesgados; es decir, para cohibir la tendencia a la especulación y al monopolio.
Porque la especulación o el monopolismo socavan el desarrollo armónico y equitativo de toda sociedad.
Al servicio del hombre
La finalidad del desarrollo no puede ser la de aumentar sin límites la producción y el consumo. No proponerse otro objetivo es una limitación característica de la "mentalidad económica". El hombre, sin embargo, necesita preguntarse acerca de lo que produce y consume, a costa de qué sacrificios lo consigue y cuál es el fin que se propone.
Necesita una escala humana de valores, que confiera a las realidades económicas la dignidad que les pertenece por proceder del esfuerzo y estar al servicio de las personas. Escala que, además, tiene que subordinar las realidades económicas a otras superiores no cotizables, de carácter humano o religioso, que dan sentido a la vida y la hacen digna de ser vivida.
Pensemos en la libertad real, en la consideración social, en la participación activa en las decisiones que nos afectan, en la fundada confianza en el porvenir, en la construcción de la paz, en la fe en el amor de Dios y en la hermandad en Cristo, ya en germen conseguida y todavía por realizar.
En estos mensajes encontrará el lector luz abundante que ilumine las metas y los valores supremos de la actividad económica y social. Encotrará también pistas que conducen a la consecución de una sociedad con mayor y mejor repartido nivel de bienestar, en la que existan fáciles caminos de promoción según las aptitudes y el esfuerzo de cada uno.
Instituciones de diálogo abiertas en las que todos se sientan protagonistas responsables de su destino personal y colectivo, sin que se lo impidan las trabas exteriores de las injusticias sociales y puedan acoger el mensaje de salvación del Evangelio de Cristo.
--Emilio Benavent
ex-arzobispo de Granada
BAC 1974
PD. Algunos de vosotros os preguntaréis por qué no sigo con el tema de Ortega. La razón es que he preparado un libro, que está a punto de salir, titulado "Teología de J. Ortega y Gasset: Evolución del Cristianismo", en el que expongo todo lo que he venido exponiendo aquí. Ya daré más detalles para seguir conociéndole.