Insurrección pacífica



El mundo civilizado que añoramos nos está demandando una insurrección pacífica a favor de la justicia y la libertad. Los países árabes han dado la voz de alarma, no aguantan más dictaduras de guante blanco. Y nos han despertado a todos los pueblos del letargo de una paz insegura. Para nosotros los españoles ahora la tiranía que sufrimos es la del mercado financiero. Ella es la causante del paro y el desplome del Estado de Bienestar.


Europa cuna de culturas en otro tiempo se pregunta si estamos ahora en democracia o es una quimera. ¿De verdad es el pueblo el que gobierna? ¿No es el poder financiero quien gobierna con mano de hierro? ¿No es él quien viene produciendo periódicamente crisis económicas que de dejan a los pueblos con los mismos efectos de un fuerte ciclón? Que contesten los obreros que han perdido el trabajo ya de por vida. Y los jóvenes que siguen sin encontrar empleo, sobre todo fijo para poder formar una familia.

Está claro, no gobiernan los pueblos, ni siquiera los gobiernos, gobierna el dinero, el poderoso caballero don dinero que dijera D. Francisco de Quevedo. Gobierna el capital y su afán no es compartir con equidad sino crecer ilimitadamente. Por eso se dice con acierto que el dinero y sus dueños tienen más poder que los gobiernos.

Que se lo digan al presidente Felipe González y a Rodríguez Zapatero, que tuvieron que hacer concesiones y más concesiones a la banca y a las grandes empresas, a su pesar, para mantenerse en el cargo que se les había asignado. El socialismo en estas condiciones ha perdido su rostro humano, la alta dosis de humanidad que caracterizaba al socialismo de Pablo Iglesias. Se ha
vuelto al socialismo de la burguesía francesa socialista del siglo XIX.

Todos jóvenes y adultos hemos de oponernos a que el afán de acumular riqueza domine nuestras vidas y rija la política de los pueblos, como está sucediendo con la tan criticada globalización económica. La política recuperando el carácter virtuoso originario, debe estar por encima de cualquier sistema económico-financiero y encauzarle para que no se salga de su sitio.

Desde la doctrina social de la Iglesia hay que condenar la economía capitalista, porque ha ensanchado la brecha entre pobres y ricos. Hay teólogos que ven en la misma Unión Europea el peligro de un imperialismo económico que avanza hacia un mercado total, porque muchos pueblos van a quedar indefensos, si esta no crea instituciones que controlen y equilibren las leyes del Mercado:

“el Mercado Común sin la contrapartida de las instituciones políticas se asemeja a un gran zoo, una etapa más en las internacionalización del capital” (García Roca).

De manera sistemática la Iglesia se ha manifestado en contra de las contradicciones del capitalismo. Y contrapone la naturaleza social de la economía y el provecho como criterio regulador del capitalismo. (Pío XI, Quadragesimo Anno).

No sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole se hallan sometídas al poder de unos pocos, hasta tal punto que un número reducido de opulentos y adinerados han impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre de proletarios (León XIII Rerun Novarum ).

Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio es quien ha hecho la condena más explícita y global del capitalismo, dado que éste defiende el provecho como criterio determinante, la inhumanidad de la competencia y la propiedad privada concebida como propiedad absoluta (PP 26). La dureza de esta encíclica lo consideraron europeos y norteamericanos como un resumen de los lugares comunes marxistas y filomarxistas.
Así se escribe la historia. ¡Lástima que sea así!


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