Estatuto de Cataluña en Ortega VII
J. Ortega y Gasset
Vamos ahora al tema de la enseñanza. Es este un punto en que me complace dclarar que la fórmula encontrada por el dictamen de la Comisión se nos antoja excelente. Pretende Cataluña crear ella su cultura; a crear una cultura siempre hay un derecho, por más que sea la faena no sólo difícil, sino hasta improbable; pero ciertamente que no es lícito coartar los entusasmos hacia ello de un grupo nacional.
Lo que no sería posible es que para crear esa cultura catalana se usase de los medios que el Estado español ha puesto al servicio de la cultura española, la cual es el origen dinámico, histórico justamente del Estado español. Sería como entregar la propia raíz. Bien está y parece lo justo, que convivan paralelamente las instituciones de enseñanza que el Estado allí tiene y las que cree, con su entusiasmo, la Generalidad. Ya hableremos cuando se trate del articulado, del problema del bilingüismo. Dejemos, pues esta cuestión. Lo que importa es decir que en aquel punto general de la enseñanza nos parece excelente el dictamen de la Comisión. Sólo podría oponérsele una advertencia. ¿No sería ello complicar mucho las cosas?
Decía un viejo libro indio que cuando el hombre pone en el suelo la planta, pisa siempre cien senderos. ¡Hay que ver los senderos que acabamos de pisar con esta observación! ¿No serían excesivos los establecimientos de enseñanza que así resultarían en Cataluña? ¿Sabéis en qué tipo de cuestiones ponemos ahora el pie, qué cantidad de inepcias y de irreflexión han gravitado sobre el destino español y que afloran y transparecen ahora de pronto al tocar este tema? ¿Sabéis que hasta hace tres años en Barcelona, en una población de un millón de habitantes, había un solo Instituto, cuando en Alemania, para un millón de habitantes hay cuarenta Institutos, y en el país que menos, en Francia, catorce?
Uno de los senderos que parten ahora de nuestra planta es el hacernos caer en la cuenta de que cuando discutáis los problemas de las órdenes religiosas y de la enseñanza tengáis la generosidad y la profundidad de plantearlos en toda su complejidad, porque cuando un Estado se ha comportado de esta suerte ante una urbe de un millón de personas, en una de las instituciones más características de las clases que, al fin y al cabo, tenían el Poder en aquel régimen, cuando un Estado se ha comportado así, cuando el resto del país lo ha tolerado y tal vez ni lo ha sabido, lo cual quiere decir que no ha atendido, no hay derecho a quejarse de que los pobres chicos tengan que ir a recibir enseñanza donde se la den, y las órdenes religiosas se la daban, no porque tuvieran una excepcional, fantástica y fuerza insólita sobre la vida española, sino simplemente porque el Estado español y la democracia constitucional española hacían dejación de sus deberes de atender a la enseñanza nacional.
Pero cuando tocamos este punto, otro sendero, que lleva a problemas todavía más graves, nos araña las plantas, porque al haber caído en la cuenta de que esto se hacía, es decir, no se hacía en una población como Barcelona en materia de enseñanza, nos preguntamos: ¿y que es lo que se hacía en las otras instituciones de Gobierno, de Poder público? ¿Cómo estaba allí representado institucionalmente, en ese enorme cuerpo social que es Barcelona, el Estado, el Poder? ¿Qué figura de auroridad veía a toda hora el buen barcelonés pasar delante de él para aprender de esa suerte lo que es el mando, la autoridad del Estado?
Pues, señores, hasta hace bien pocos años, la población de Barcelona y su provincia, con el millón de habitantes de su capital estaba gobernada rxactamente por las mismas instituciones que Soría y que Zamora, pequeñas villas rurales: por un gobernador civil. ¡Y luego extrañará que en Barcelona hubiese una rara inspiración subversiva! Esa poblaciin está compuesta, principalmente, de un enorme contingente de obreros; la concentración industrial de Barcelona arranca de los últimos terruños y glebas de España, donde vivian al fin y al cabo moralizados por la influencia tradicional y como vegetal de su patria, infinidad de obreros españoles y los lleva a Barcelona y los amontona allí.
Y estos obreros, como las demás clases sociales, no veían aparecer el Poder público con volumen y figura correspondiente y, naturalmente, sentiían constantemente como una invitación a olvidarse del Poder y de la autroridad; a ser constitutivamente subversivo; y de aquí, no por ninguna extraña magia ni poder especial de inspiración catalana, de aquí que todas las cosas subversivas que han acontecido en España, desde hace muchísimos años, vinieran de Barcelona. ¡Es natural! ¡Si el aire era subversivo, porque no se le había enseñado a ser otra cosa! Se juntan allí los militares y brotan las Juntas de Defensa y, creedme, si un día se juntan allí los obispos, ya veréis cómo los báculos se vuelven lanzas. (José Ortega y Gasset, Discursos políticos
Alianza Editorial 1974)
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