Iglesia y sociedad democrática

El teólogo de la Universidad de Deusto, Javier Vitoria, en su último libro, No hay territorio comanche para Dios, quiere demostrar que a pesar de la crisis religiosa, es posible la experiencia de encuentro con Dios en nuestra sociedad. El Dios de Jesucristo está presente en nuestro tiempo.
Y nos tiene citados a todos en la vida y en la historia. Pero se revela con preferencia en donde se amontonan las víctimas de la barbarie y donde el instinto nos dice que paremos de andar y demos marcha atrás. Es ahí donde Dios se convierte en testigo molesto, airado y literalmente furioso de lo que está pasando en el mundo.
Los cristianos hoy creemos que Dios actúa en el interior de la historia para llevarla a la plenitud. Jesús propone la construcción de una humanidad nueva, para lo que es precisa nuestra colaboración. Por eso, el cristianismo está llamado en la hora actual a mostrar señales de que está vigente la promesa de la realización integral de nuestra existencia personal y comunitaria.
El obstáculo, se dice, es el lenguaje, por ejemplo, expresiones como "salvación en Jesucristo" no se comprenden hoy. En efecto, el lenguaje religioso parece una reliquia del pasado. Es como el castellano antiguo que no se entiende. También es verdad que vivimos en una época en la que se ha renunciado a cualquier expectativa de salvación. Victor Manuel cantaba: "no quiero salvarme".
En cambio, un teólogo cristiano tiene que afirmar que en Jesús hay salvación, pero a la vez tiene que demostrar críticamente un imaginario religioso que no es fiel a la propuesta de Jesús. Por lo que deben revisarse algunas maneras que no han servido para acercar a hombres y mujeres a experiencias de salvación, sino que los han asustado, alienado e infantilizado.
¿Quién y de qué tiene que salvarse la sociedad actual?
Habría que distinguir entre los que viven en los países más pobres o los que viven en la exclusión en los países ricos. Es claro que estos lo que necesitan es ser salvados de la situación de pobreza en que viven. Sin embargo, en los países de la abundancia mucha gente necesita ser salvada del colesterol o la tristeza, de la depresión o el aburrimiento. En definitiva, todo el mundo necesita ser salvado de algo, aunque muchos creen que no necesitan ni siquiera liberarse de la culpa de lo que han hecho mal.
Ciertamente la Iglesia debe adaptarse a la mentalidad actual para hacer inteligible el mensaje original de Jesús hoy, y hacer ver que el cristianismo no es una ética sino una experiencia del amor de Dios. Que no se conforma con salvar el "alma", sino a toda la persona y su vida comunitaria; ni pretende una salvación para "después de este mundo", sino para ahora ya y también para después. Es decir, si el cristianismo vivido no otorga salvación y liberación para los hombres y mujeres de hoy, está muerto.
La Iglesia debe demostrar que es capaz de anunciae el Evangelio, en una sociedad democrática en la hay que es preciso ganarse la libre adhesión de las personas, y no contentarse con sumar fieles, como hizo en tiempos que bastaba ganarse al emperador o al rey, para que todo el mundo tuviera que ser cristiano. "Dios quiere creyentes en una relación de libertad".
(Ver J. Vitoria, Alandar 2011).
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